¿Duermes con un pie fuera del edredón? Tiene su explicación científica
Tus pies funcionan como termostatos. Es decir, 'piermostatos'
Jaime Rubio Hancock
El País
Ya ha llegado ese momento del año en el que comenzamos a dormir con edredón. Ponerle la funda puede ser un pequeño infierno, pero acostarse bien arropadito es una sensación muy placentera. Hasta que te entra calor. Y te destapas un poco. Pero entonces tienes frío, así que te vuelves a tapar. Y entonces tienes calor otra vez. Finalmente das con la solución perfecta: sacar un pie de debajo del nórdico y dejarlo al aire.
Has encendido el piermostato.
Aunque parezca una manía un poco rara, asomar el pie tiene su explicación y, de hecho, es una acción adecuada. Sobre todo en otoño y primavera, cuando no hace tanto frío.
Para poder dormirnos, el cuerpo necesita perder en torno a un grado de temperatura, como explica el neurocientífico Matthew Walker en Why We Sleep (Por qué dormimos). “Por esta razón, te resultará más fácil quedarte dormido en una habitación demasiado fría que en una demasiado cálida”, escribe en su libro.
El cuerpo no solo se enfría en función del ambiente, sino que también usa la piel para bajar la temperatura. En concreto, la de manos, cabeza y pies, donde hay una gran cantidad de pequeños vasos sanguíneos cercanos a la superficie. Estos vasos permiten que la sangre se extienda a lo largo de una gran área cerca del aire y se enfríe.
Es decir, cuando nos vamos a dormir, las manos, los pies y la cabeza, se calientan, con el objetivo es que ese calor se disipe y la temperatura del cuerpo caiga. Pero los pies (o las manos) no pueden librarse del calor si están debajo de una manta. Por eso a veces necesitamos asomarlos antes de sentirnos lo suficientemente a gusto como para quedarnos dormidos.
¿Y qué hay de la gente que duerme con calcetines?
A estas alturas seguro que hay algún lector preocupado por dormir con calcetines incluso en agosto: "¿Acaso mis pies no funcionan como deberían? ¿Están mis piermostatos estropeados?"
En realidad y aunque resulte paradójica, es otra repuesta normal al mismo proceso, tal y como aclara el doctor Francisco Javier Puertas, miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Sueño y responsable de la unidad del sueño del Hospital de Lieja (Bélgica). Las personas frioleras tienen sensación de frío, por lo que sus vasos se contraen y el cuerpo no libera calor hasta que se tapan bien y se ponen unos calcetines.
Puertas explica que no se conocen bien todos los mecanismos que influyen en el sueño y en la regulación de la temperatura, pero apunta que el enfriamiento del cuerpo es necesario para facilitar el inicio del sueño y dormir de forma profunda durante la primera mitad de la noche, que es la que está más relacionada con la recuperación de la fatiga física.
En cambio, durante la segunda mitad predomina la fase REM, que está relacionada con el aprendizaje y la memoria, y que es durante la que soñamos. Durante esas horas, la temperatura corporal es más inestable y por eso a veces nos despertamos en mitad de la noche para taparnos.
Cuidado con la calefacción
En su libro, Walker hace una advertencia especialmente útil cuando llega el invierno y sustituyamos el piermostato por el termostato de la calefacción: hace demasiado calor en nuestros dormitorios.
Hemos diseñado casas intentando mantener una temperatura constante, gracias al aislamiento, estufas, calefacciones y mantas. Esto significa que no hay descenso significativo de la temperatura antes de acostarnos “y nuestro cerebro no recibe la instrucción de enfriamiento en el hipotálamo que facilita una liberación a tiempo de la melatonina”. Esta es la hormona que pone en marcha los procesos que activan el sueño. Comienza a segregarse con la oscuridad y también con la caída de la temperatura que coincide con la puesta del sol.
El consejo de Walker: nuestros dormitorios deberían estar a unos 18 grados, con pequeñas variaciones dependiendo de cada persona. Puertas coincide y recomienda que la temperatura no baje de 15 ni suba de 22 grados para facilitar un sueño de calidad.
Jaime Rubio Hancock
El País
Ya ha llegado ese momento del año en el que comenzamos a dormir con edredón. Ponerle la funda puede ser un pequeño infierno, pero acostarse bien arropadito es una sensación muy placentera. Hasta que te entra calor. Y te destapas un poco. Pero entonces tienes frío, así que te vuelves a tapar. Y entonces tienes calor otra vez. Finalmente das con la solución perfecta: sacar un pie de debajo del nórdico y dejarlo al aire.
Has encendido el piermostato.
Aunque parezca una manía un poco rara, asomar el pie tiene su explicación y, de hecho, es una acción adecuada. Sobre todo en otoño y primavera, cuando no hace tanto frío.
Para poder dormirnos, el cuerpo necesita perder en torno a un grado de temperatura, como explica el neurocientífico Matthew Walker en Why We Sleep (Por qué dormimos). “Por esta razón, te resultará más fácil quedarte dormido en una habitación demasiado fría que en una demasiado cálida”, escribe en su libro.
El cuerpo no solo se enfría en función del ambiente, sino que también usa la piel para bajar la temperatura. En concreto, la de manos, cabeza y pies, donde hay una gran cantidad de pequeños vasos sanguíneos cercanos a la superficie. Estos vasos permiten que la sangre se extienda a lo largo de una gran área cerca del aire y se enfríe.
Es decir, cuando nos vamos a dormir, las manos, los pies y la cabeza, se calientan, con el objetivo es que ese calor se disipe y la temperatura del cuerpo caiga. Pero los pies (o las manos) no pueden librarse del calor si están debajo de una manta. Por eso a veces necesitamos asomarlos antes de sentirnos lo suficientemente a gusto como para quedarnos dormidos.
¿Y qué hay de la gente que duerme con calcetines?
A estas alturas seguro que hay algún lector preocupado por dormir con calcetines incluso en agosto: "¿Acaso mis pies no funcionan como deberían? ¿Están mis piermostatos estropeados?"
En realidad y aunque resulte paradójica, es otra repuesta normal al mismo proceso, tal y como aclara el doctor Francisco Javier Puertas, miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Sueño y responsable de la unidad del sueño del Hospital de Lieja (Bélgica). Las personas frioleras tienen sensación de frío, por lo que sus vasos se contraen y el cuerpo no libera calor hasta que se tapan bien y se ponen unos calcetines.
Puertas explica que no se conocen bien todos los mecanismos que influyen en el sueño y en la regulación de la temperatura, pero apunta que el enfriamiento del cuerpo es necesario para facilitar el inicio del sueño y dormir de forma profunda durante la primera mitad de la noche, que es la que está más relacionada con la recuperación de la fatiga física.
En cambio, durante la segunda mitad predomina la fase REM, que está relacionada con el aprendizaje y la memoria, y que es durante la que soñamos. Durante esas horas, la temperatura corporal es más inestable y por eso a veces nos despertamos en mitad de la noche para taparnos.
Cuidado con la calefacción
En su libro, Walker hace una advertencia especialmente útil cuando llega el invierno y sustituyamos el piermostato por el termostato de la calefacción: hace demasiado calor en nuestros dormitorios.
Hemos diseñado casas intentando mantener una temperatura constante, gracias al aislamiento, estufas, calefacciones y mantas. Esto significa que no hay descenso significativo de la temperatura antes de acostarnos “y nuestro cerebro no recibe la instrucción de enfriamiento en el hipotálamo que facilita una liberación a tiempo de la melatonina”. Esta es la hormona que pone en marcha los procesos que activan el sueño. Comienza a segregarse con la oscuridad y también con la caída de la temperatura que coincide con la puesta del sol.
El consejo de Walker: nuestros dormitorios deberían estar a unos 18 grados, con pequeñas variaciones dependiendo de cada persona. Puertas coincide y recomienda que la temperatura no baje de 15 ni suba de 22 grados para facilitar un sueño de calidad.