Wilstermann se hundió en el debut
José Vladimir Nogales
Sin lucidez y con un juego defectuoso, Wilstermann se fue a pique en el Capriles (0-2). Sobre el campo proyectó la oscura e incoherente política de fichajes del club, que creyó reforzar la plantilla sin agregar jerarquía. El once titular se había demostrado capaz de ganar un campeonato y se sabía que, a pleno esfuerzo, resultaba altamente competitivo. Sin embargo, sin fichajes y sin un medio centro decente, nada parecía resolver los problemas del fondo de armario. Pensar que los suplentes habrían crecido durante el verano y que fichajes sin relieve elevarían la competitividad, era un acto de buena voluntad y poco fundamento. Imaginar que la madurez o el presunto cartel bastarían para asaltar los retos del curso, resultaba de una inocencia celestial. Ayer lo comprobamos. Falta jerarquía y banquillo, como se sospechaba, y peligra la Copa Libertadores, tal y como se temía.
Pero aquello no basta para justificar la dura derrota ante Bolívar. Fue la fallida estrategia lo que condujo a Wilstermann a un callejón sin salida. Fue un equipo debilísimo, sin carácter, con una tendencia autodestructiva que le llevó a entregar el partido a Bolívar, que sólo esperó su momento para derribar a los rojos. Cuando le llegó la hora, marcó sus goles, los dos de cabeza, propiciados por errores defensivos del rival. Wilstermann dimitió de salida. Varios jugadores se eliminaron del partido, otros quedaron presos de sus limitaciones y el pequeño núcleo de supervivientes fue incapaz de encontrar soluciones al juego, que no existió. El desplome resultó estrepitoso. El equipo se quedó en los huesos y sólo Alex tuvo la entereza para levantar la bandera en medio del desastre.
Desde hace varias temporadas, Wilstermann no ha desarrollado un juego que le cubra las bajas. Su fútbol es personalista y si no hay personajes se queda sin juego. El equipo, que conserva los rasgos esquemáticos y operativos de la precedente conducción, se ha acostumbrado a vivir de la generosidad de las musas. Ante defensas ordenadas, rebota. Frente a muros bien construidos, resulta previsible y plano. Sin un medio centro posicional, no tuvo contención ni salida limpia. Y sin aprovisionamiento, Chávez fue borrado por la insomne presión aplicada sobre su figura. No mejoraron las cosas con la titularidad de Villarroel ni con el regreso de Álvarez, al contrario. El equipo colapsó por el centro, abandonado por Saucedo, que debió asumir tareas de demolición cuando está dotado para dar juego. Ese fue su registro contra Bolívar durante 90 largos minutos que descubrieron las carencias del equipo y del entrenador. Porque Portugal asistió al jaque mate sin aportar más solución que el aspaviento. Nada de táctica, ningún correctivo. Mantuvo el diseño de Peña sin corregir sus defectos ni evitar sus errores. Sin un medio centro posicional, no tuvo contención ni salida limpia. Y sin aprovisionamiento, Chávez fue borrado por la insomne presión aplicada sobre su figura. No mejoraron las cosas con la titularidad de Villarroel ni con el regreso de Álvarez, al contrario. El equipo colapsó por el centro, abandonado por Saucedo, que debió asumir tareas de demolición cuando está dotado para dar juego. Al volante, entregado en tareas de contención, compartiendo espacio con Villarroel, no se le vio cómodo. Está más a gusto y rinde a mayor nivel cuando actúa desde la tenencia de la pelota, sin posicionarse cerca de los defensas centrales. No cambió Portugal de sistema, pero sí de hombres, lo que en ocasiones revoluciona más que las modificaciones tácticas.
Blando y tristón, Wilstermann apenas le hizo partido a Bolívar, que jugó con intensidad y firmeza defensiva. El resto era cuestión de tiempo: llegarían los fallos defensivos, los balones perdidos, la oportunidad del contragolpe, el desequilibrio de sus individualidades. Wilstermann iba melancólico hacia el campo celeste, que apagaba con facilidad cualquier conato de incendio. Bien agrupado, Bolívar metía la pierna, ganaba los balones divididos, sofocaba cualquier intento de aproximación del local y procuraba su progresiva depresión con su manejo y la desequilibrante irrupción de Thomaz, sumada a la alta eficacia de Marcos Riquelme.
Ahí se labró la derrota de Wilstermann. Lo de siempre: control, control y control, pero control para nada. Sin profundidad, sin vigor, sin ingenio. Es cierto que dispuso de oportunidades para anotar (cabezazos de Álvarez, disparo de Melgar) y hasta pudo ponerse en ventaja, pero aquellas oportunidades eran más fruto del empuje de sus deprimidas figuras, del atropellamiento, no era algo pletórico de arquitectura. Faltaba conjunción, sociedades. Algo difícil de conseguir con gente tan dispersa y distante. El Fútbol fue tan aburrido como inofensivo. Chávez cargó como pudo con el juego y buscó todas las soluciones que evitaban sus compañeros. Pero todo su voluntarismo magnificó más el hundimiento del resto del equipo, que apenas estuvo para ganar el partido e hizo todo lo posible por perderlo.