Dembélé: un problema virtual
El francés no es el primer futbolista de la historia con un desapego patológico por el régimen interno que suele ordenar cualquier vestuario profesional
Rafa Cabeleira
El País
En un partido entre el Cádiz y el Fútbol Club Barcelona le confesó Johan Cruyff a Héctor Veira que ‘Mágico’ González era uno de los cinco mejores futbolistas que él había visto jugar en la Liga española, o eso cuenta el argentino cada vez que alguien le pregunta por el talento desorbitado del salvadoreño. “Eso sí”, advierte casi de inmediato. ”Ponías el entrenamiento para las diez de la mañana y él aparecía a las once. Al día siguiente lo cambiabas para las once y aparecía a la una… ¡No se despertaba nunca!”. Era la cara B de un futbolista tan excepcional dentro como fuera del campo, quizás el más significativo entre la prolongada estirpe de insubordinados que aparecen cada cierto tiempo para poner a prueba la paciencia de sus compañeros, entrenadores, clubes y aficionados.
Ousmane Dembélé no es el primer futbolista de la historia con un desapego patológico por el régimen interno que suele ordenar cualquier vestuario profesional, ni siquiera es el primero en la historia de un club que ha visto transitar por sus filas a personajes tan particulares como Garchitorena, Biosca, Maradona, Romario o Ronaldinho. Unos se negaban a jugar en campos embarrados para no marcharse el uniforme, otros alternaban más de lo estrictamente necesario, algunos bebían y fumaban en cantidades industriales y muchos de ellos, casi todos, vivieron a pierna cambiada el sueño de ser futbolista: resucitaban cada noche, como los vampiros del cine y la literatura, para dejarse morir al despuntar el día.
Llama la atención en el centelleante extremo su condición de millennial, de muchacho con vicios actuales y costumbres muy distintas a las de sus antecesores en el sindicato de la legaña. No consta en el club que los bares y discotecas formen parte de su hábitat natural pero sí se ha filtrado su apego a los videojuegos, a la pizza y a la vida enclaustrada. Sin apenas percatarnos del movimiento perpetuo del mundo, Dembélé nos ha empujado de cabeza hacia una nueva realidad con la que nadie contaba y que pone de manifiesto, una vez más, la capacidad del fútbol para mostrarnos la vida misma a través de sus protagonistas: bienvenidos a la cultura del calavera virtual.
Para tratar de reconducir los malos hábitos de ‘Mágico’ González cuenta Veira que llegó a regalarle un despertador gigantesco con la figura del pato Donald, él que todavía hoy aboga por cubrir el sol con un toldo. “Lo conectamos en el entrenamiento para ver si funcionaba y aquello montaba un quilombo bárbaro: ¡parecía Irak!”, explica el Bambino en los platós de televisión por un módico precio. Al día siguiente, al ver que ni siquiera por esas se presentaba puntual su futbolista, optó el técnico por ir a buscarlo a casa acompañado de un grupo flamenco con su correspondiente cuerpo de baile. “Me levanto porque me gusta la música”, concedió el salvadoreño. Se entrenaba poco, se entrenaba mal pero jugaba como los ángeles aquel Jorge Alberto González.
Esa parece ser la disyuntiva a la que se enfrenta el Barça con Dembélé, que contra el Tottenham volvió a dejar muestras de su especial naturaleza sobre el campo: decidir si pesan más sus defectos que sus virtudes, calibrar si es un futbolista que juega rematadamente bien o simplemente un chiquillo que juega demasiado. Sea como fuere, parece que Valverde tiene ante sí un problema virtual.
Rafa Cabeleira
El País
En un partido entre el Cádiz y el Fútbol Club Barcelona le confesó Johan Cruyff a Héctor Veira que ‘Mágico’ González era uno de los cinco mejores futbolistas que él había visto jugar en la Liga española, o eso cuenta el argentino cada vez que alguien le pregunta por el talento desorbitado del salvadoreño. “Eso sí”, advierte casi de inmediato. ”Ponías el entrenamiento para las diez de la mañana y él aparecía a las once. Al día siguiente lo cambiabas para las once y aparecía a la una… ¡No se despertaba nunca!”. Era la cara B de un futbolista tan excepcional dentro como fuera del campo, quizás el más significativo entre la prolongada estirpe de insubordinados que aparecen cada cierto tiempo para poner a prueba la paciencia de sus compañeros, entrenadores, clubes y aficionados.
Ousmane Dembélé no es el primer futbolista de la historia con un desapego patológico por el régimen interno que suele ordenar cualquier vestuario profesional, ni siquiera es el primero en la historia de un club que ha visto transitar por sus filas a personajes tan particulares como Garchitorena, Biosca, Maradona, Romario o Ronaldinho. Unos se negaban a jugar en campos embarrados para no marcharse el uniforme, otros alternaban más de lo estrictamente necesario, algunos bebían y fumaban en cantidades industriales y muchos de ellos, casi todos, vivieron a pierna cambiada el sueño de ser futbolista: resucitaban cada noche, como los vampiros del cine y la literatura, para dejarse morir al despuntar el día.
Llama la atención en el centelleante extremo su condición de millennial, de muchacho con vicios actuales y costumbres muy distintas a las de sus antecesores en el sindicato de la legaña. No consta en el club que los bares y discotecas formen parte de su hábitat natural pero sí se ha filtrado su apego a los videojuegos, a la pizza y a la vida enclaustrada. Sin apenas percatarnos del movimiento perpetuo del mundo, Dembélé nos ha empujado de cabeza hacia una nueva realidad con la que nadie contaba y que pone de manifiesto, una vez más, la capacidad del fútbol para mostrarnos la vida misma a través de sus protagonistas: bienvenidos a la cultura del calavera virtual.
Para tratar de reconducir los malos hábitos de ‘Mágico’ González cuenta Veira que llegó a regalarle un despertador gigantesco con la figura del pato Donald, él que todavía hoy aboga por cubrir el sol con un toldo. “Lo conectamos en el entrenamiento para ver si funcionaba y aquello montaba un quilombo bárbaro: ¡parecía Irak!”, explica el Bambino en los platós de televisión por un módico precio. Al día siguiente, al ver que ni siquiera por esas se presentaba puntual su futbolista, optó el técnico por ir a buscarlo a casa acompañado de un grupo flamenco con su correspondiente cuerpo de baile. “Me levanto porque me gusta la música”, concedió el salvadoreño. Se entrenaba poco, se entrenaba mal pero jugaba como los ángeles aquel Jorge Alberto González.
Esa parece ser la disyuntiva a la que se enfrenta el Barça con Dembélé, que contra el Tottenham volvió a dejar muestras de su especial naturaleza sobre el campo: decidir si pesan más sus defectos que sus virtudes, calibrar si es un futbolista que juega rematadamente bien o simplemente un chiquillo que juega demasiado. Sea como fuere, parece que Valverde tiene ante sí un problema virtual.