SEVILLA 3 - REAL MADRID 0 / Baño del Sevilla al Madrid
Partido perfecto del equipo de Machín ante un rival horrible en las dos áreas. Marcaron André Silva (2) y Ben Yedder. Marcelo, irreconocible, acabó lesionado
Luis Nieto
As
El pepinazo de Butarque tuvo efectos secundarios en el Pizjuán, donde un Madrid fuertemente sedado se vio sometido al juego entusiasta, arrebatado y hasta pegadizo de un Sevilla gigante. Fue una paliza en toda regla, construida desde el interés y la intensidad, pero también desde el fútbol colectivo con encaje, una vuelta de Machín al lugar del crimen (no debió contárselo todo a Lopetegui en su charla de marzo) y del Madrid a los tiempos del despendole, simbolizados en la frivolidad suicida de Marcelo y el absentismo de Benzema.
Definitivamente, Nervión narcotiza al Madrid, cuya colección de desarreglos daría para una exposición. El Sevilla de los tres centrales y de brava embestida sacó a flote la peor versión del equipo de Lopetegui, mal con la pelota y catastrófico sin ella. De golpe, sin preaviso, asomaron los peores vicios del pasado: el ganduleo en la presión, la propensión a partirse, a hacerse peligrosamente largo, la incapacidad para agruparse, la absoluta dejación en la vuelta tras pérdida, el Benzema aforado y el malestar general.
La primera mitad fue un baño de un Sevilla inteligente, organizado, agresivo y con ambición. La capacidad gravitatoria de Banega y del Mudo Vázquez fue la pista de despegue. Navas resultó un caza y André Silva y Ben Yedder, los bombarderos. Un orfeón ante el que cantó el Madrid de todas las maneras imaginables: regalando la pelota en el borde de su área (lo firmó Marcelo, principal encausado, y lo castigó André Silva, tras pase de Navas), regresando a paso de procesión en un córner en área ajena (a Navas sólo lo paró Courtois pero André Silva también hizo caja con el rechace) o durmiéndose en uno en área propia (abrochado con una volea de Ben Yedder). En el inventario quedó también un remate al palo del Mudo Vázquez y un cabezazo peligroso de Sergi Gómez.
Cambios tardíos
El Madrid sólo replicó en un remate al palo de Bale, en lance aislado, y en remate forzado del galés fuera con Vaclik ausente de la portería. La onda expansiva alcanzó a todos, de sur a norte. Fue un desvanecimiento general. El equipo pasó de rojo a colorado inexplicablemente.
De la parálisis no se libró Lopetegui. Del descanso volvieron los mismos, como si nada hubiese ocurrido. La situación era casi irreversible pero los cambios hubiesen resultado al menos admonitorios. El VAR también ahogó el leve intento de reacción al anular un gol de Modric por fuera de juego de un pie. En esto la justicia se ha vuelto milimétrica. Después llegaron Lucas Vázquez, Mariano y Ceballos, los dos últimos silbados según las expectativas, y las primeras señales de que el Madrid empezaba a entender algo de aquel sudoku de tres centrales. Bale, él unico que se puso a salvo, evitó un gol y perdonó dos, pero fue la solitaria baliza ofensiva del Madrid, que acabó con diez por la lesión de Marcelo. Sólo una gran actuación en el derbi puede perdonar tantos pecados.
Luis Nieto
As
El pepinazo de Butarque tuvo efectos secundarios en el Pizjuán, donde un Madrid fuertemente sedado se vio sometido al juego entusiasta, arrebatado y hasta pegadizo de un Sevilla gigante. Fue una paliza en toda regla, construida desde el interés y la intensidad, pero también desde el fútbol colectivo con encaje, una vuelta de Machín al lugar del crimen (no debió contárselo todo a Lopetegui en su charla de marzo) y del Madrid a los tiempos del despendole, simbolizados en la frivolidad suicida de Marcelo y el absentismo de Benzema.
Definitivamente, Nervión narcotiza al Madrid, cuya colección de desarreglos daría para una exposición. El Sevilla de los tres centrales y de brava embestida sacó a flote la peor versión del equipo de Lopetegui, mal con la pelota y catastrófico sin ella. De golpe, sin preaviso, asomaron los peores vicios del pasado: el ganduleo en la presión, la propensión a partirse, a hacerse peligrosamente largo, la incapacidad para agruparse, la absoluta dejación en la vuelta tras pérdida, el Benzema aforado y el malestar general.
La primera mitad fue un baño de un Sevilla inteligente, organizado, agresivo y con ambición. La capacidad gravitatoria de Banega y del Mudo Vázquez fue la pista de despegue. Navas resultó un caza y André Silva y Ben Yedder, los bombarderos. Un orfeón ante el que cantó el Madrid de todas las maneras imaginables: regalando la pelota en el borde de su área (lo firmó Marcelo, principal encausado, y lo castigó André Silva, tras pase de Navas), regresando a paso de procesión en un córner en área ajena (a Navas sólo lo paró Courtois pero André Silva también hizo caja con el rechace) o durmiéndose en uno en área propia (abrochado con una volea de Ben Yedder). En el inventario quedó también un remate al palo del Mudo Vázquez y un cabezazo peligroso de Sergi Gómez.
Cambios tardíos
El Madrid sólo replicó en un remate al palo de Bale, en lance aislado, y en remate forzado del galés fuera con Vaclik ausente de la portería. La onda expansiva alcanzó a todos, de sur a norte. Fue un desvanecimiento general. El equipo pasó de rojo a colorado inexplicablemente.
De la parálisis no se libró Lopetegui. Del descanso volvieron los mismos, como si nada hubiese ocurrido. La situación era casi irreversible pero los cambios hubiesen resultado al menos admonitorios. El VAR también ahogó el leve intento de reacción al anular un gol de Modric por fuera de juego de un pie. En esto la justicia se ha vuelto milimétrica. Después llegaron Lucas Vázquez, Mariano y Ceballos, los dos últimos silbados según las expectativas, y las primeras señales de que el Madrid empezaba a entender algo de aquel sudoku de tres centrales. Bale, él unico que se puso a salvo, evitó un gol y perdonó dos, pero fue la solitaria baliza ofensiva del Madrid, que acabó con diez por la lesión de Marcelo. Sólo una gran actuación en el derbi puede perdonar tantos pecados.