De eso no se habla: cómo es trabajar en una "fábrica de censura" en China
Para las empresas chinas, respetar los lineamientos gubernamentales es una cuestión de vida o muerte. De ahí que la necesidad de vigilar los contenidos en línea ha creado una industria en desarrollo: las fábricas de censura, donde ni siquiera la historia queda a salvo
Infobae
Hace tiempo que internet dejó de ser la promesa de un ámbito de libertad sin límite: el usuario es cada vez más tratado como un producto (cuyos datos, por ejemplo, las redes sociales venden a sus anunciantes) y numerosos gobiernos autoritarios utilizan la red como herramienta de control. Entre ellos se destaca China, que con su Gran Muralla Web, su sistema de crédito social, su reconocimiento facial callejero y sus leyes de censura se presenta como modelo de autoritarismo digital.
Una de las características más astutas del sistema chino es que delega en las empresas la aplicación de sus restricciones: si quieren acceder al enorme mercado (800 millones de personas conectadas: más de la cuarta parte de los netizens del mundo) deben incorporar las restricciones y la vigilancia a sus productos. Sucedió con Yahoo; se le exige al buscador de Google.
Eso creó un nuevo oficio: el censor chino de internet.
"Para las empresas chinas, mantenerse seguras en las cuestiones de censura gubernamental es una cuestión de vida o muerte. Además de esa molestia, las autoridades exigen que las empresas se censuren a sí mismas, lo cual las lleva a contratar a miles de personas para vigilar los contenidos", explicó The New York Times. "Eso, a la vez, ha creado una industria creciente y lucrativa: las fábricas de censura".
El periódico citó el caso de Li Chengzhi, un joven de 24 años que, recién salido de la universidad, apenas si había escuchado acerca de la masacre de Tiananmen en 1989 y nada sabía sobre Liu Xiaobo, el premio Nobel de la paz que murió hace dos años encarcelado por disidente. Pero una intensiva capacitación le enseñó sobre eso y mucho más que se debe bloquear en el ciberespacio de China, incluidas palabras claves (el osito Winnie, por ejemplo, que alude al presidente Xi Jinping) o memes.
Li recibe un salario magro, como todos los profesionales de la censura en la internet china, en la firma Beyondsoft, con sede en Beijing, que ofrece a otras empresas el servicio de limpieza bendecido por el gobierno.
"Perder el ritmo podría provocar un error político grave", dijo al periódico Yang Xiao, titular del área de revisión de contenidos de Beyondsoft. Su sector emplea a más de 4.000 trabajadores, un salto enorme desde los 200 que tenía en 2016. Ahora funciona como una fábrica de censura las 24 horas del día.
"China ha construido el sistema más grande y sofisticado de censura online", evaluó el Times. "Se fortaleció aún más desde la llegada a la presidencia de Jinping, quien quiere que internet juegue un papel mayor en la consolidación del control del Partido Comunista sobre la sociedad. Cada vez más contenido se considera delicado; los castigos se vuelven más severos".
Las empresas entrenan modelos de inteligencia artificial, pero se espera que sólo puedan hacer una parte del trabajo: "No es tan aguda como los cerebros humanos", dijo Li. "Se le escapan muchas cosas cuando revisa contenidos". Por eso Beyondsoft tiene 160 empleados en su fábrica de censura de Chengdu, donde trabaja el joven, que a lo largo de cuatro turnos revisan los contenidos potencialmente sensibles en una app de noticias.
Al llegar, Li y sus compañeros deben dejar sus teléfonos móviles en casilleros bajo llave. Tampoco pueden hacer capturas de pantalla ni sacar información alguna de sus computadoras. No es que les interese —en su mayoría, son veinteañeros indiferentes a la política— pero se trata de las reglas que aprendieron durante su entrenamiento.
La capacitación, a cargo de censores con más experiencia, consiste en dos semanas de exposición a información prohibida, que Beyondsoft ha almacenado en una base de datos regularmente acrecentada por visitas a lo que se consideran sitios anti-revolucionarios. Luego de estudiar, los nuevos contratados deben dar un examen, cuyo resultado determinará su nivel salarial, entre USD 350 y USD 500, el promedio en Chengdu.
Una de las 10 preguntas que deben aprobar, por ejemplo, es qué significa la foto de una silla vacía y si hay que censurarla. La respuesta es sí, pues alude a Liu, el premio Nobel que no pudo salir del país para la ceremonia en Estocolmo y fue representado por una silla vacía.
"Toman, por ejemplo, el comentario en un sitio de noticias de Hong Kong, que en 2017 comparó a los seis líderes Chinos desde Mao con los emperadores de la dinastía Han", ilustró el Times. "Algunos usuarios chinos comenzaron a usar los nombres de los emperadores para referirse a los líderes. Los trabajadores de Beyondsoft deben saber cuál nombre de emperador se asocia a cuál líder". Y censurarlo, claro, cuando eso sucede fuera del ámbito del examen, en la vida real.
Cada día, el profesional de la censura encuentra el mismo salvapantalla: fotos y nombres de los miembros actuales y pasados del Comité Permanente del Politburó, el máximo nivel de liderazgo del Partido Comunista; fotos y nombres que debe memorizar. Antes de sentarse a trabajar, su jefe le informará sobre las nuevas instrucciones de censura enviadas por los clientes, que a su vez las reciben del gobierno.
Primero el software de Beyondsoft, llamado Rainbow Shield (Escudo Arcoiris) escanea las páginas, en busca de palabras "potencialmente ofensivas". Su base de datos tiene unas 100.000 expresiones de esa clase y 3 millones de derivados. "Las palabras políticamente delicadas componen la tercera parte de ese total, seguidas por las relacionadas con la pornografía, la prostitución, las apuestas y las armas blancas", según el periódico.
Al encontrar esos términos en un contenido, el programa los destaca en color. Si un texto abunda en colorido, el profesional de la censura pasa entonces a revisarlo. Se estima que cada empleado ve entre 1.000 y 2.000 textos por día, y no puede dedicar más de una hora a los difíciles antes de decidir si pasa o se censura. Tampoco puede trabajar horas extras, porque a mayor paso del tiempo, menor es su concentración y por ende su rendimiento.
Y, sobre todo, no pueden contarle a nadie lo que aprenden en el trabajo. Ni siquiera que el 4 de junio se conmemora la brutal represión de 1989 en la plaza de Tiananmen. "Esta información no es para que esté al alcance de la gente de afuera", dijo Li. "Si la conocieran muchos, se podrían generar rumores".
Sin embargo, Tiananmen es un episodio histórico, no un rumor, objetó el periodista. "Para algunas cosas, uno sólo tiene que obedecer las reglas", le respondió el joven censor.
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Hace tiempo que internet dejó de ser la promesa de un ámbito de libertad sin límite: el usuario es cada vez más tratado como un producto (cuyos datos, por ejemplo, las redes sociales venden a sus anunciantes) y numerosos gobiernos autoritarios utilizan la red como herramienta de control. Entre ellos se destaca China, que con su Gran Muralla Web, su sistema de crédito social, su reconocimiento facial callejero y sus leyes de censura se presenta como modelo de autoritarismo digital.
Una de las características más astutas del sistema chino es que delega en las empresas la aplicación de sus restricciones: si quieren acceder al enorme mercado (800 millones de personas conectadas: más de la cuarta parte de los netizens del mundo) deben incorporar las restricciones y la vigilancia a sus productos. Sucedió con Yahoo; se le exige al buscador de Google.
Eso creó un nuevo oficio: el censor chino de internet.
"Para las empresas chinas, mantenerse seguras en las cuestiones de censura gubernamental es una cuestión de vida o muerte. Además de esa molestia, las autoridades exigen que las empresas se censuren a sí mismas, lo cual las lleva a contratar a miles de personas para vigilar los contenidos", explicó The New York Times. "Eso, a la vez, ha creado una industria creciente y lucrativa: las fábricas de censura".
El periódico citó el caso de Li Chengzhi, un joven de 24 años que, recién salido de la universidad, apenas si había escuchado acerca de la masacre de Tiananmen en 1989 y nada sabía sobre Liu Xiaobo, el premio Nobel de la paz que murió hace dos años encarcelado por disidente. Pero una intensiva capacitación le enseñó sobre eso y mucho más que se debe bloquear en el ciberespacio de China, incluidas palabras claves (el osito Winnie, por ejemplo, que alude al presidente Xi Jinping) o memes.
Li recibe un salario magro, como todos los profesionales de la censura en la internet china, en la firma Beyondsoft, con sede en Beijing, que ofrece a otras empresas el servicio de limpieza bendecido por el gobierno.
"Perder el ritmo podría provocar un error político grave", dijo al periódico Yang Xiao, titular del área de revisión de contenidos de Beyondsoft. Su sector emplea a más de 4.000 trabajadores, un salto enorme desde los 200 que tenía en 2016. Ahora funciona como una fábrica de censura las 24 horas del día.
"China ha construido el sistema más grande y sofisticado de censura online", evaluó el Times. "Se fortaleció aún más desde la llegada a la presidencia de Jinping, quien quiere que internet juegue un papel mayor en la consolidación del control del Partido Comunista sobre la sociedad. Cada vez más contenido se considera delicado; los castigos se vuelven más severos".
Las empresas entrenan modelos de inteligencia artificial, pero se espera que sólo puedan hacer una parte del trabajo: "No es tan aguda como los cerebros humanos", dijo Li. "Se le escapan muchas cosas cuando revisa contenidos". Por eso Beyondsoft tiene 160 empleados en su fábrica de censura de Chengdu, donde trabaja el joven, que a lo largo de cuatro turnos revisan los contenidos potencialmente sensibles en una app de noticias.
Al llegar, Li y sus compañeros deben dejar sus teléfonos móviles en casilleros bajo llave. Tampoco pueden hacer capturas de pantalla ni sacar información alguna de sus computadoras. No es que les interese —en su mayoría, son veinteañeros indiferentes a la política— pero se trata de las reglas que aprendieron durante su entrenamiento.
La capacitación, a cargo de censores con más experiencia, consiste en dos semanas de exposición a información prohibida, que Beyondsoft ha almacenado en una base de datos regularmente acrecentada por visitas a lo que se consideran sitios anti-revolucionarios. Luego de estudiar, los nuevos contratados deben dar un examen, cuyo resultado determinará su nivel salarial, entre USD 350 y USD 500, el promedio en Chengdu.
Una de las 10 preguntas que deben aprobar, por ejemplo, es qué significa la foto de una silla vacía y si hay que censurarla. La respuesta es sí, pues alude a Liu, el premio Nobel que no pudo salir del país para la ceremonia en Estocolmo y fue representado por una silla vacía.
"Toman, por ejemplo, el comentario en un sitio de noticias de Hong Kong, que en 2017 comparó a los seis líderes Chinos desde Mao con los emperadores de la dinastía Han", ilustró el Times. "Algunos usuarios chinos comenzaron a usar los nombres de los emperadores para referirse a los líderes. Los trabajadores de Beyondsoft deben saber cuál nombre de emperador se asocia a cuál líder". Y censurarlo, claro, cuando eso sucede fuera del ámbito del examen, en la vida real.
Cada día, el profesional de la censura encuentra el mismo salvapantalla: fotos y nombres de los miembros actuales y pasados del Comité Permanente del Politburó, el máximo nivel de liderazgo del Partido Comunista; fotos y nombres que debe memorizar. Antes de sentarse a trabajar, su jefe le informará sobre las nuevas instrucciones de censura enviadas por los clientes, que a su vez las reciben del gobierno.
Primero el software de Beyondsoft, llamado Rainbow Shield (Escudo Arcoiris) escanea las páginas, en busca de palabras "potencialmente ofensivas". Su base de datos tiene unas 100.000 expresiones de esa clase y 3 millones de derivados. "Las palabras políticamente delicadas componen la tercera parte de ese total, seguidas por las relacionadas con la pornografía, la prostitución, las apuestas y las armas blancas", según el periódico.
Al encontrar esos términos en un contenido, el programa los destaca en color. Si un texto abunda en colorido, el profesional de la censura pasa entonces a revisarlo. Se estima que cada empleado ve entre 1.000 y 2.000 textos por día, y no puede dedicar más de una hora a los difíciles antes de decidir si pasa o se censura. Tampoco puede trabajar horas extras, porque a mayor paso del tiempo, menor es su concentración y por ende su rendimiento.
Y, sobre todo, no pueden contarle a nadie lo que aprenden en el trabajo. Ni siquiera que el 4 de junio se conmemora la brutal represión de 1989 en la plaza de Tiananmen. "Esta información no es para que esté al alcance de la gente de afuera", dijo Li. "Si la conocieran muchos, se podrían generar rumores".
Sin embargo, Tiananmen es un episodio histórico, no un rumor, objetó el periodista. "Para algunas cosas, uno sólo tiene que obedecer las reglas", le respondió el joven censor.