Trump, el comercio y la ventaja de los autócratas

Paul Krugman
Infibae
Ha habido algunas buenas noticias sobre el comercio mundial últimamente: todo parece indicar que una guerra comercial a gran escala entre Estados Unidos y China podría evitarse.


La mala noticia es que si, en efecto, vamos a celebrar un tratado comercial con China, básicamente será porque los chinos le están ofreciendo al presidente estadounidense, Donald Trump, un beneficio político personal. Al mismo tiempo, se avecina un conflicto comercial mucho más peligroso con Europa. Los europeos, que todavía tienen esta cosa peculiar llamada Estado de derecho, no pueden recurrir a los sobornos para lograr la paz comercial.

Los antecedentes: el año pasado, el gobierno de Trump impuso aranceles a una amplia gama de productos chinos, los cuales abarcaron más de la mitad de las exportaciones de China a Estados Unidos. No obstante, eso podría haber sido solo el principio: Trump había amenazado con imponer aranceles mucho más elevados a 200.000 millones de dólares de exportaciones chinas a partir del 1 de marzo.

¿Qué motivó esos aranceles? Sorprendentemente, no parece haber ningún grupo fuerte de electores exigiendo proteccionismo; si acaso, algunas industrias importantes han estado ejerciendo presión contra las estrategias comerciales de Trump y es evidente que al mercado bursátil no le agrada el conflicto comercial, pues cae cuando las tensiones aumentan y se recupera cuando cesan.

Así que el conflicto comercial es básicamente una venganza personal de Trump, a la que puede dedicarse debido a que las leyes internacionales de Estados Unidos en materia de comercio le otorgan al presidente una gran discrecionalidad para imponer aranceles por diversos motivos. Por ende, la predicción de las políticas comerciales tiene que ver con descifrar qué está pasando por la mente de un hombre.

Ahora, Estados Unidos tiene motivos reales para estar molesto con China y exigir cambios en las políticas. Después de todo, no hay duda de que China viola el espíritu de las reglas del comercio internacional al restringir en la práctica el acceso de las empresas extranjeras a su mercado salvo que le entreguen tecnología valiosa. Así que hay argumentos para respaldar que Estados Unidos presione a China —¡junto con otras economías avanzadas!— para que China ponga fin a esa práctica.

No obstante, ha habido pocas pruebas de que Trump esté interesado en lidiar con el verdadero problema de China. Durante el fin de semana, asistí a una conferencia sobre políticas comerciales en donde se preguntó a los expertos qué quería Trump realmente; la respuesta más popular fue "logros tuiteables".

Como era de esperarse, Trump se ha atribuido lo que él llama grandes concesiones chinas, que parecen estar relacionadas en general con que el gobierno chino le ordena a las empresas comprar productos agrícolas estadounidenses. En específico, el aplazamiento de la guerra comercial vino después de la promesa que hizo China de comprar 10 millones de toneladas de soya o soja. Esto complacerá a los agricultores, aunque no está nada claro si compensará las pérdidas que han sufrido debido a las acciones previas de Trump.

No obstante, la cuestión es que lo que China está ofreciendo no se relaciona en absoluto con los intereses nacionales estadounidenses que están realmente en juego. Únicamente le da a Trump motivos para tuitear.

Ah, y por cierto: el banco más grande de China, cuyo propietario mayoritario resulta ser el gobierno chino, ocupa tres pisos completos de la Torre Trump en Manhattan. El banco había pensado reducir su espacio; será interesante ver qué ocurre con ese plan ahora.

Mientras tanto, el Departamento de Comercio de Estados Unidos elaboró un informe sobre las importaciones de automóviles europeos que, según la prensa alemana, concluye que suponen una amenaza para la seguridad nacional.

Si esto suena ridículo, es porque lo es. De hecho, aunque los europeos no son unos angelitos, sí se guían por las reglas mundiales y es difícil acusarlos de cometer pecados comerciales considerables. Sí, le impusieron un arancel del 10 por ciento a los vehículos estadounidenses, pero Estados Unidos les cobra un arancel del 25 por ciento por sus camiones ligeros, lo cual equilibra por mucho la situación.

No obstante, un departamento encabezado por quien tal vez sea el secretario de Comercio más corrupto de la historia concluirá, evidentemente, cualquier cosa que Trump quiera que concluya. Además, este informe le da al presidente la autoridad legal para declarar una guerra comercial contra la Unión Europea.

De ocurrir, esta guerra comercial será tremendamente nociva. La Unión Europea es el mercado de exportación más grande de Estados Unidos, pues representa directamente alrededor de 2,6 millones de empleos. Además, nuestras economías están muy entrelazadas, razón por la cual incluso la industria automotriz estadounidense está horrorizada ante la posibilidad de que Trump imponga aranceles a los automóviles.

La cuestión es la siguiente: a diferencia del gobierno chino, la Unión Europea no puede ordenarles a las empresas privadas que hagan compras llamativas de productos estadounidenses. Sin duda, no puede encauzar negocios para las propiedades de la Organización Trump. En consecuencia, las posibilidades de que escale un conflicto comercial siguen siendo elevadas.

La cuestión es que, al momento de lidiar con Trump y su equipo, las autocracias tienen una ventaja sobre las democracias que se apegan al Estado de derecho. Además, se podría decir que las disputas comerciales son lo de menos.

Piensen en la presión que ejercen los asesores de Trump que financieramente están en conflicto para vender tecnología nuclear al Reino de la Sierra para Huesos, conocido también como Arabia Saudita. O piensen en la influencia que los expatriados golfistas parecen estar teniendo sobre las políticas relacionadas con Venezuela.

Así que mientras los mercados bursátiles están felices ante la posibilidad de que prevalezca la paz comercial con China, el panorama es profundamente perturbador. Si logramos limitar el daño de esta confrontación, será por las razones equivocadas. Además, las motivaciones retorcidas que regulan la política exterior de Estados Unidos todavía pueden tener consecuencias destructivas y una guerra comercial ni siquiera sería la posibilidad más terrorífica.

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