España, enfrentada en dos bloques

Sánchez adelanta las elecciones al 28 de abril con un panorama más fragmentado que nunca y una fuerte división entre los partidos de izquierda y de derecha

Carlos E. Cué
Madrid, El País
España nunca votó con un espacio electoral tan fragmentado, y sin embargo las opciones están ya muy claras. Los españoles decidirán el 28 de abril, la fecha elegida por Pedro Sánchez para el adelanto electoral, entre dos bloques muy definidos. Por un lado, el de la moción de censura, liderado por el PSOE, un partido que según todas las encuestas subirá pero tendrá muchas dificultades para sumar una mayoría con Podemos ahora que ha roto con los independentistas. Por otro, el bloque de centro derecha y ultraderecha —PP y Ciudadanos con apoyo de Vox— que gobierna ya en Andalucía. Sánchez empezó ayer mismo la campaña y se colocó frente a “la derecha de Colón”. Albert Rivera, líder de Cs, rechaza un pacto con Sánchez y apuesta con claridad por el modelo andaluz para La Moncloa.


Los partidos consideran que el tema central que se imponga en la campaña decidirá el resultado de las elecciones. Si la derecha, en pleno juicio del procés, que dominará la escena los próximos meses, consigue llevar el debate al combate contra el independentismo, el PSOE y Podemos tienen poco que hacer. Se abrirá paso a un Gobierno a la italiana en el que se suman desde los liberales a los conservadores pero también la extrema derecha nacionalista española.

Si Sánchez logra su objetivo y el eje de la campaña es la discusión izquierda-derecha, tal vez pueda movilizar a la izquierda que se quedó masivamente en casa en las elecciones andaluzas —800.000 votos perdieron entre el PSOE y Podemos que se fueron mayoritariamente a la abstención— y dar la sorpresa.


Estos eran los análisis que se manejaban ayer en las sedes de los partidos y que centraban los primeros discursos de campaña de sus líderes. El popular Pablo Casado prometía un 155 permanente. Rivera lucha ya para ser el líder del bloque de derechas. Irene Montero, de Podemos, lamentaba que se haya roto la alianza de la moción de censura que expulsó a Mariano Rajoy del poder el pasado 1 de junio. Y el propio Sánchez planteaba a los españoles la siguiente disyuntiva: elegir entre la llegada del “bloque de Colón” o la continuidad de un Gobierno que pese a lo efímero de su mandato ha demostrado, según él, que tiene un proyecto para reducir las desigualdades y también “para unir a España”.

“La derecha defiende una España en la que solo caben ellos, nosotros un país constitucional en el que caben todos”, sentenció el presidente. Sánchez ya ultima una campaña para desplegar la próxima semana y hoy mismo arranca con un gran mitin en Sevilla con Susana Díaz.

La tercera opción que rompería esos bloques, un acuerdo PSOE-Ciudadanos como el que firmaron en 2016, parece casi imposible. Albert Rivera insiste: no gobernará con Sánchez en ningún caso. “Me sorprende que me pongan a mí un cordón sanitario y no se lo pongan a la ultraderecha”, se quejó el presidente.

El eje izquierda-derecha y la sensación de víctima de dos extremos —la derecha y los independentistas— que no le han dejado gobernar son claves para el Gobierno en un combate en el que no parte como favorito. Los estrategas de Sánchez quieren aprovechar al máximo la foto de Rivera con Casado y el líder de Vox, Santiago Abascal, el pasado domingo en la manifestación por la unidad de España que se celebró en la Plaza de Colón de Madrid. Los colaboradores del presidente consideran esta imagen un error de cálculo de quien es su gran rival junto a la abstención —ambos partidos tienen votantes limítrofes, no así el PP y el PSOE—.

Rivera piensa lo contrario y cree que él recibirá sin gran esfuerzo muchos votos socialistas españolistas. El líder de Ciudadanos ve claro que su verdadera batalla es por ganarle al PP. Si lo logra, podría ser presidente del Gobierno, una hazaña impensable para un partido relativamente nuevo sin apenas poder territorial. Sánchez cree que Rivera le hace un favor consolidando el eje PP-Cs-Vox, que él utilizará para movilizar a la izquierda, pero el político catalán cree que el problema lo tienen los dos grandes partidos, que siguen perdiendo apoyos, como se ha visto en Andalucía, mientras él no para de subir.

Casado, en su durísima batalla por frenar la sangría hacia Vox, no tiene ningún problema en defender los pactos con ellos y derechizarse para recuperar ese espacio de lo que no deja de ser una escisión del PP, lo que favorece también el discurso del eje de derechas.

El resultado es imprevisible, sobre todo por el sistema de reparto de escaños por provincias. En muchas de las circunscripciones, las más pequeñas, se reparten solo tres actas y hay cinco opciones con posibilidades —PSOE, PP, Podemos, Cs y Vox—. La asignación de escaños puede depender de un puñado de votos.

Sánchez quería agotar la legislatura, pero solo logró resistir ocho meses. Los españoles irán dos veces a las urnas en un mes —el 26 de mayo hay autonómicas, municipales y europeas— y la campaña se hará en plena Semana Santa. Y serán las terceras elecciones generales en poco más de tres años.

Acostumbrado a la supervivencia al límite, Sánchez se enfrenta a otra una batalla a todo o nada. El presidente ganó las primarias del PSOE empujado por la rabia de los militantes contra la dirección que lo había echado. Ahora quiere ganar con la indignación de la izquierda por la caída del Gobierno. Pero esta vez no votan sus militantes, sino todos los españoles, y con un escenario muy fragmentado que hace mucho más difícil la contienda y la formación de Gobierno, que podría retrasarse varios meses con las municipales en el camino. El vértigo a la italianización ha venido para quedarse en el que fuera uno de los países políticamente más estables de Europa. Como suele decir el expresidente Felipe González, lo que falta son italianos para gestionarlo.

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