Lopetegui en llamas El presidente piensa en cambiar al entrenador, el entrenador en cambiar a cinco jugadores y el aficionado en romper el carné 25 Conéctate Jorge Valdano 27 OCT 2018 - 20:37 CEST barcelona - real madrid Julen Lopetegui, durante el partido contra el Viktoria Plzen. JAVIER SORIANO AFP Mediocampo blanco A falta de genios, el clásico se muda al centro del campo. Casemiro es cemento armado; faro que sirve de referencia al equipo tras la pérdida de la pelota. Cuando le toca distribuir los balones que quita con precisión quirúrgica tiene un problema, los cracks que le rodean. Por contraste, cualquiera queda mal ante semejante compañía. Quien tiene más espíritu organizador es Kroos, con el carisma de una calculadora: ni impresiona ni falla. Toca, toca y toca y cuando la jugada parece morir de asfixia, cambia de frente para ayudarla a respirar. En la repartición de roles, a Modric le toca cambiarle el ritmo a la jugada con la pelota pegada al pie, la cabeza levantada y el cerebro alerta, como todo sabio. Puede que conecte con Isco, uno de esos jugadores que traiciona la tendencia. Contradiciendo la ley de la sistematización que convierte un partido en una cadena de montaje, Isco hace lo que le da la gana, pero divinamente. MÁS INFORMACIÓN Lopetegui en llamas La extravagante vida de Dembélé Lopetegui en llamas El informe desesperado de Thibaut Courtois Mediocampo blaugrana Busquets juega al fútbol como si no existiera el azar. Su precisión y astucia tiene la ciencia de la calle y sirve para quitar, para distribuir y para estar donde debe, que es, exactamente, el cruce de caminos donde tarde o temprano pasará la pelota o no pasará el rival. Su inteligencia ya alcanzó lo máximo, que no es otra cosa que la simplicidad. A su lado va y viene Rakitic, croata pasado por Andalucía que ni tiene algo que lo haga distinto ni defectos a resaltar. Algo importante: juega de centrocampista en el Barça sin sentirse culpable por no haberse criado en La Masía. Arthur es el tercer hombre. Le da continuidad, lógica y claridad al juego para llenar el centro del campo tras el vacío dejado por los inolvidables Xavi e Iniesta. Como la nostalgia es muy mala, a Arthur le bastó mover el cuello como Xavi para ser adoptado por el Camp Nou en tiempo récord. Luz, cámara, acción Cuando se pierde, el fútbol pide acción. En ocasiones no hacer nada es lo más inteligente, pero nadie sale en los periódicos ni pasa a la historia por no hacer nada. De modo que el presidente piensa en cambiar al entrenador, el entrenador en cambiar a cinco jugadores y el aficionado en romper el carné de socio. Acción. El Madrid está incendiado por los malos resultados, pero las llamas mediáticas solo alcanzan a Lopetegui. Acorralado por preguntas tiradas con mira telescópica, Julen esquiva las balas como puede en un desesperado ejercicio de supervivencia. Se le reprocha que no se ría y, en caso contrario, se le preguntaría de qué se ríe. En momentos así, las ruedas de prensa son un calvario, salvo que uno se llame Zidane, un hombre tranquilo que hacía la plancha en aguas turbulentas. El inesperado maestro La relación con los medios es un factor crítico para los entrenadores. Ante la presión cada día más concentrada en su figura, tienen que hacer un imposible ejercicio de equilibrio. En las ruedas de prensa las respuestas tienen que satisfacer a demasiada gente: al periodista que pregunta, pero también a los jugadores, a los aficionados, al presidente del club… No nos puede extrañar que, en ocasiones, el pobre entrenador termine liándose. O contradiciéndose. Cuando Zizou llegó al Madrid llegué a temer por él. Estaba convencido de que su timidez y el hecho de que el castellano no fuera su lengua de origen le harían vivir un calvario en cada comparecencia. Pero Zidane fue un maestro que nos enseñó trucos que valen oro: saber exactamente lo que no hay que decir, sustituir la última palabra por una sonrisa y, lo más importante, hablar solo para los jugadores.

El presidente piensa en cambiar al entrenador, el entrenador en cambiar a cinco jugadores y el aficionado en romper el carné

Jorge Valdano
El País
A falta de genios, el clásico se muda al centro del campo. Casemiro es cemento armado; faro que sirve de referencia al equipo tras la pérdida de la pelota. Cuando le toca distribuir los balones que quita con precisión quirúrgica tiene un problema, los cracks que le rodean. Por contraste, cualquiera queda mal ante semejante compañía. Quien tiene más espíritu organizador es Kroos, con el carisma de una calculadora: ni impresiona ni falla. Toca, toca y toca y cuando la jugada parece morir de asfixia, cambia de frente para ayudarla a respirar. En la repartición de roles, a Modric le toca cambiarle el ritmo a la jugada con la pelota pegada al pie, la cabeza levantada y el cerebro alerta, como todo sabio. Puede que conecte con Isco, uno de esos jugadores que traiciona la tendencia. Contradiciendo la ley de la sistematización que convierte un partido en una cadena de montaje, Isco hace lo que le da la gana, pero divinamente.


Mediocampo blaugrana

Busquets juega al fútbol como si no existiera el azar. Su precisión y astucia tiene la ciencia de la calle y sirve para quitar, para distribuir y para estar donde debe, que es, exactamente, el cruce de caminos donde tarde o temprano pasará la pelota o no pasará el rival. Su inteligencia ya alcanzó lo máximo, que no es otra cosa que la simplicidad. A su lado va y viene Rakitic, croata pasado por Andalucía que ni tiene algo que lo haga distinto ni defectos a resaltar. Algo importante: juega de centrocampista en el Barça sin sentirse culpable por no haberse criado en La Masía. Arthur es el tercer hombre. Le da continuidad, lógica y claridad al juego para llenar el centro del campo tras el vacío dejado por los inolvidables Xavi e Iniesta. Como la nostalgia es muy mala, a Arthur le bastó mover el cuello como Xavi para ser adoptado por el Camp Nou en tiempo récord.

Luz, cámara, acción

Cuando se pierde, el fútbol pide acción. En ocasiones no hacer nada es lo más inteligente, pero nadie sale en los periódicos ni pasa a la historia por no hacer nada. De modo que el presidente piensa en cambiar al entrenador, el entrenador en cambiar a cinco jugadores y el aficionado en romper el carné de socio. Acción. El Madrid está incendiado por los malos resultados, pero las llamas mediáticas solo alcanzan a Lopetegui. Acorralado por preguntas tiradas con mira telescópica, Julen esquiva las balas como puede en un desesperado ejercicio de supervivencia. Se le reprocha que no se ría y, en caso contrario, se le preguntaría de qué se ríe. En momentos así, las ruedas de prensa son un calvario, salvo que uno se llame Zidane, un hombre tranquilo que hacía la plancha en aguas turbulentas.

El inesperado maestro

La relación con los medios es un factor crítico para los entrenadores. Ante la presión cada día más concentrada en su figura, tienen que hacer un imposible ejercicio de equilibrio. En las ruedas de prensa las respuestas tienen que satisfacer a demasiada gente: al periodista que pregunta, pero también a los jugadores, a los aficionados, al presidente del club… No nos puede extrañar que, en ocasiones, el pobre entrenador termine liándose. O contradiciéndose. Cuando Zizou llegó al Madrid llegué a temer por él. Estaba convencido de que su timidez y el hecho de que el castellano no fuera su lengua de origen le harían vivir un calvario en cada comparecencia. Pero Zidane fue un maestro que nos enseñó trucos que valen oro: saber exactamente lo que no hay que decir, sustituir la última palabra por una sonrisa y, lo más importante, hablar solo para los jugadores.

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