La falsa traición de Mourinho
No hay relato más falso del despido del técnico luso que el de su traición al estilo del Manchester United.
Santiago Segurola
El País
No hay relato más falso del despido de Mourinho que el de su traición al estilo del Manchester United. Si se produjo alguna traición correspondió al club, que publicita el fútbol de ataque pero eligió a un pragmático de tal calibre que se convirtió en aquello que más detesta: un bardo del pragmatismo. Mourinho no engañó a nadie cuando persiguió y se dejó perseguir por el equipo más poderoso de Inglaterra. Era el mismo demagogo, narcisista y divisorio personaje de siempre, pero cada vez más alejado de la realidad y más cercano a la parodia que le devora como entrenador.
Se han elaborado toda clase de análisis y teorías para justificar la decisión del Manchester United, después de dos temporadas frustrantes para un equipo que gobernó el fútbol inglés durante 20 años. El club es tan grande y el entrenador tan conocido que la destitución admite un sinfín de lecturas. Una muy popular ha pretendido exonerar al Manchester United de su responsabilidad en un periodo que rebasa el mandato de Mourinho, tercer técnico desde la marcha de Alex Ferguson en 2012.
Nunca es fácil gestionar el final del éxito y abocarse al territorio de la incertidumbre. El Manchester United eligió a David Moyes porque era amigo de Ferguson y tan escocés como él. No funcionó. A Moyes, perteneciente a la vieja escuela británica, le vino grande el club, el equipo y la deriva internacional de la Premier. Desde entonces, Moyes va de tumbo en tumbo. Con Van Gaal se pretendió dar un toque continental al equipo y confiar en la buena mano del técnico holandés con la cantera, ingrediente indiscutible en el éxito de Ferguson con la generación de Giggs, Scholes, Beckham, Butt y los hermanos Neville.
La oportunidad le llegó tarde a Van Gaal. Ya no estaba en condiciones de transformar el equipo como había ocurrido 20 años antes con el Ajax. No tenía la edad, la paciencia y la energía para acometer un desafío enorme. El Manchester United quería títulos inmediatamente y Van Gaal no los consiguió, aunque durante su interregno emergieron Rashford y Lingaard, dos jóvenes y excelentes delanteros.
El fichaje de Mourinho no se debió a ningún interés por perpetuar la tradición del fútbol atacante del Manchester United, tradición más que discutible, a pesar de la publicidad que recibe desde tiempo inmemorial. Mourinho llegó porque el Manchester United comenzaba a entrar en estado de pánico después de tres temporadas irrelevantes en la Liga. El desembarco de Jurgen Klopp en el Liverpool medio año antes y el de Pep Guardiola en el Manchester City, es decir, el gran rival histórico y el adversario local, exacerbaron la inseguridad en el club.
A Mourinho le contrataron porque su celebridad cuadraba bien con uno de los equipos más prestigiosos del mundo y porque tenía fama de pragmático incurable. No se ficha a Mourinho por su finura estética, ni por la creatividad de sus equipos. El problema es que Mourinho ya no era el entrenador ambicioso y hambriento que irrumpió en el Chelsea cuando en la Premier sólo había cinco técnicos extranjeros.
El portugués aprovechó esta ventaja frente a los dinosaurios que dominaban el campeonato en 2004. Esta temporada, 15 de los 20 entrenadores de la Premier League son extranjeros. Algunos de ellos figuran entre los mejores y más innovadores de la historia. No es el caso de Mourinho, cuya regresión es evidente. Probablemente, su tiempo ha pasado. Hace tiempo que no asegura lo que prometía: fiabilidad y éxitos. A eso, y a nada más, se agarró el Manchester United. En cuanto al estilo, Mourinho no engañó a nadie. Si alguien cometió una traición, fue el Manchester United cuando le fichó.
Santiago Segurola
El País
No hay relato más falso del despido de Mourinho que el de su traición al estilo del Manchester United. Si se produjo alguna traición correspondió al club, que publicita el fútbol de ataque pero eligió a un pragmático de tal calibre que se convirtió en aquello que más detesta: un bardo del pragmatismo. Mourinho no engañó a nadie cuando persiguió y se dejó perseguir por el equipo más poderoso de Inglaterra. Era el mismo demagogo, narcisista y divisorio personaje de siempre, pero cada vez más alejado de la realidad y más cercano a la parodia que le devora como entrenador.
Se han elaborado toda clase de análisis y teorías para justificar la decisión del Manchester United, después de dos temporadas frustrantes para un equipo que gobernó el fútbol inglés durante 20 años. El club es tan grande y el entrenador tan conocido que la destitución admite un sinfín de lecturas. Una muy popular ha pretendido exonerar al Manchester United de su responsabilidad en un periodo que rebasa el mandato de Mourinho, tercer técnico desde la marcha de Alex Ferguson en 2012.
Nunca es fácil gestionar el final del éxito y abocarse al territorio de la incertidumbre. El Manchester United eligió a David Moyes porque era amigo de Ferguson y tan escocés como él. No funcionó. A Moyes, perteneciente a la vieja escuela británica, le vino grande el club, el equipo y la deriva internacional de la Premier. Desde entonces, Moyes va de tumbo en tumbo. Con Van Gaal se pretendió dar un toque continental al equipo y confiar en la buena mano del técnico holandés con la cantera, ingrediente indiscutible en el éxito de Ferguson con la generación de Giggs, Scholes, Beckham, Butt y los hermanos Neville.
La oportunidad le llegó tarde a Van Gaal. Ya no estaba en condiciones de transformar el equipo como había ocurrido 20 años antes con el Ajax. No tenía la edad, la paciencia y la energía para acometer un desafío enorme. El Manchester United quería títulos inmediatamente y Van Gaal no los consiguió, aunque durante su interregno emergieron Rashford y Lingaard, dos jóvenes y excelentes delanteros.
El fichaje de Mourinho no se debió a ningún interés por perpetuar la tradición del fútbol atacante del Manchester United, tradición más que discutible, a pesar de la publicidad que recibe desde tiempo inmemorial. Mourinho llegó porque el Manchester United comenzaba a entrar en estado de pánico después de tres temporadas irrelevantes en la Liga. El desembarco de Jurgen Klopp en el Liverpool medio año antes y el de Pep Guardiola en el Manchester City, es decir, el gran rival histórico y el adversario local, exacerbaron la inseguridad en el club.
A Mourinho le contrataron porque su celebridad cuadraba bien con uno de los equipos más prestigiosos del mundo y porque tenía fama de pragmático incurable. No se ficha a Mourinho por su finura estética, ni por la creatividad de sus equipos. El problema es que Mourinho ya no era el entrenador ambicioso y hambriento que irrumpió en el Chelsea cuando en la Premier sólo había cinco técnicos extranjeros.
El portugués aprovechó esta ventaja frente a los dinosaurios que dominaban el campeonato en 2004. Esta temporada, 15 de los 20 entrenadores de la Premier League son extranjeros. Algunos de ellos figuran entre los mejores y más innovadores de la historia. No es el caso de Mourinho, cuya regresión es evidente. Probablemente, su tiempo ha pasado. Hace tiempo que no asegura lo que prometía: fiabilidad y éxitos. A eso, y a nada más, se agarró el Manchester United. En cuanto al estilo, Mourinho no engañó a nadie. Si alguien cometió una traición, fue el Manchester United cuando le fichó.