Bolsonaro y Trump exhiben su alianza el día del cambio ultraderechista en Brasil
El militar retirado toma posesión de la presidencia en Brasilia ante miles de personas, con los primeros ministros de Israel y Hungría y el jefe de la diplomacia de EE UU como invitados
Naiara Galarraga Gortázar
Brasilia, El País
El militar retirado Jair Messias Bolsonaro, de 63 años, se convirtió este Año Nuevo en el primer presidente ultraderechista de Brasil desde el fin de la dictadura. En su discurso inaugural, aparcó su habitual criminalización del Partido de los Trabajadores (PT) para convocar a los diputados a unirse en “la misión de reconstruir la patria liberándola del crimen, la corrupción, la sumisión ideológica y la irresponsabilidad económica”. Bolsonaro y el presidente de EE UU, Donald Trump, aprovecharon la inauguración para exhibir, vía Twitter, su alianza, que supone un giro copernicano de la política exterior brasileña.
Trump saludó al nuevo presidente de Brasil con un tuit que decía: “Estados Unidos está contigo”, a lo que este respondió: “Juntos, con la protección de Dios, traeremos más prosperidad y progreso a nuestros pueblos”. El nuevo presidente, que exhibe su admiración por el magnate, su discurso y método, pretende forjar una alianza con la primera potencia mundial, aunque a la ceremonia Washington envió al secretario de Estado, Mike Pompeo.
Bolsonaro, que llega al cargo con un fuerte mandato de los electores (ganó con el 55%) para que resuelva los grandes males que lastran a la primera potencia latinoamericana y entierre el legado del PT, afirmó que actuará “guiado por la Constitución y con Dios en el corazón”. “Brasil y Dios por encima de todo”, subrayó. Durante su discurso al país (el segundo del día) desde el palacio de Planalto y ante una multitud de devotos, sacó de repente una bandera de Brasil y la agitó como en un estadio al grito de “nuestra bandera jamás será roja”, un grito de guerra bolsonarista que hace referencia al PT y a la izquierda.
La ausencia de la toma de posesión del PT, que lidera Lula da Silva, encarcelado por corrupción, da la medida de la polarización imperante. La formación, que encabeza la oposición, decidió no asistir porque el “odio anti-PT del presidente electo es una expresión de un proyecto que, asaltando las instituciones, pretende instaurar un Estado policial y destruir las conquistas históricas del pueblo brasileño”.
Aunque el ya presidente Bolsonaro no lo haya explicitado, es lo que le reclaman sus fieles. Fátima Braga, una de las decenas de miles de seguidores que se acercaron a la plaza de los Tres Poderes de Brasilia a escuchar su discurso, explicó: “Damos la bienvenida a un nuevo Brasil que acabe con el régimen del PT”. Esta funcionaria jubilada de 63 años considera que “Brasil no necesita un salvador de la patria” y que “Bolsonaro tiene una trayectoria (en el Congreso) y no es corrupto”.
Sus siete legislaturas han pasado sin pena ni gloria, aunque él se ha mantenido fiel al discurso con el que ha triunfado, contrario a las minorías, a lo que llama ideología de género, los comunistas, y de defensa de las fuerzas de seguridad y de los valores cristianos. Sus seguidores repiten estos puntos como un mantra mientras desechan cualquier discrepancia como fruto de falsedades. Aunque todos los presidentes han cortejado a los pujantes electores evangélicos, la fuerte presencia religiosa en las palabras y actos del mandatario resulta novedosa.
A la ceremonia asistieron dos primeros ministros muy afines a Bolsonaro, como el israelí Benjamín Netanyahu, que concluía una visita oficial de cinco días, y el húngaro Viktor Orbán, además de mandatarios de la región como el chileno Sebastián Piñera o el boliviano Evo Morales. Bolsonaro retiró las invitaciones a Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Brasilia, la capital, acogió una toma de posesión con una expectación que recuerda a la que generó la de Lula, en Año Nuevo de 2003. Las ansias de cambio eran entonces también enormes. Aquel fue un giro a la izquierda, ahora es un volantazo a la ultraderecha. La división imperante quedó clara en la plaza de los Tres Poderes —donde se ubican las sedes del Gobierno, el Congreso y el Supremo— con los abucheos a los diputados no afines a Bolsonaro.
La victoria de este antiguo capitán nostálgico de la dictadura en la octava economía del mundo se ha producido cuando deja atrás una recesión. Brasil tiene 209 millones de habitantes y un PIB de casi dos billones de euros. España genera un 65% de esa riqueza con cuatro veces menos población. Junto a Bolsonaro, juró el cargo su vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão. Casi un tercio del Gabinete son militares. Los siete uniformados del Gobierno de 22 ministros contrastan con dos únicas ministras.
Congreso atomizado
La política brasileña llevaba ya años subida en una montaña rusa cuando Bolsonaro, usando con habilidad las redes sociales y las medias verdades, supo capitalizar la ira contra los políticos y la desilusión. Los brasileños son los latinoamericanos menos satisfechos con la democracia. Solo el 9% lo está frente a la media regional del 24%, según el último Latinobarómetro. Por eso el triunfo del exmilitar inquieta tanto en el Brasil que no le votó (el 45% apoyó a Fernando Haddad). Los partidos de centroderecha han quedado prácticamente barridos del nuevo Congreso, muy atomizado.
Bolsonaro ha triunfado con un discurso muy nacionalista que da la espalda a Mercosur; ultraconservador en lo moral; privatizador en lo económico y que defiende disparar a matar a los delincuentes si sus víctimas o la policía están en peligro. En su discurso al Congreso volvió a apostar por flexibilizar la venta de armas y aseguró que el Estado no gastará más de lo que recaude.
En las próximas semanas se verá si abandona el pacto de París sobre el cambio climático y el acuerdo de la ONU sobre inmigración. La promesa de trasladar la embajada a Jerusalén tampoco ha sido oficializada durante la visita de Netanyahu. En el horizonte está el posible boicot de los países árabes, buenos socios comerciales.
El ultraderechista recibió la banda presidencial de Michel Temer, de centroderecha, que llegó a la jefatura tras la destitución en 2016 de Dilma Rousseff, heredera de Lula. Clara muestra de hasta qué punto la corrupción enfanga la política brasileña es que en cuanto Temer pierda la inmunidad se acelerarán investigaciones por corrupción que le acechan.
Naiara Galarraga Gortázar
Brasilia, El País
El militar retirado Jair Messias Bolsonaro, de 63 años, se convirtió este Año Nuevo en el primer presidente ultraderechista de Brasil desde el fin de la dictadura. En su discurso inaugural, aparcó su habitual criminalización del Partido de los Trabajadores (PT) para convocar a los diputados a unirse en “la misión de reconstruir la patria liberándola del crimen, la corrupción, la sumisión ideológica y la irresponsabilidad económica”. Bolsonaro y el presidente de EE UU, Donald Trump, aprovecharon la inauguración para exhibir, vía Twitter, su alianza, que supone un giro copernicano de la política exterior brasileña.
Trump saludó al nuevo presidente de Brasil con un tuit que decía: “Estados Unidos está contigo”, a lo que este respondió: “Juntos, con la protección de Dios, traeremos más prosperidad y progreso a nuestros pueblos”. El nuevo presidente, que exhibe su admiración por el magnate, su discurso y método, pretende forjar una alianza con la primera potencia mundial, aunque a la ceremonia Washington envió al secretario de Estado, Mike Pompeo.
Bolsonaro, que llega al cargo con un fuerte mandato de los electores (ganó con el 55%) para que resuelva los grandes males que lastran a la primera potencia latinoamericana y entierre el legado del PT, afirmó que actuará “guiado por la Constitución y con Dios en el corazón”. “Brasil y Dios por encima de todo”, subrayó. Durante su discurso al país (el segundo del día) desde el palacio de Planalto y ante una multitud de devotos, sacó de repente una bandera de Brasil y la agitó como en un estadio al grito de “nuestra bandera jamás será roja”, un grito de guerra bolsonarista que hace referencia al PT y a la izquierda.
La ausencia de la toma de posesión del PT, que lidera Lula da Silva, encarcelado por corrupción, da la medida de la polarización imperante. La formación, que encabeza la oposición, decidió no asistir porque el “odio anti-PT del presidente electo es una expresión de un proyecto que, asaltando las instituciones, pretende instaurar un Estado policial y destruir las conquistas históricas del pueblo brasileño”.
Aunque el ya presidente Bolsonaro no lo haya explicitado, es lo que le reclaman sus fieles. Fátima Braga, una de las decenas de miles de seguidores que se acercaron a la plaza de los Tres Poderes de Brasilia a escuchar su discurso, explicó: “Damos la bienvenida a un nuevo Brasil que acabe con el régimen del PT”. Esta funcionaria jubilada de 63 años considera que “Brasil no necesita un salvador de la patria” y que “Bolsonaro tiene una trayectoria (en el Congreso) y no es corrupto”.
Sus siete legislaturas han pasado sin pena ni gloria, aunque él se ha mantenido fiel al discurso con el que ha triunfado, contrario a las minorías, a lo que llama ideología de género, los comunistas, y de defensa de las fuerzas de seguridad y de los valores cristianos. Sus seguidores repiten estos puntos como un mantra mientras desechan cualquier discrepancia como fruto de falsedades. Aunque todos los presidentes han cortejado a los pujantes electores evangélicos, la fuerte presencia religiosa en las palabras y actos del mandatario resulta novedosa.
A la ceremonia asistieron dos primeros ministros muy afines a Bolsonaro, como el israelí Benjamín Netanyahu, que concluía una visita oficial de cinco días, y el húngaro Viktor Orbán, además de mandatarios de la región como el chileno Sebastián Piñera o el boliviano Evo Morales. Bolsonaro retiró las invitaciones a Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Brasilia, la capital, acogió una toma de posesión con una expectación que recuerda a la que generó la de Lula, en Año Nuevo de 2003. Las ansias de cambio eran entonces también enormes. Aquel fue un giro a la izquierda, ahora es un volantazo a la ultraderecha. La división imperante quedó clara en la plaza de los Tres Poderes —donde se ubican las sedes del Gobierno, el Congreso y el Supremo— con los abucheos a los diputados no afines a Bolsonaro.
La victoria de este antiguo capitán nostálgico de la dictadura en la octava economía del mundo se ha producido cuando deja atrás una recesión. Brasil tiene 209 millones de habitantes y un PIB de casi dos billones de euros. España genera un 65% de esa riqueza con cuatro veces menos población. Junto a Bolsonaro, juró el cargo su vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão. Casi un tercio del Gabinete son militares. Los siete uniformados del Gobierno de 22 ministros contrastan con dos únicas ministras.
Congreso atomizado
La política brasileña llevaba ya años subida en una montaña rusa cuando Bolsonaro, usando con habilidad las redes sociales y las medias verdades, supo capitalizar la ira contra los políticos y la desilusión. Los brasileños son los latinoamericanos menos satisfechos con la democracia. Solo el 9% lo está frente a la media regional del 24%, según el último Latinobarómetro. Por eso el triunfo del exmilitar inquieta tanto en el Brasil que no le votó (el 45% apoyó a Fernando Haddad). Los partidos de centroderecha han quedado prácticamente barridos del nuevo Congreso, muy atomizado.
Bolsonaro ha triunfado con un discurso muy nacionalista que da la espalda a Mercosur; ultraconservador en lo moral; privatizador en lo económico y que defiende disparar a matar a los delincuentes si sus víctimas o la policía están en peligro. En su discurso al Congreso volvió a apostar por flexibilizar la venta de armas y aseguró que el Estado no gastará más de lo que recaude.
En las próximas semanas se verá si abandona el pacto de París sobre el cambio climático y el acuerdo de la ONU sobre inmigración. La promesa de trasladar la embajada a Jerusalén tampoco ha sido oficializada durante la visita de Netanyahu. En el horizonte está el posible boicot de los países árabes, buenos socios comerciales.
El ultraderechista recibió la banda presidencial de Michel Temer, de centroderecha, que llegó a la jefatura tras la destitución en 2016 de Dilma Rousseff, heredera de Lula. Clara muestra de hasta qué punto la corrupción enfanga la política brasileña es que en cuanto Temer pierda la inmunidad se acelerarán investigaciones por corrupción que le acechan.