Wilstermann no cambia su terrorífico mal paso


José Vladimir Nogales
JNN Digital
No hay quien entienda a Wilstermann, equipo de pulsaciones descompasadas, de fútbol tan ineficiente a veces como inexpresivo en ocasiones, de victorias holgadas y pifias monumentales. Frente a Destroyers, que pareció condenarse de forma irremediable al sufrir un gol de inicio, expresó el equipo de Portugal, su fatalidad. Y su realidad: al contrario de lo que se vanagloriaba al inicio del curso, no sabe qué hacer con el balón entre los pies, no sabe articular un ataque limpio.


Wilstermann no da pie con bola, equipo descosido, con costurones y magulladuras que acumula a cada encuentro. Su propuesta de fútbol no cuaja, aunque Portugal se empecine en decir a los cuatro vientos lo contrario y augure una gran temporada a cada resultado desfavorable que contabiliza. Le falla la nulidad del pase vertical en el centro del campo, le pierde la pereza de los extremos para ejercer presión, le perturba su desconexión en mitad de campo y le desdibuja su ataque por el centro, sin otra rampa para llegar al marco rival. No hay profundidad por las bandas, no hay centros útiles ni remates, no hay ingenio ni alternativas, no hay, en definitiva, una hoja de ruta eficaz. Aunque dispone del talento y la visión de Chávez para el pase definitivo, el argentino carece de espacio y socios para jugar.

Es cierto que el punto le sirve a Destroyers. No así a Wilstermann, que sigue hundiéndose, algo que preocupa. Y mucho. Esencialmente, por tres razones que envolvieron su tercer cotejo al hilo sin triunfos en casa. ¿Cuáles fueron esas razones? La falta de respuesta ante el primer golpe que recibió. Materializada la igualdad, le costó metabolizar la adversidad e insistir con su plan. No lo hizo. Su fútbol se oscureció de súbito e infectó dramáticamente a cada componente, acentuando un desacople ya observado antes del gol de Álvarez. En segundo término, aparece la ausencia de un concepto definido de juego. El equipo no funciona. No juega bien ni impone autoridad. Portugal no consigue elaborar un once estable, de garantías, seguro atrás y letal en ataque. Al revés, el técnico está enredado en un laberinto táctico peligroso. Por último, el nocivo efecto de las compulsivas rotaciones. Como Portugal nunca para la misma formación, la base de la estructura se ha degradado. El colectivo ha extraviado sus señas de identidad porque sus componentes habituales (aquellos que venían jugando los últimos dos años) han perdido sintonía y química. Alterada la coexistencia, la asimilación ha sido severamente perturbada y deteriorada la ecología. Por tanto, la llamativa falta de rodaje (y ritmo) advertida en el cuadro presuntamente titular es el síntoma de un mal que delata al plan y que expone al ideólogo.

Tras un nuevo ejercicio de inoperancia y desconcierto, queda la sensación de que Wilstermann ha perdido más que funcionamiento. Ha perdido costura, la imprescindible armonía entre sus componentes. Parecen no entenderse más, como si, de súbito, todos hablasen extrañas lenguas vernáculas. El equipo luce flácido, invertebrado, escasamente consistente en sus movimientos, colectivamente torpe con la pelota y tácticamente desdibujado. Rasgos llamativos en un cuadro otrora estructurado, de fútbol legible, asimilado, conjuntado, definido. Este de Portugal se asemeja a un mosaico sin armar. Un conglomerado huérfano, desestructurado, incompatible e irreconocible. Parece otro equipo, con disímiles elementos. Pero no. El núcleo es el mismo. La base, por iniciativa del club, quedó intacta. Sin embargo, el equipo parece un rejuntado amorfo, desconceptuado, falto de rodaje, de ritmo. Algo curioso si asumimos que el conjunto lleva dos meses de trabajo y se encuentra en plena competencia. Pero como la base ya no juega junta, ha perdido sensibilidad, se ha roto la simetría y desajustado la coordinación. Wilstemann se ha descalibrado, ha perdido noción de distancia, alterando su geometría y la armonía. La prueba está en el rendimiento de Meleán y Saucedo, víctimas del cuestionado plan de rotación. Ambos sufrieron el partido. Se les notó faltos de ritmo, de rodaje, de fútbol. Un nocivo efecto de la poca continuidad que supo darles el adiestrador, por privilegiar un plan o a ciertos jugadores que llegaron al club en el mismo paquete.

Pero así hubiese ganado Wilstermann y, por ejemplo, la historia hubiera quedado sellada en un hipotético 4-3, su imagen de desconcierto no hubiese variado. Wilstermann puso su fútbol tan a fuego lento que se le apagó antes de tiempo. Terminó recorriendo el partido como un equipo sin alma. Como una enorme sombra del equipo que conquistó el título el pasado año. Pero Wilstermann también preocupa porque volvieron Saucedo, Chávez y Alex. Y nada. Y estuvo Melgar para asociarse con Saucedo. Y nada. Preocupa el equipo por su fragilidad defensiva, por sus distracciones. Y eso que Destroyers, en todo el primer tiempo, casi no se había animado a visitar a Giménez. Wilstermann preocupa porque no es patrón en la mitad de la cancha. Le falta un medio centro confiable porque, juegue quien juegue en esa demarcación, es superado una y otra vez. No hace pie en ese sector donde debe detener las intenciones de su rival y poner en marcha su propia búsqueda. ¿Y su fútbol fluido dónde quedó? En noventa minutos generó pocas jugadas asociadas porque, ante su escasez de rodaje, le cuesta coordinar, conectar con precisión. Y, a falta de elaboración, asfixiado por la presión rival, optó por el juego largo, obviando el juego raso, hilvanado.

Casi resignado a su suerte, Wilstermann igualó en un desesperado arreón final, más por orgullo que por confianza en poder levantar el resultado. Destroyers había ganado la batalla táctica y física en el centro del campo ante un cuadro rojo que dio la impresión de no haber estado nunca metido en el encuentro, al que le faltó la intensidad y orden necesarios. Los de Portugal se llevaron lo que se dice un repaso en toda regla.

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