Eugenia de York y Jack Brooksbank se casan en una boda no tan real
La nieta de Isabel II contrae matrimonio en la capilla del palacio Windsor con la presencia de toda su familia y un puñado de famosos
Rafa de Miguel
Londres, El País
Eugenia de York, la hija de Andrés de Inglaterra y Sarah Ferguson y novena en la línea de sucesión al trono de Inglaterra, se ha casado este viernes con Jack Brooksbank, su novio durante ocho años, en la capilla del palacio de Windsor, cinco meses después de que lo hicieran en el mismo lugar los duques de Sussex. Un enlace de tono más familiar donde el protocolo fue más laxo que en las bodas reales. Eso sí, asistieron todos los Windsor y un puñado de famosos que desfilaron luchando contra el viento por la alfombra roja. Las cámaras de televisión no tuvieron acceso al interior de la ceremonia.
Dos bodas reales en un año quizá resulten demasiado incluso para los británicos. Es una suposición de buena fe. El escaso interés responde más bien a las dos preguntas que se repiten estos días en los medios más caústicos, que denotan un escepticismo que roza el hartazgo: ¿Cuál es exactamente el papel público de esta York, que lleva desde que echó a andar un par de guardaespaldas pegados a ella a costa del erario público?, y ¿por qué tiene que salir del bolsillo del contribuyente el coste de la seguridad del evento?
La primera se explica por la insistencia del padre de la novia, el príncipe Andrés, en sacar a sus hijas del ostracismo al que fueron condenados él y su exmujer, Sarah Ferguson, y lograr que Buckhingam les asigne finalmente un papel de representación real. La segunda se intenta disimular con el compromiso de que, más allá de las cuestiones de orden público —calculadas en más de dos millones de euros—, ni una sola libra de los presupuestos se destinará a costear una boda de la que se harán cargo los padres de la novia y, es de suponer, su abuela, la reina de Inglaterra. Oídos sordos a las casi cuarenta mil firmas recogidas por la asociación Republic para que los York corran también con los gastos de logística.
Así que la boda de la princesa ha tenido todos los detalles propios de un enlace real menos el del fervor popular. Asistieron 850 invitados con la mezcolanza aristocracia/celebrities que ya es marca de la casa. Estuvo la reina Isabel II, acompañada de su marido Felipe de Edimburgo. Los 225 pasos hacia el altar, la novia los recorrió del brazo de su padre, el príncipe Andrés, artífice principal del empeño por dotar de pompa y circunstancia al enlace de Eugenia con el gerente del Mahiki, el local de moda entre los cachorros de la alta sociedad londinense, y representante en Reino Unido del tequila Casamigos, la última aventura empresarial del actor George Clooney. Él fue uno de los grandes ausentes del enlace al que no faltaron Naomi Campbell, Kate Moss, Cara Delevingne y Robbie Williams.
No faltó el tío de la novia. El príncipe Carlos acudió solo. Su mujer, la duquesa de Cornualles, Camila Parker-Bowles, excusó su presencia por un compromiso oficial ineludible en tierras escocesas.
Sí estuvieron Guillermo y Kate, duques de Cambridge, y los recién casados Enrique y Meghan, duques de Sussex. La boda de Eugenia siguió sus pasos en cuanto a duración. Estaba anunciado que los festejos durarán dos días. También hubo paseo en coche de caballos descubierto por los alrededores del castillo. Entre los fervorosos monárquicos que no se pierden ni una de estas ocasiones se repartieron 1.200 entradas. Los hoteles y apartamentos de la localidad, sin embargo, han tenido plazas disponibles hasta el último momento, a precios asequibles.
La buena relación de Eugenia con su abuela, la reina, su propia historia personal —una grave escoliosis le llevó a los 12 años al quirófano, donde le implantaron dos prótesis de titanio— y el paso de los años, que ayudan a enjuagar los errores, han convertido esta boda en el vehículo perfecto para que Andrés y Sarah Ferguson, Fergie, vuelvan a hacerse un hueco en la foto oficial de la familia real. Atrás quedan las oscuras relaciones del príncipe con el financiero estadounidense Jeffrey Epstein, condenado por agresión sexual, o los problemas económicos de su exesposa, que la llevaron a ser grabada en pleno intento de obtener rédito económico por facilitar acceso a su exmarido. Ambos mantienen ahora una relación amistosa y han prodigado las redes de felicidad almibarada ante la noticia. “Adoramos a Jack y yo estoy emocionada de tener un nuevo hijo”, escribía la duquesa de York en la red social Twitter. “Jack es un joven extraordinario”, se sumaba el príncipe Andrés al entusiasmo.
Eugenia, propietaria de un abundante fondo económico dotado por la reina para su tranquilidad vital, trabaja en la galería londinense de arte contemporáneo Hauser & Wirth. En un plazo meteórico ascendió al rango de directora, mucho más notable si se tiene en cuenta que en los dos primeros meses después de su incorporación ya se tomó 20 días de vacaciones. Brooksbank sueña con regentar una cadena de locales de copas con un toque de distinción. Es muy probable que la reina le otorgue algún título nobiliario este mismo viernes. No parece probable, sin embargo, que el matrimonio vaya a asumir una mayor función de representación en la familia real. El deseo expresado por el heredero Carlos de reducir el número de figuras públicas cuando le llegue el turno de regentar la Casa de los Windsor induce a pensar que la segunda boda real británica de 2018 dejará una huella discreta en la memoria y pocos cambios en la vida de los York.
Rafa de Miguel
Londres, El País
Eugenia de York, la hija de Andrés de Inglaterra y Sarah Ferguson y novena en la línea de sucesión al trono de Inglaterra, se ha casado este viernes con Jack Brooksbank, su novio durante ocho años, en la capilla del palacio de Windsor, cinco meses después de que lo hicieran en el mismo lugar los duques de Sussex. Un enlace de tono más familiar donde el protocolo fue más laxo que en las bodas reales. Eso sí, asistieron todos los Windsor y un puñado de famosos que desfilaron luchando contra el viento por la alfombra roja. Las cámaras de televisión no tuvieron acceso al interior de la ceremonia.
Dos bodas reales en un año quizá resulten demasiado incluso para los británicos. Es una suposición de buena fe. El escaso interés responde más bien a las dos preguntas que se repiten estos días en los medios más caústicos, que denotan un escepticismo que roza el hartazgo: ¿Cuál es exactamente el papel público de esta York, que lleva desde que echó a andar un par de guardaespaldas pegados a ella a costa del erario público?, y ¿por qué tiene que salir del bolsillo del contribuyente el coste de la seguridad del evento?
La primera se explica por la insistencia del padre de la novia, el príncipe Andrés, en sacar a sus hijas del ostracismo al que fueron condenados él y su exmujer, Sarah Ferguson, y lograr que Buckhingam les asigne finalmente un papel de representación real. La segunda se intenta disimular con el compromiso de que, más allá de las cuestiones de orden público —calculadas en más de dos millones de euros—, ni una sola libra de los presupuestos se destinará a costear una boda de la que se harán cargo los padres de la novia y, es de suponer, su abuela, la reina de Inglaterra. Oídos sordos a las casi cuarenta mil firmas recogidas por la asociación Republic para que los York corran también con los gastos de logística.
Así que la boda de la princesa ha tenido todos los detalles propios de un enlace real menos el del fervor popular. Asistieron 850 invitados con la mezcolanza aristocracia/celebrities que ya es marca de la casa. Estuvo la reina Isabel II, acompañada de su marido Felipe de Edimburgo. Los 225 pasos hacia el altar, la novia los recorrió del brazo de su padre, el príncipe Andrés, artífice principal del empeño por dotar de pompa y circunstancia al enlace de Eugenia con el gerente del Mahiki, el local de moda entre los cachorros de la alta sociedad londinense, y representante en Reino Unido del tequila Casamigos, la última aventura empresarial del actor George Clooney. Él fue uno de los grandes ausentes del enlace al que no faltaron Naomi Campbell, Kate Moss, Cara Delevingne y Robbie Williams.
No faltó el tío de la novia. El príncipe Carlos acudió solo. Su mujer, la duquesa de Cornualles, Camila Parker-Bowles, excusó su presencia por un compromiso oficial ineludible en tierras escocesas.
Sí estuvieron Guillermo y Kate, duques de Cambridge, y los recién casados Enrique y Meghan, duques de Sussex. La boda de Eugenia siguió sus pasos en cuanto a duración. Estaba anunciado que los festejos durarán dos días. También hubo paseo en coche de caballos descubierto por los alrededores del castillo. Entre los fervorosos monárquicos que no se pierden ni una de estas ocasiones se repartieron 1.200 entradas. Los hoteles y apartamentos de la localidad, sin embargo, han tenido plazas disponibles hasta el último momento, a precios asequibles.
La buena relación de Eugenia con su abuela, la reina, su propia historia personal —una grave escoliosis le llevó a los 12 años al quirófano, donde le implantaron dos prótesis de titanio— y el paso de los años, que ayudan a enjuagar los errores, han convertido esta boda en el vehículo perfecto para que Andrés y Sarah Ferguson, Fergie, vuelvan a hacerse un hueco en la foto oficial de la familia real. Atrás quedan las oscuras relaciones del príncipe con el financiero estadounidense Jeffrey Epstein, condenado por agresión sexual, o los problemas económicos de su exesposa, que la llevaron a ser grabada en pleno intento de obtener rédito económico por facilitar acceso a su exmarido. Ambos mantienen ahora una relación amistosa y han prodigado las redes de felicidad almibarada ante la noticia. “Adoramos a Jack y yo estoy emocionada de tener un nuevo hijo”, escribía la duquesa de York en la red social Twitter. “Jack es un joven extraordinario”, se sumaba el príncipe Andrés al entusiasmo.
Eugenia, propietaria de un abundante fondo económico dotado por la reina para su tranquilidad vital, trabaja en la galería londinense de arte contemporáneo Hauser & Wirth. En un plazo meteórico ascendió al rango de directora, mucho más notable si se tiene en cuenta que en los dos primeros meses después de su incorporación ya se tomó 20 días de vacaciones. Brooksbank sueña con regentar una cadena de locales de copas con un toque de distinción. Es muy probable que la reina le otorgue algún título nobiliario este mismo viernes. No parece probable, sin embargo, que el matrimonio vaya a asumir una mayor función de representación en la familia real. El deseo expresado por el heredero Carlos de reducir el número de figuras públicas cuando le llegue el turno de regentar la Casa de los Windsor induce a pensar que la segunda boda real británica de 2018 dejará una huella discreta en la memoria y pocos cambios en la vida de los York.