El encanto perdido de la ‘revolución Macron’
Sin los ministros Hulot y Nyssen, la sociedad civil pierde relevancia en el Gobierno francés, que tampoco atrae ya a los políticos veteranos
Marc Bassets
París, El País
En plena revolución Macron, hace un año y medio, los currículums desbordaban la sede de su movimiento, En marche! El futuro presidente, Emmanuel Macron, podía permitirse despreciar a los viejos partidos y a los viejos políticos. Era la hora de la llamada sociedad civil. De los profesionales liberales y los tecnócratas. De la Francia “ni de izquierdas ni de derechas”, como rezaba el mantra. De los que, por fin, iban a reformar este país que se había ganado la reputación de ser irreformable. Nadie tenía un no para el joven candidato que iba a transformar Francia.
La magia se ha esfumado. El poder ya no seduce. Ya no hay colas para entrar en el Gobierno o ser diputado. Macron ha necesitado dos semanas para remodelar el Gobierno. Porque no se ponía de acuerdo con su primer ministro, Édouard Philippe. Y porque ya no es tan fácil encontrar miembros de la sociedad civil —ni a políticos profesionales— que quieran subirse al carro del macronismo.
Las dimisiones sucesivas de Nicolas Hulot, popular activista medioambiental y presentador de televisión, y del experimentado Gérard Collomb, son un aviso. Para un influyente ecologista, el ejercicio del poder real puede ser frustrante, y no es la mejor vía para poner en práctica sus ideas. Para un político con una trayectoria larga como el exsocialista Collomb, que además fue uno de los primeros valedores del Macron, existen opciones más interesantes que ser ministro del Interior. En su caso, regresar a su antiguo trabajo, alcalde de Lyon.
Hulot era el miembro más destacado de la sociedad civil en el equipo gubernamental. La apertura a los políticos no profesionales fue uno de los eslóganes del primer macronismo. Macron relevó este martes a otra representante de este ámbito, la editora Françoise Nyssen, una ministra de Cultura que nunca encajó en la burocracia parisina. Una investigación preliminar de la fiscalía por unas obras en las instalaciones de su editorial, la exquisita Actes Sud, le complicaron las cosas. Los sustitutos de Hulot y Nyssen son políticos. Los nuevos miembros del Gobierno procedentes de la sociedad civil son secretarios de Estado. La marcha de Nyssen, como la de Hulot hace unas semanas, certifica que no siempre quien brilló en el sector privado puede gestionar un ministerio. La política es un oficio.
Macron lo hizo todo para diferenciarse de sus antecesores, y en especial de François Hollande. Lo ha logrado a medias. Quería superar las divisiones partidistas pero se ha visto obligado a componer un gabinete de equilibrios entre corrientes ideológicas. Quería eficiencia, un Gobierno con métodos del mundo empresarial, pero ha tardado 13 días en formar el equipo. Quería gobernar con los mejores, pero algunos de los mejores se marchan. Ha descubierto, tarde quizá, que él también es un presidente como los demás, un presidente normal.
Marc Bassets
París, El País
En plena revolución Macron, hace un año y medio, los currículums desbordaban la sede de su movimiento, En marche! El futuro presidente, Emmanuel Macron, podía permitirse despreciar a los viejos partidos y a los viejos políticos. Era la hora de la llamada sociedad civil. De los profesionales liberales y los tecnócratas. De la Francia “ni de izquierdas ni de derechas”, como rezaba el mantra. De los que, por fin, iban a reformar este país que se había ganado la reputación de ser irreformable. Nadie tenía un no para el joven candidato que iba a transformar Francia.
La magia se ha esfumado. El poder ya no seduce. Ya no hay colas para entrar en el Gobierno o ser diputado. Macron ha necesitado dos semanas para remodelar el Gobierno. Porque no se ponía de acuerdo con su primer ministro, Édouard Philippe. Y porque ya no es tan fácil encontrar miembros de la sociedad civil —ni a políticos profesionales— que quieran subirse al carro del macronismo.
Las dimisiones sucesivas de Nicolas Hulot, popular activista medioambiental y presentador de televisión, y del experimentado Gérard Collomb, son un aviso. Para un influyente ecologista, el ejercicio del poder real puede ser frustrante, y no es la mejor vía para poner en práctica sus ideas. Para un político con una trayectoria larga como el exsocialista Collomb, que además fue uno de los primeros valedores del Macron, existen opciones más interesantes que ser ministro del Interior. En su caso, regresar a su antiguo trabajo, alcalde de Lyon.
Hulot era el miembro más destacado de la sociedad civil en el equipo gubernamental. La apertura a los políticos no profesionales fue uno de los eslóganes del primer macronismo. Macron relevó este martes a otra representante de este ámbito, la editora Françoise Nyssen, una ministra de Cultura que nunca encajó en la burocracia parisina. Una investigación preliminar de la fiscalía por unas obras en las instalaciones de su editorial, la exquisita Actes Sud, le complicaron las cosas. Los sustitutos de Hulot y Nyssen son políticos. Los nuevos miembros del Gobierno procedentes de la sociedad civil son secretarios de Estado. La marcha de Nyssen, como la de Hulot hace unas semanas, certifica que no siempre quien brilló en el sector privado puede gestionar un ministerio. La política es un oficio.
Macron lo hizo todo para diferenciarse de sus antecesores, y en especial de François Hollande. Lo ha logrado a medias. Quería superar las divisiones partidistas pero se ha visto obligado a componer un gabinete de equilibrios entre corrientes ideológicas. Quería eficiencia, un Gobierno con métodos del mundo empresarial, pero ha tardado 13 días en formar el equipo. Quería gobernar con los mejores, pero algunos de los mejores se marchan. Ha descubierto, tarde quizá, que él también es un presidente como los demás, un presidente normal.