Los disparates de Maradona, el ídolo imperfecto
El astro argentino entrena a un equipo de Segunda División en México y quiere ser vicepresidente de Cristina Fernández de Kirchner
Andrés Burgo
Buenos Aires, El País
Sin jugar, gesticulando como Jesucristo en la cruz o desmintiendo su propia muerte, Diego Armando Maradona fue una figura más importante en Rusia 2018 que su compatriota Lionel Messi, que atravesó el Mundial en de puntillas. Cerca de cumplir 58 años, el exdeportista se ha reciclado en director técnico de ligas del tercer mundo futbolístico pero nunca deja de estar en boca de todos. En una entrevista al diario Clarín desde Culiacán, donde dirige a los Dorados de Sinaloa, Maradona regresó a sus célebres peleas contra la FIFA y anunció que está dispuesto a ser candidato a vicepresidente de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones en 2019. Como cuando los defensores rivales no podían intuir su próxima gambeta, Maradona es tan impredecible que las casas de apuestas deberían incluir entre sus operaciones el próximo paso de un trashumante del fútbol que en los últimos cinco meses trabajó para clubes secundarios de Emiratos Árabes, Bielorrusia y México.
En realidad, el argentino quería seguir viviendo en Emiratos Árabes, su patria adoptiva desde 2011, pero el Al Fujairah, el club de la Segunda División emiratí que dirigía desde 2017, no le renovó el contrato a finales de abril. El equipo no ascendió en la temporada regular. Maradona intentó que le renovaran el contrato un año más. Al menos hasta que duró, el Al Fujairah fue una solución legal y laboral para que Maradona permaneciera en Emiratos: en 2015 había sido despedido como embajador de deportes de Dubái y pronto le vencía la residencia.
Sin nuevos equipos de Medio Oriente que le ofrecieran dirigir, un personaje extraño apareció en su camino: el empresario emiratí Tajeddine Seif, presidente del consejo de negocios entre Bielorrusia y Emiratos, y muy cercano al Dinamo Brest, un equipo bielorruso de mediana importancia. Cuando Maradona fue anunciado como presidente de la junta directiva del club, a mediados de mayo, se informó de que sus funciones serían muy amplias —y poco precisas—: supervisaría el desarrollo estratégico del club y se ocuparía de temas organizativos y deportivos.
Entretanto, Maradona viajó a Colombia para someterse a un tratamiento ambulatorio en sus rodillas para que frenar su deterioro articular y luego estuvo en Rusia 2018, donde fue columnista de la cadena televisiva venezolana Tele-SUR, montó su propio show en las tribunas y cumplió su papel de embajador del equipo de Leyendas de la FIFA, aunque debió disculparse por haber calificado de “robo” el arbitraje de Colombia-Inglaterra. Después del Mundial viajó hasta Brest, la ciudad bielorrusa que se suponía sería su nueva residencia. Fue recibido con una alfombra roja y regalos extravagantes, como una camioneta anfibia, Hunta Overcomer, y anunció fidelidad eterna. “No voy a ser un presidente más. Voy a ser el último presidente. Me voy a quedar para siempre”, dijo.
Pero el amor duró poco. Maradona se fue a Buenos Aires y nunca volvió: firmó contrato con otro club de segunda categoría, del fútbol mexicano, los Dorados de Sinaloa, de la tierra del Chapo Guzmán. Mientras el Dinamo de Brest corrió a aclarar que Maradona pasaba a ser “presidente honorario” del club, el presidente de Dorados tampoco pasó desapercibido: es Jorge Alberto Hank, uno de los hijos de Jorge Hank Rhon, cuyo nombre remite a uno de los grupos económicos más importantes de México. A Hank Rhon se lo reconoce por sus gustos excéntricos pero también porque medios de Estados Unidos informaron de que fue investigado por posibles nexos con el narcotráfico.
En Dorados ha prometido quedarse varios años más, aunque seguramente pronto abrirá nuevos frentes. Después de haber criticado al presidente Gianni Infantino tendrá que recomponer —o no— su relación con la FIFA, a la que está unida por un contrato, y definir si se suma a la política de su país, en caso de que Fernández de Kirchner oficialice su candidatura. “Fidel [Castro] me dijo que debía dedicarme a la política. Y yo iría con Cristina. Veo a la gente sufrir”, dijo Maradona, que también quiere aprovechar la cercanía de México con Cuba para visitar la isla. Pero el argentino es el campeón mundial de la vida minuto a minuto y su futuro es tan difícil de prever como la economía de su país.
Andrés Burgo
Buenos Aires, El País
Sin jugar, gesticulando como Jesucristo en la cruz o desmintiendo su propia muerte, Diego Armando Maradona fue una figura más importante en Rusia 2018 que su compatriota Lionel Messi, que atravesó el Mundial en de puntillas. Cerca de cumplir 58 años, el exdeportista se ha reciclado en director técnico de ligas del tercer mundo futbolístico pero nunca deja de estar en boca de todos. En una entrevista al diario Clarín desde Culiacán, donde dirige a los Dorados de Sinaloa, Maradona regresó a sus célebres peleas contra la FIFA y anunció que está dispuesto a ser candidato a vicepresidente de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones en 2019. Como cuando los defensores rivales no podían intuir su próxima gambeta, Maradona es tan impredecible que las casas de apuestas deberían incluir entre sus operaciones el próximo paso de un trashumante del fútbol que en los últimos cinco meses trabajó para clubes secundarios de Emiratos Árabes, Bielorrusia y México.
En realidad, el argentino quería seguir viviendo en Emiratos Árabes, su patria adoptiva desde 2011, pero el Al Fujairah, el club de la Segunda División emiratí que dirigía desde 2017, no le renovó el contrato a finales de abril. El equipo no ascendió en la temporada regular. Maradona intentó que le renovaran el contrato un año más. Al menos hasta que duró, el Al Fujairah fue una solución legal y laboral para que Maradona permaneciera en Emiratos: en 2015 había sido despedido como embajador de deportes de Dubái y pronto le vencía la residencia.
Sin nuevos equipos de Medio Oriente que le ofrecieran dirigir, un personaje extraño apareció en su camino: el empresario emiratí Tajeddine Seif, presidente del consejo de negocios entre Bielorrusia y Emiratos, y muy cercano al Dinamo Brest, un equipo bielorruso de mediana importancia. Cuando Maradona fue anunciado como presidente de la junta directiva del club, a mediados de mayo, se informó de que sus funciones serían muy amplias —y poco precisas—: supervisaría el desarrollo estratégico del club y se ocuparía de temas organizativos y deportivos.
Entretanto, Maradona viajó a Colombia para someterse a un tratamiento ambulatorio en sus rodillas para que frenar su deterioro articular y luego estuvo en Rusia 2018, donde fue columnista de la cadena televisiva venezolana Tele-SUR, montó su propio show en las tribunas y cumplió su papel de embajador del equipo de Leyendas de la FIFA, aunque debió disculparse por haber calificado de “robo” el arbitraje de Colombia-Inglaterra. Después del Mundial viajó hasta Brest, la ciudad bielorrusa que se suponía sería su nueva residencia. Fue recibido con una alfombra roja y regalos extravagantes, como una camioneta anfibia, Hunta Overcomer, y anunció fidelidad eterna. “No voy a ser un presidente más. Voy a ser el último presidente. Me voy a quedar para siempre”, dijo.
Pero el amor duró poco. Maradona se fue a Buenos Aires y nunca volvió: firmó contrato con otro club de segunda categoría, del fútbol mexicano, los Dorados de Sinaloa, de la tierra del Chapo Guzmán. Mientras el Dinamo de Brest corrió a aclarar que Maradona pasaba a ser “presidente honorario” del club, el presidente de Dorados tampoco pasó desapercibido: es Jorge Alberto Hank, uno de los hijos de Jorge Hank Rhon, cuyo nombre remite a uno de los grupos económicos más importantes de México. A Hank Rhon se lo reconoce por sus gustos excéntricos pero también porque medios de Estados Unidos informaron de que fue investigado por posibles nexos con el narcotráfico.
En Dorados ha prometido quedarse varios años más, aunque seguramente pronto abrirá nuevos frentes. Después de haber criticado al presidente Gianni Infantino tendrá que recomponer —o no— su relación con la FIFA, a la que está unida por un contrato, y definir si se suma a la política de su país, en caso de que Fernández de Kirchner oficialice su candidatura. “Fidel [Castro] me dijo que debía dedicarme a la política. Y yo iría con Cristina. Veo a la gente sufrir”, dijo Maradona, que también quiere aprovechar la cercanía de México con Cuba para visitar la isla. Pero el argentino es el campeón mundial de la vida minuto a minuto y su futuro es tan difícil de prever como la economía de su país.