Tras los pasos salvajes de Mowgli, inspirado en un niño lobo indio
Kipling alumbró ‘El libro de la selva’, ahora objeto de una nueva película y de una reedición, inspirado en India, donde se registraron numerosos casos de pequeños salvajes
Ángel Martínez
Bombay, El País
La falta de adaptación y el enfrentamiento entre la sociedad civilizada y la naturaleza salvaje quedaron plasmados en El libro de la selva, clásico de la literatura universal. Publicadas en revistas entre 1893 y 1894, aquel conjunto de fábulas disfrazaron de cuentos infantiles tanto el efecto psicológico denominado oveja negra como el choque filosófico entre la bondad natural justificada por Jean-Jacques Rousseau y la idea de que el hombre es un lobo para el hombre defendida por Thomas Hobbes.
Obviadas por la interpretación edulcorada de Disney, ambas paradojas han regresado a la pantalla con Mowgli: la leyenda de la jungla. La reciente y siniestra versión distribuida por Netflix también vuelve a dar relevancia a su autor; cuya infancia en la India colonial marcó su obra más conocida. Además, la editorial Edelvives acaba de publicar en castellano (Baula, en catalán) una cuidada edición facsimilar del libro, con ilustraciones de Stuart Tresilian, las originales de J. Lockwood Kipling, profesor de arte y padre del escritor, y nuevas imágenes a color basadas en los dibujos del primero.
Primer británico en conseguir el Nobel de Literatura, el poeta y escritor Rudyard Kipling (1865-1936), sin embargo, nació en Bombay y aderezó su obra más famosa con referencias a la sociedad colonial en la que se crió. Así, El libro de la selva no solo se desarrolla en Seeonee (actualmente Seoni), corazón de India, sino que sus populares personajes también son aborígenes del subcontinente: desde la severa Bagheera (bagh es pantera en hindi) hasta el tirano Shere Khan (sher significa tigre), pasando por el afable Baloo (oso en el idioma nacional). También el protagonista del libro se cree inspirado en los casos de niños salvajes registrados a finales del siglo XIX en India y cuyas dramáticas historias perfilaron la crítica social detrás de la leyenda de Mowgli.
14 niños fueron encontrados a la intemperie en el Estado septentrional indio de Uttar Pradesh entre 1841 y 1895; siete de los cuales fueron documentados por el general W. H. Sleeman en A Journey Through the Kingdom of Oude, 1948-50 (1858): “Los lobos son numerosos en Sultanpoor, en las cercanías del río Goomtree y sus desfiladeros; y una gran cantidad de niños son llevados hasta allí desde ciudades, pueblos y campos”. Según el relato del general inglés, todos los menores capturados tenían características salvajes, como la predilección por la carne cruda y actitudes “agresivas” por las que tenían que ser atados. “Había signos evidentes, en rodillas y codos, de haber caminado a cuatro patas y cuando se le pedía que corriese, lo hacía tan rápido que nadie le superaba”, escribió sobre el primer niño capturado.
La administración del Imperio Británico no logró que los menores se adaptasen a la sociedad ni que aprendiesen una sola palabra tras ser criados por animales —a diferencia de casos posteriores de infantes abandonados cuando ya podían hablar, como Marcos Pantoja, el niño salvaje de Sierra Morena, encontrado en 1953 tras 12 años en el monte.
Incomunicados y en cautividad, los niños lobo indios solo se relacionaban con los que habían sido su especie hasta entonces. “La noche siguiente, tres lobos llegaron y cuatro al día siguiente, para jugar con él”, describió Sleeman de uno de los niños salvajes, que escapó a los pocos días. Regresados a su ámbito natural o muertos al poco de ser apresados, solo uno llegó a sobrevivir décadas entre humanos después de haber pasado toda su infancia en la jungla.
En 1867 una expedición de cazadores capturó a un niño en un cubil en las cercanías a Bulandshahr, a las afueras de la antigua Delhi. Llevado al orfanato de Sikandra en la vecina Agra en sábado (sanichar, en hindi), el niño fue cristianizado como Dina Sanichar. “Él había adquirido el hábito de roer los huesos para afilar sus dientes y rechazaba los intentos iniciales de ser vestido. Lo único que llegó a aprender durante los 20 años en compañía humana fue a mantenerse erecto, vestirse con dificultad y cuidar de su plato y de su vaso”, relató el sociólogo francés Lucien Maison en su ensayo Les Enfant Sauvages (1964), basándose en las investigaciones de la irlandesa Valentine Ball.
Pionera del equipo del estudio geológico de India y posterior directora del Museo Nacional de Irlanda, la antropóloga Valentine Ball describió a Dina Sanichar como el “perfecto animal salvaje desde todos los puntos de vista”. Sus estudios Jungle Life in India (1880) y Jungle Trails in Northern India (1938), sin embargo, describen cómo el adiestramiento del niño salvaje en el hospicio de la ciudad del Taj Mahal nunca tuvo efecto y Dina Sanichar no vocalizó “nada más que el gemido melancólico que hacen los jóvenes cachorros”. Su cuidador, el padre Erhardt, no consiguió que adquiriese ningún comportamiento humano salvo la afición por el tabaco hasta que murió de tuberculosis cuando rondaba los 30 años.
La perversión de más de 20 años de imposición social a Dina Sanichar guarda estrecha relación con la leyenda del Mowgli de Kipling, quien admitió en una correspondencia en 1895 haberse servido de varias fuentes de inspiración, no solo de su imaginación. Como en la historia real, El libro de la selva muestra el peligro del choque entre dos mundos opuestos. Aunque defensor confeso del colonialismo británico y tildado por George Orwell, de “imperialista” y “moralmente insensible”, Kipling plasmó en una parábola literaria única la lucha entre dos civilizaciones, las diferencias de clases y castas, y su personal falta de adaptación a una India que siempre le fue extraña.
Ángel Martínez
Bombay, El País
La falta de adaptación y el enfrentamiento entre la sociedad civilizada y la naturaleza salvaje quedaron plasmados en El libro de la selva, clásico de la literatura universal. Publicadas en revistas entre 1893 y 1894, aquel conjunto de fábulas disfrazaron de cuentos infantiles tanto el efecto psicológico denominado oveja negra como el choque filosófico entre la bondad natural justificada por Jean-Jacques Rousseau y la idea de que el hombre es un lobo para el hombre defendida por Thomas Hobbes.
Obviadas por la interpretación edulcorada de Disney, ambas paradojas han regresado a la pantalla con Mowgli: la leyenda de la jungla. La reciente y siniestra versión distribuida por Netflix también vuelve a dar relevancia a su autor; cuya infancia en la India colonial marcó su obra más conocida. Además, la editorial Edelvives acaba de publicar en castellano (Baula, en catalán) una cuidada edición facsimilar del libro, con ilustraciones de Stuart Tresilian, las originales de J. Lockwood Kipling, profesor de arte y padre del escritor, y nuevas imágenes a color basadas en los dibujos del primero.
Primer británico en conseguir el Nobel de Literatura, el poeta y escritor Rudyard Kipling (1865-1936), sin embargo, nació en Bombay y aderezó su obra más famosa con referencias a la sociedad colonial en la que se crió. Así, El libro de la selva no solo se desarrolla en Seeonee (actualmente Seoni), corazón de India, sino que sus populares personajes también son aborígenes del subcontinente: desde la severa Bagheera (bagh es pantera en hindi) hasta el tirano Shere Khan (sher significa tigre), pasando por el afable Baloo (oso en el idioma nacional). También el protagonista del libro se cree inspirado en los casos de niños salvajes registrados a finales del siglo XIX en India y cuyas dramáticas historias perfilaron la crítica social detrás de la leyenda de Mowgli.
14 niños fueron encontrados a la intemperie en el Estado septentrional indio de Uttar Pradesh entre 1841 y 1895; siete de los cuales fueron documentados por el general W. H. Sleeman en A Journey Through the Kingdom of Oude, 1948-50 (1858): “Los lobos son numerosos en Sultanpoor, en las cercanías del río Goomtree y sus desfiladeros; y una gran cantidad de niños son llevados hasta allí desde ciudades, pueblos y campos”. Según el relato del general inglés, todos los menores capturados tenían características salvajes, como la predilección por la carne cruda y actitudes “agresivas” por las que tenían que ser atados. “Había signos evidentes, en rodillas y codos, de haber caminado a cuatro patas y cuando se le pedía que corriese, lo hacía tan rápido que nadie le superaba”, escribió sobre el primer niño capturado.
La administración del Imperio Británico no logró que los menores se adaptasen a la sociedad ni que aprendiesen una sola palabra tras ser criados por animales —a diferencia de casos posteriores de infantes abandonados cuando ya podían hablar, como Marcos Pantoja, el niño salvaje de Sierra Morena, encontrado en 1953 tras 12 años en el monte.
Incomunicados y en cautividad, los niños lobo indios solo se relacionaban con los que habían sido su especie hasta entonces. “La noche siguiente, tres lobos llegaron y cuatro al día siguiente, para jugar con él”, describió Sleeman de uno de los niños salvajes, que escapó a los pocos días. Regresados a su ámbito natural o muertos al poco de ser apresados, solo uno llegó a sobrevivir décadas entre humanos después de haber pasado toda su infancia en la jungla.
En 1867 una expedición de cazadores capturó a un niño en un cubil en las cercanías a Bulandshahr, a las afueras de la antigua Delhi. Llevado al orfanato de Sikandra en la vecina Agra en sábado (sanichar, en hindi), el niño fue cristianizado como Dina Sanichar. “Él había adquirido el hábito de roer los huesos para afilar sus dientes y rechazaba los intentos iniciales de ser vestido. Lo único que llegó a aprender durante los 20 años en compañía humana fue a mantenerse erecto, vestirse con dificultad y cuidar de su plato y de su vaso”, relató el sociólogo francés Lucien Maison en su ensayo Les Enfant Sauvages (1964), basándose en las investigaciones de la irlandesa Valentine Ball.
Pionera del equipo del estudio geológico de India y posterior directora del Museo Nacional de Irlanda, la antropóloga Valentine Ball describió a Dina Sanichar como el “perfecto animal salvaje desde todos los puntos de vista”. Sus estudios Jungle Life in India (1880) y Jungle Trails in Northern India (1938), sin embargo, describen cómo el adiestramiento del niño salvaje en el hospicio de la ciudad del Taj Mahal nunca tuvo efecto y Dina Sanichar no vocalizó “nada más que el gemido melancólico que hacen los jóvenes cachorros”. Su cuidador, el padre Erhardt, no consiguió que adquiriese ningún comportamiento humano salvo la afición por el tabaco hasta que murió de tuberculosis cuando rondaba los 30 años.
La perversión de más de 20 años de imposición social a Dina Sanichar guarda estrecha relación con la leyenda del Mowgli de Kipling, quien admitió en una correspondencia en 1895 haberse servido de varias fuentes de inspiración, no solo de su imaginación. Como en la historia real, El libro de la selva muestra el peligro del choque entre dos mundos opuestos. Aunque defensor confeso del colonialismo británico y tildado por George Orwell, de “imperialista” y “moralmente insensible”, Kipling plasmó en una parábola literaria única la lucha entre dos civilizaciones, las diferencias de clases y castas, y su personal falta de adaptación a una India que siempre le fue extraña.