Fiesta del Atleti en el Wanda

El Atlético goleó al Alavés con goles de Kalinic, que se estrenó en Liga, Griezmann y Rodrigo H. Los de Simeone se colocan colíderes, empatados con el Barça.

Patricia Cazón
As
El partido comenzó como si el rock de los altavoces se hubiese trasladado al césped. Duro, contundente, áspero. Apareció la pelea antes que el fútbol en este partido de sábado de puente, una de la tarde en Madrid. Calleri empieza, deja un brazo atrás; Kalinic responde, la pierna. Hernández Hernández pronto se vio obligado a tirar de bolsillo. Minuto 4 y el croata ya veía la amarilla.


Había salido el Atleti bien, combinando y con precisión, por la banda de Arias y Correa. El primero percutía, el segundo se diluiría pasados los primeros 15 minutos. El Alavés es un equipo que te desgasta y ese era su plan: centrar balones y que Calleri los bajara. En el Atleti ningun ocasión germinaba. Rondaba, pero no llegaba. Con Wakaso anulado, Thomas ponía físico y Rodrigo control (con alguna pérdida de balón peligrosa). Y la mano de Hernández Hernández que no dejaba de entrar y salir de su bolsillo: 20 minutos, cuatro tarjetas. Y subiendo. Fue la enésima subida de Arias lo que devolvió el rock a los altavoces del estadio.

La jugada la inició Lemar, controló Arias, centró con guante. En la línea de gol apareció Kalinic para golpear con lo que fuera. Cintura, barriga, ombligo. Qué más da. Adentro. Es su primero en Liga. Simeone se los pidió y ahí los tiene: sin Costa, sus goles. Tras la portería de Pacheco ondeó alto una bandera gigante, esa en blanco y negro, la cara de Gabi.

No pudo disfrutarlo mucho el Cholo porque tres jugadas después otra enésima, ahora de Calleri, siempre al borde de la tarjeta naranja, se llevó a uno de sus hombres a la enfermería. Esta fue involuntaria, absolutamente, pero también la que más dolor causó. Porque Calleri cayó sobre Lucas y su rodilla derecha. Hubo un clac, esguince. El francés no pudo seguir. El Comandante Giménez, que estaba en el banco, adelantaba su regreso. El fútbol se fue por el roce, por la bronca germinada en la hierba. Kalinic ora con Navarro, ora con Pina. Hasta el descanso hubo fútbol pero no se jugaría. Ibai bailaba solo, a Grizi no le salía el último pase.

Pegó un volantazo Abelardo a su plan en la caseta. Fuera Wakaso, adentro un delantero, Borja Bastón, ovacionado por el pasado compartido. Salió el Atleti lanzado a la portería de Pacheco, sobre el que ahora caía el sol de mediodía. Giménez lo certificaba con un cabezazo al palo. El Alavés seguía jugando a desgastar, a la bala del balón parado. Pero la bota de Ibai lanzó altas las que tuvo. Antes de la hora, Simeone sentaba a Kalinic para hacer de Griezmann delantero y probar un rato eso que medita, Vitolo por detrás. El Alavés crecía y crecía.

Por si acaso, Simeone se cementó atrás dando entrada a Montero. El sitio de Filipe fue para el chico, de natural central, y el Metropolitano se rendía ante su jugador total, Saúl. Si había comenzado lateral ahora Cholo lo movía al centro para refozarlo, primero a la derecha, luego a la izquierda, siempre cumplidor: su entrega es de las que ensanchan escudos. El Alavés con Borja era más vertical. Y otro delantero brotaría del su banco: Burgui, en el 71’, para buscar a Montero. Pintó bastos: el chaval defendió con el arrojo de un veterano. Simeone seguía con su tetris, sus cambios tácticos para echar de su área a un Alavés con intención de quedarse a vivir con Oblak.

Pero antes de que ahogara, Vitolo. Robó un balón y corrió la contra para que Grizi espantara el peligro con su bota. Disparó dos veces: primero al palo, después a la red. De nada le sirvió a Abelardo otro delantero, Sobrino. Había salido el sol sobre un estadio que alzaba la voz: ole, ole, ole. El Atleti había sufrido pero ya estaba, pasado. Y mientras el Metropolitano celebraba el último gol de los suyos, Rodrigo, volvía a ondear alta esa bandera con su número, el 14, y otra cara, la de Gabi. El siguiente partido en casa será el suyo.

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