Qué dejó el resultado en EEUU y qué consecuencias tendrá para Donald Trump el avance demócrata en el Congreso
Francisco Seminario
Desde Washington DC
Donald Trump podría decir, como dijo Bill Clinton, que lo que cuenta finalmente es la economía. Solo que las elecciones de ayer dieron un resultado mayormente adverso para el mandatario.
El partido del presidente triunfó en la elección al Senado, que renovaba un tercio de sus bancas y los republicanos retendrán la mayoría. Pero la oposición, en una victoria que clava una espina en las ambiciones de Trump, recuperó después de 8 años el control de la Cámara de Representantes, que se renovaba en su totalidad y ofrece un buen termómetro del estado de ánimo de los norteamericanos. Ni la economía, que experimenta un auge difícil de parangonar, salvó al mandatario de un castigo en las urnas.
Pero esa lectura solo recorre la superficie del mensaje que dejó la votación de ayer. La primera consecuencia política es que nada será igual de ahora en adelante. El presidente que controlaba todos los resortes del poder y atropellaba con sus mayorías a los demócratas en el Congreso ahora tendrá enfrente a una oposición revitalizada, deseosa de ponerle un freno a sus arrebatos. Volvió la tradición democrática de los "checks and balances".
Trump también tendrá enfrente a una oposición demócrata que contará con mejores herramientas para investigarlo. El fantasma del impeachment podría empezar a sobrevolar la Casa Blanca en los próximos meses, aunque la complejidad del proceso aleja las chances de éxito.
Otra consecuencia directa es que anoche mismo comenzó la carrera hacia 2020 y más que nunca todos los escenarios estarán abiertos. Dos años después de su sorpresivo triunfo, el presidente parece haber ahuyentado a la franja de votantes independientes que contribuyeron en su llegada a la Casa Blanca.
El mayor interrogante, sin embargo, es cuál será la lectura que el propio presidente hará de la elección y si la interpretación que haga lo llevará a moderar su retórica en la segunda mitad de su mandato para ampliar la base o a radicalizar sus posiciones para cohesionar a su partido.
La alta participación fue una de las claves del día. Lo que estaba en juego era, en rigor, mucho más que las mayorías legislativas y 36 gobernaciones, y así parecieron entenderlo republicanos y demócratas por igual, que acudieron a los centros de votación en un número récord para una elección de medio término.
Como hicieron notar los medios locales, la de ayer no fue una elección legislativa más, sino que dos modelos de país chocaron de frente. Dos visiones tan distantes una de la otra que pocas veces en su historia Estados Unidos estuvo tan dividido. Y en el centro de esa división aparece la figura de Trump, el gran manipulador, el provocador profesional, el presidente en campaña constante que convirtió la votación en un plebiscito sobre su gestión.
Los dos bandos son claramente identificables. El propio Trump contribuyó a fijar las líneas divisorias. De un lado las minorías raciales, junto con los sectores blancos urbanos y suburbanos de las grandes ciudades, más diversos y de mayor educación. Del otro, los sectores rurales de menor diversidad, votantes blancos, predominantemente evangélicos y sin educación universitaria: la base dura republicana.
A estos últimos apeló el presidente con su discurso en contra de los inmigrantes. Atizó temores muy arraigados, que revelan la profundidad de los cambios demográficos y culturales que están teniendo lugar en este país. Esa grieta, en realidad, fue la gran ganadora de la jornada. Pero no es la única.
En el año del #MeToo, también las mujeres resultaron vencedoras ayer. En el balance meramente numérico, los republicanos tendrán a partir de enero una mayoría más amplia en la Cámara Alta y deberán convivir con un Congreso dividido. Pero el mayor cambio de época quizá lo marque el récord de mujeres que ocuparán bancas, entre ellas, algunas que hicieron historia con sus triunfos, como la primera indígena norteamericana, Deb Haaland, de Nuevo México, o la ecuatoriana Debbie Mucarsel Powell, de Florida, que será la única sudamericana en el Capitolio.
Rachida Tlaib, nacida en Detroit de padres palestinos, y Ilhan Omar, originaria de Somalia, serán a su vez las primeras congresistas musulmanas de Estados Unidos. En esas historias menos visibles se jugó una elección de consecuencias posiblemente mucho más profundas.
Desde Washington DC
Donald Trump podría decir, como dijo Bill Clinton, que lo que cuenta finalmente es la economía. Solo que las elecciones de ayer dieron un resultado mayormente adverso para el mandatario.
El partido del presidente triunfó en la elección al Senado, que renovaba un tercio de sus bancas y los republicanos retendrán la mayoría. Pero la oposición, en una victoria que clava una espina en las ambiciones de Trump, recuperó después de 8 años el control de la Cámara de Representantes, que se renovaba en su totalidad y ofrece un buen termómetro del estado de ánimo de los norteamericanos. Ni la economía, que experimenta un auge difícil de parangonar, salvó al mandatario de un castigo en las urnas.
Pero esa lectura solo recorre la superficie del mensaje que dejó la votación de ayer. La primera consecuencia política es que nada será igual de ahora en adelante. El presidente que controlaba todos los resortes del poder y atropellaba con sus mayorías a los demócratas en el Congreso ahora tendrá enfrente a una oposición revitalizada, deseosa de ponerle un freno a sus arrebatos. Volvió la tradición democrática de los "checks and balances".
Trump también tendrá enfrente a una oposición demócrata que contará con mejores herramientas para investigarlo. El fantasma del impeachment podría empezar a sobrevolar la Casa Blanca en los próximos meses, aunque la complejidad del proceso aleja las chances de éxito.
Otra consecuencia directa es que anoche mismo comenzó la carrera hacia 2020 y más que nunca todos los escenarios estarán abiertos. Dos años después de su sorpresivo triunfo, el presidente parece haber ahuyentado a la franja de votantes independientes que contribuyeron en su llegada a la Casa Blanca.
El mayor interrogante, sin embargo, es cuál será la lectura que el propio presidente hará de la elección y si la interpretación que haga lo llevará a moderar su retórica en la segunda mitad de su mandato para ampliar la base o a radicalizar sus posiciones para cohesionar a su partido.
La alta participación fue una de las claves del día. Lo que estaba en juego era, en rigor, mucho más que las mayorías legislativas y 36 gobernaciones, y así parecieron entenderlo republicanos y demócratas por igual, que acudieron a los centros de votación en un número récord para una elección de medio término.
Como hicieron notar los medios locales, la de ayer no fue una elección legislativa más, sino que dos modelos de país chocaron de frente. Dos visiones tan distantes una de la otra que pocas veces en su historia Estados Unidos estuvo tan dividido. Y en el centro de esa división aparece la figura de Trump, el gran manipulador, el provocador profesional, el presidente en campaña constante que convirtió la votación en un plebiscito sobre su gestión.
Los dos bandos son claramente identificables. El propio Trump contribuyó a fijar las líneas divisorias. De un lado las minorías raciales, junto con los sectores blancos urbanos y suburbanos de las grandes ciudades, más diversos y de mayor educación. Del otro, los sectores rurales de menor diversidad, votantes blancos, predominantemente evangélicos y sin educación universitaria: la base dura republicana.
A estos últimos apeló el presidente con su discurso en contra de los inmigrantes. Atizó temores muy arraigados, que revelan la profundidad de los cambios demográficos y culturales que están teniendo lugar en este país. Esa grieta, en realidad, fue la gran ganadora de la jornada. Pero no es la única.
En el año del #MeToo, también las mujeres resultaron vencedoras ayer. En el balance meramente numérico, los republicanos tendrán a partir de enero una mayoría más amplia en la Cámara Alta y deberán convivir con un Congreso dividido. Pero el mayor cambio de época quizá lo marque el récord de mujeres que ocuparán bancas, entre ellas, algunas que hicieron historia con sus triunfos, como la primera indígena norteamericana, Deb Haaland, de Nuevo México, o la ecuatoriana Debbie Mucarsel Powell, de Florida, que será la única sudamericana en el Capitolio.
Rachida Tlaib, nacida en Detroit de padres palestinos, y Ilhan Omar, originaria de Somalia, serán a su vez las primeras congresistas musulmanas de Estados Unidos. En esas historias menos visibles se jugó una elección de consecuencias posiblemente mucho más profundas.