River y Boca, la final sin fin

El partido que debe definir al ganador de la Copa Libertadores se posterga sin día a petición del equipo xeneize, atacado por los barras millonarios

Enric González
Buenos Aires, El País
Ningún fútbol ha generado tan buena literatura como el argentino. Las razones resultan hoy evidentes: solo la ficción podría explicar con alguna solvencia la mezcla de furor, incompetencia, fanatismo y corrupción profunda que han llevado al aplazamiento, sin fecha, de la final de la Copa Libertadores. El choque por el cetro continental entre River Plate y Boca Juniors, los hermanos enemigos de Buenos Aires, se ha convertido en una metáfora exuberante de la Argentina contemporánea. Es la historia de un fracaso.


La final más larga del mundo acumula ya cuatro jornadas. La primera, en la Bombonera de Boca, se suspendió (tarde y mal) por un diluvio. En la segunda, un vibrante partido de ida concluyó con empate a dos goles. En la tercera, ya en el Monumental de River, se concentraron todos los demonios nacionales: el grupo de matones enardecidos que atacó el autobús de Boca (les llaman “inadaptados”, pero es un eufemismo muy inadecuado: se trata de gente muy bien adaptada a una realidad desagradable), los futbolistas heridos, la policía incapaz de proteger la llegada de un equipo y entregada luego a una histeria de gas lacrimógeno y cargas sin control contra la multitud, el oportunismo de los carroñeros que aprovecharon la confusión para robar entradas o para colarse en el estadio… No hubo partido y el desalojo del estadio, tras horas de espera, con las bebidas agotadas y una multitud enardecida tanto dentro como fuera del estadio, desembocó en nuevos incidentes. La jornada plasmó un retrato muy poco favorecedor, y ciertamente parcial, de la sociedad argentina.

En la cuarta jornada, este domingo, la reclamación de Boca Juniors, basada en que dos de sus jugadores permanecían heridos y los demás no se sentían en condiciones, fue atendida por la Conmebol (Confederación Sudamericana de Fútbol) y el partido de vuelta fue nuevamente suspendido. Se convocó para el martes una reunión en Asunción (Paraguay), sede de la Conmebol, en la que las autoridades futbolísticas continentales, que han ofrecido una lección magistral sobre cómo afrontar una crisis de la peor de las maneras, y los presidentes de River y Boca intentarán fijar una nueva fecha. Si no se da el asunto por cancelado.

El partido definitivo, de haberlo, no se disputará de forma inminente, porque no hay margen. A partir del jueves a mediodía Buenos Aires quedará cerrado para albergar la cumbre del G-20. El Gobierno de Mauricio Macri quería utilizar la visita de los grandes dirigentes mundiales (Donald Trump, Xi Jinping, Vladimir Putin, etcétera) para darle al país un baño de prestigio. Tras la fallida final, el baño ha sido de otra cosa. Y no parece probable que los presidentes y jefes de Gobierno que asistirán a la cumbre hayan quedado muy tranquilos respecto a su seguridad, tras contemplar la eficacia de la policía de la ciudad de Buenos Aires.

El fútbol argentino es una emanación de la política y la sociedad. Respecto a la sociedad, atraviesa un momento pésimo: uno de cada tres ciudadanos vive en la pobreza (la pobreza rotunda, la de desnutrición y miseria), la inflación roza el 50% anual y se come los salarios, el peso ha sufrido una devaluación brutal que puede seguir empeorando y las protestas callejeras, siempre habituales, son más frecuentes que de costumbre.

En cuanto a la política, está directamente engranada con el fútbol. El presidente de la República, Mauricio Macri, fue presidente de Boca Juniors y es quien tuteló el acceso de Daniel Angelici a la presidencia del club. Angelici, magnate de los juegos de azar, es también el “conseguidor” de Macri en la judicatura bonaerense. Angelici sabe manejar a los jueces. Una de esas escenas casi oníricas que bordean la ficción y caracterizan al fútbol argentino se produjo el sábado: el presidente de River Plate, el empresario Rodolfo D´Onofrio, contó ante las cámaras que había pedido al presidente de Boca que no hubiera represalias judiciales contra River, y que éste le había dado garantías. A estas cosas se les llama “pacto entre caballeros”.

El Gobierno de la ciudad de Buenos Aires ha admitido que el dispositivo policial falló. Ha iniciado una investigación interna (sobre la que no cabe albergar grandes esperanzas) y otra investigación (veremos en qué acaba) sobre el grupo de personas que atacó a ladrillazos el autobús de Boca cuando llegaba al Monumental. Una de las pistas privilegiadas se refiere a los Borrachos del Tablón, una de las más temibles barras de River. La policía allanó el viernes una sede de los Borrachos e incautó 300 entradas para el partido, siete millones de pesos (175.000 euros) y varios miles de dólares. La policía trabaja con la hipótesis de que los Borrachos se cobraron venganza con el ataque al autobús. Puede ser. Lo indiscutible es que esa barra, y las demás barras de los demás clubes (hablamos de matones profesionales, bien armados y organizados), participan del negocio futbolístico en connivencia con los presidentes.

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