El G20 se une contra el cambio climático frente al rechazo de Trump
El documento final de la cumbre declara la irreversibilidad del acuerdo de París, con la única disidencia de Estados Unidos
Enric González
Buenos Aires, El País
Estados Unidos encabezó la marcha del mundo hacia la integración. Impulsó las instituciones multilaterales. Hasta cierto punto, creó la realidad en que vivimos hoy. Eso se acabó. Donald Trump ha conseguido convertir la primera potencia mundial en un país aislado frente a todos los demás. Eso se refleja en la declaración final de la reunión del Grupo de los 20 (G20) en Buenos Aires: todos, salvo Trump, afirman que el acuerdo de París contra el cambio climático es "irreversible". El presidente de Estados Unidos aceptó firmar el texto, con la condición de que especificara que su país "reitera la decisión de retirarse del acuerdo de París". "El sistema multilateral está en crisis", admitió el presidente de Francia, Emmanuel Macron.
El G20, constituido en su actual formato hace exactamente 10 años, cuando la crisis financiera amenazaba con paralizar la economía global, empieza a perder utilidad. Entonces, el liderazgo de Barack Obama permitió mantener la circulación del dinero (con grandes regalos para la banca y grandes sacrificios para el contribuyente) y evitó un colapso similar al de 1929. Pero Trump juega su propio juego. Parece disfrutar saboteando las reuniones internacionales. El año pasado, en Hamburgo, el G20 apenas fue capaz de emitir un comunicado final vago y exento de nuevas ideas o proyectos de importancia. Al menos se llenaron diez folios. Este fin de semana, en Buenos Aires, la reunión ha generado un texto de cuatro folios que impresiona por su vacuidad. En ese sentido, puede hablarse de fracaso.
No se habla de la enésima crisis entre Rusia y Ucrania: Vladimir Putin no lo habría permitido. No se habla de la guerra en Yemen: el príncipe saudí Mohamed Bin Salmán ha salido con bien de la cumbre. Las referencias a los fenómenos migratorios son literalmente eso, referencias: se "toma nota" del informe sobre migraciones preparado por varias instituciones, entre ellas Naciones Unidas y la OCDE, y se afirma que "los grandes movimientos de refugiados son un problema global" que requiere "acciones comunes" para abordar las causas y responder a "las crecientes necesidades humanitarias". Se despeja hacia la próxima reunión la reforma de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Se despeja también el nuevo reparto de cuotas entre los accionistas del Fondo Monetario Internacional. Algunas cuestiones concretas, como la afirmación de que hay que mejorar la educación de las niñas en los países más pobres, no enmascaran la vacuidad del texto.
Estas reuniones se vertebran en torno a un texto básico pactado por los negociadores de cada país, los llamados sherpas. Los negociadores argentinos admitían en vísperas de la cumbre, paradójicamente dedicada a "crear consenso", que el consenso era mínimo. Cualquier posible mejora pasaba por el diálogo directo entre los líderes. Pero es difícil conseguir algo cuando el presidente de la mayor potencia no acepta siquiera participar en la sesión "cara a cara", una hora en la que, sin delegaciones ni agenda concreta, los participantes se congregan en una sala provista de butacas para dialogar, en común o por grupos. Trump evitó la sesión celebrada en la llamada Saladel Mandala. Si hacía falta una señal clara de que no le interesan las negociaciones a múltiples bandas, fue esa.
Macron quería erigirse en alternativa a Trump en lo que se refiere al calentamiento global y, a partir de ahí, en otros asuntos. Hasta cierto punto, lo consiguió. China se puso de su lado, con un mayor o menor grado de cinismo. Incluso Turquía se envainó sus reticencias y se mantuvo dentro del Acuerdo de París, impulsado por el expresidente François Hollande y concretado por el propio Macron en una cumbre celebrada hace un año en París, sin la presencia de Trump. "Hagamos el mundo grande otra vez", proclamó entonces Macron a través de las redes sociales, parodiando el lema electoral de Trump: "Hagamos América grande otra vez".
El presidente francés aisló a Trump. Su victoria, sin embargo, fue amarga. Mientras se cerraba la cumbre de Buenos Aires, ardía París. Y los terribles disturbios se debían, en buena parte, a la aplicación de las políticas exigidas por los acuerdos para combatir el calentamiento global. Macron es percibido por muchos franceses como arrogante, tecnocrático y elitista, y las protestas en las calles se fundamentan en ese rechazo. Pero el detonante de los disturbios de este sábado fue el alza de los precios del gasóleo, que perjudica a la población suburbana y rural. El gasóleo es un combustible muy contaminante. Por otro lado, resulta difícil explicar a los millones de franceses que necesitan el automóvil para desplazarse, lejos del medio urbano y de los transportes colectivos, que les corresponde a ellos, el sector más empobrecido de la sociedad, cargar con la factura de las políticas ecológicas.
Frente al aislamiento de Trump, la discutible victoria de Macron, la sonrisa irónica de Vladimir Putin y el alivio del anfitrión, el presidente argentino Mauricio Macri, por haber conseguido al menos que todos firmaran un comunicado conjunto, destacó la potencia de China. Xi Jinping fue el
interlocutor al que todos buscaron. El presidente chino no es inocente en la guerra comercial que le enfrenta a Estados Unidos, porque su "capitalismo de Estado" y su desparpajo en la apropiación de tecnologías ajenas vulneran las reglas internacionales, pero sabe jugar a la diplomacia, asume algunos compromisos y derrama inversiones por el mundo. El altísimo número de participantes chinos, entre delegaciones oficiales y periodistas, está convirtiéndose en una característica de las reuniones internacionales.
Enric González
Buenos Aires, El País
Estados Unidos encabezó la marcha del mundo hacia la integración. Impulsó las instituciones multilaterales. Hasta cierto punto, creó la realidad en que vivimos hoy. Eso se acabó. Donald Trump ha conseguido convertir la primera potencia mundial en un país aislado frente a todos los demás. Eso se refleja en la declaración final de la reunión del Grupo de los 20 (G20) en Buenos Aires: todos, salvo Trump, afirman que el acuerdo de París contra el cambio climático es "irreversible". El presidente de Estados Unidos aceptó firmar el texto, con la condición de que especificara que su país "reitera la decisión de retirarse del acuerdo de París". "El sistema multilateral está en crisis", admitió el presidente de Francia, Emmanuel Macron.
El G20, constituido en su actual formato hace exactamente 10 años, cuando la crisis financiera amenazaba con paralizar la economía global, empieza a perder utilidad. Entonces, el liderazgo de Barack Obama permitió mantener la circulación del dinero (con grandes regalos para la banca y grandes sacrificios para el contribuyente) y evitó un colapso similar al de 1929. Pero Trump juega su propio juego. Parece disfrutar saboteando las reuniones internacionales. El año pasado, en Hamburgo, el G20 apenas fue capaz de emitir un comunicado final vago y exento de nuevas ideas o proyectos de importancia. Al menos se llenaron diez folios. Este fin de semana, en Buenos Aires, la reunión ha generado un texto de cuatro folios que impresiona por su vacuidad. En ese sentido, puede hablarse de fracaso.
No se habla de la enésima crisis entre Rusia y Ucrania: Vladimir Putin no lo habría permitido. No se habla de la guerra en Yemen: el príncipe saudí Mohamed Bin Salmán ha salido con bien de la cumbre. Las referencias a los fenómenos migratorios son literalmente eso, referencias: se "toma nota" del informe sobre migraciones preparado por varias instituciones, entre ellas Naciones Unidas y la OCDE, y se afirma que "los grandes movimientos de refugiados son un problema global" que requiere "acciones comunes" para abordar las causas y responder a "las crecientes necesidades humanitarias". Se despeja hacia la próxima reunión la reforma de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Se despeja también el nuevo reparto de cuotas entre los accionistas del Fondo Monetario Internacional. Algunas cuestiones concretas, como la afirmación de que hay que mejorar la educación de las niñas en los países más pobres, no enmascaran la vacuidad del texto.
Estas reuniones se vertebran en torno a un texto básico pactado por los negociadores de cada país, los llamados sherpas. Los negociadores argentinos admitían en vísperas de la cumbre, paradójicamente dedicada a "crear consenso", que el consenso era mínimo. Cualquier posible mejora pasaba por el diálogo directo entre los líderes. Pero es difícil conseguir algo cuando el presidente de la mayor potencia no acepta siquiera participar en la sesión "cara a cara", una hora en la que, sin delegaciones ni agenda concreta, los participantes se congregan en una sala provista de butacas para dialogar, en común o por grupos. Trump evitó la sesión celebrada en la llamada Saladel Mandala. Si hacía falta una señal clara de que no le interesan las negociaciones a múltiples bandas, fue esa.
Macron quería erigirse en alternativa a Trump en lo que se refiere al calentamiento global y, a partir de ahí, en otros asuntos. Hasta cierto punto, lo consiguió. China se puso de su lado, con un mayor o menor grado de cinismo. Incluso Turquía se envainó sus reticencias y se mantuvo dentro del Acuerdo de París, impulsado por el expresidente François Hollande y concretado por el propio Macron en una cumbre celebrada hace un año en París, sin la presencia de Trump. "Hagamos el mundo grande otra vez", proclamó entonces Macron a través de las redes sociales, parodiando el lema electoral de Trump: "Hagamos América grande otra vez".
El presidente francés aisló a Trump. Su victoria, sin embargo, fue amarga. Mientras se cerraba la cumbre de Buenos Aires, ardía París. Y los terribles disturbios se debían, en buena parte, a la aplicación de las políticas exigidas por los acuerdos para combatir el calentamiento global. Macron es percibido por muchos franceses como arrogante, tecnocrático y elitista, y las protestas en las calles se fundamentan en ese rechazo. Pero el detonante de los disturbios de este sábado fue el alza de los precios del gasóleo, que perjudica a la población suburbana y rural. El gasóleo es un combustible muy contaminante. Por otro lado, resulta difícil explicar a los millones de franceses que necesitan el automóvil para desplazarse, lejos del medio urbano y de los transportes colectivos, que les corresponde a ellos, el sector más empobrecido de la sociedad, cargar con la factura de las políticas ecológicas.
Frente al aislamiento de Trump, la discutible victoria de Macron, la sonrisa irónica de Vladimir Putin y el alivio del anfitrión, el presidente argentino Mauricio Macri, por haber conseguido al menos que todos firmaran un comunicado conjunto, destacó la potencia de China. Xi Jinping fue el
interlocutor al que todos buscaron. El presidente chino no es inocente en la guerra comercial que le enfrenta a Estados Unidos, porque su "capitalismo de Estado" y su desparpajo en la apropiación de tecnologías ajenas vulneran las reglas internacionales, pero sabe jugar a la diplomacia, asume algunos compromisos y derrama inversiones por el mundo. El altísimo número de participantes chinos, entre delegaciones oficiales y periodistas, está convirtiéndose en una característica de las reuniones internacionales.