Falló la pegada y acertó el VAR
Un gol de Asensio, anulado por Mateu y validado por el videoarbitraje, premió a un Madrid de más a menos. El Espanyol tuvo cuajo y peligro. Borja Iglesias tiró al larguero.
Luis Nieto
As
El Madrid bajó el volumen y acabó pidiendo la hora ante un Espanyol irreductible, organizado y ambicioso a su manera. El equipo de Lopetegui, sin Carvajal, Marcelo, Kroos ni Bale, fue cansándose de su dominio sin pólvora y acabó refugiado en el gol que le negó Mateu y le concedió el VAR, el Supremo de los tiempos que corren.
Lopetegui ha traído al Madrid la virtud de la insistencia, muy apreciable en un equipo propenso a gandulear en cuanto se fabricaba la primera ventaja. Ahora no existen recesos, roba pronto, va y va, de los laterales a los centrocampistas, de Casemiro a los interiores, de los titulares a los suplentes, algunos de los cuales tuvieron una compensación ante el Espanyol. Eso le gusta al Bernabéu, como le gustó Odriozola, un lateral de repetición que carga de kilómetros y de alegria a su banda aunque aún es mejorable su temple en el centro. Y esa dedicación le da al Madrid peso en los partidos, incluso en este, donde guardándose a Bale y Mariano quedó demasiada infantería para tan poca artillería, pero aún falta alargar el carrete hasta los 90 minutos. Esta vez se quedó corto.
Del VAR al susto
No fue un partido para coleccionistas como el del Roma, en parte porque este Espanyol no salió camino del paredón, sino que fue un equipo escrupuloso sin la pelota, un zarzal del centro del campo hacia atrás. Y con cierto peligro arriba. Rubi cambió sus bandas y los recién llegados, Piatti y Hernán Pérez, casi hacen fortuna a costa de los desarreglos atrás tras pérdida de los blancos. A Lopetegui no le ha dado en 100 días para arreglarlo.
Pero a salvo de esas incursiones espaciadas que hablan bien de un Espanyol con instrucciones de acabar las jugadas, el partido fue del Madrid.
Ceballos no le da al juego la limpieza de Kroos, suplente esta vez, pero es hiperactivo e insistente. Y tiene buenas ocurrencias. Con él, Modric, Isco y Asensio, el juego del Madrid tiene ahora mejor literatura. Ellos dirigieron el asedio al Espanyol, que acabó rendido por el VAR. Porque Mateu, un punto entrometido y más permisivo con la dureza que con las reclamaciones (“las protestas son para él y las patadas no”, significó Valdano), anuló sin indicación del asistente el tanto de Asensio al filo del descanso. De Burgos, desde su pecera, le sacó del error y premió el empeño no siempre brillante del Madrid.
Luego llegó la caída de tensión y Lopetegui tiró de Lucas Vázquez y Mariano y prescindió de Benzema, que ha empezado a ralentizarse. Y de inmediato llegó un error grosero de Ramos, que por irse tanto de fiesta al área ajena (rozó el gol en un cabezazo) se traspapela en la propia. Borja Iglesias estrelló su remate en el larguero. Los cambios empezaban a resultar mejor en el Espanyol que en el Madrid, quizá cansado de lanzar manos al aire. Cundió la inquietud, lo que dio ocasión al debut de Marcos Llorente, al que Lopetegui puso junto a Casemiro. Doble ración de cemento para ganar un partido que iba para festín y casi acaba en disgusto.
Luis Nieto
As
El Madrid bajó el volumen y acabó pidiendo la hora ante un Espanyol irreductible, organizado y ambicioso a su manera. El equipo de Lopetegui, sin Carvajal, Marcelo, Kroos ni Bale, fue cansándose de su dominio sin pólvora y acabó refugiado en el gol que le negó Mateu y le concedió el VAR, el Supremo de los tiempos que corren.
Lopetegui ha traído al Madrid la virtud de la insistencia, muy apreciable en un equipo propenso a gandulear en cuanto se fabricaba la primera ventaja. Ahora no existen recesos, roba pronto, va y va, de los laterales a los centrocampistas, de Casemiro a los interiores, de los titulares a los suplentes, algunos de los cuales tuvieron una compensación ante el Espanyol. Eso le gusta al Bernabéu, como le gustó Odriozola, un lateral de repetición que carga de kilómetros y de alegria a su banda aunque aún es mejorable su temple en el centro. Y esa dedicación le da al Madrid peso en los partidos, incluso en este, donde guardándose a Bale y Mariano quedó demasiada infantería para tan poca artillería, pero aún falta alargar el carrete hasta los 90 minutos. Esta vez se quedó corto.
Del VAR al susto
No fue un partido para coleccionistas como el del Roma, en parte porque este Espanyol no salió camino del paredón, sino que fue un equipo escrupuloso sin la pelota, un zarzal del centro del campo hacia atrás. Y con cierto peligro arriba. Rubi cambió sus bandas y los recién llegados, Piatti y Hernán Pérez, casi hacen fortuna a costa de los desarreglos atrás tras pérdida de los blancos. A Lopetegui no le ha dado en 100 días para arreglarlo.
Pero a salvo de esas incursiones espaciadas que hablan bien de un Espanyol con instrucciones de acabar las jugadas, el partido fue del Madrid.
Ceballos no le da al juego la limpieza de Kroos, suplente esta vez, pero es hiperactivo e insistente. Y tiene buenas ocurrencias. Con él, Modric, Isco y Asensio, el juego del Madrid tiene ahora mejor literatura. Ellos dirigieron el asedio al Espanyol, que acabó rendido por el VAR. Porque Mateu, un punto entrometido y más permisivo con la dureza que con las reclamaciones (“las protestas son para él y las patadas no”, significó Valdano), anuló sin indicación del asistente el tanto de Asensio al filo del descanso. De Burgos, desde su pecera, le sacó del error y premió el empeño no siempre brillante del Madrid.
Luego llegó la caída de tensión y Lopetegui tiró de Lucas Vázquez y Mariano y prescindió de Benzema, que ha empezado a ralentizarse. Y de inmediato llegó un error grosero de Ramos, que por irse tanto de fiesta al área ajena (rozó el gol en un cabezazo) se traspapela en la propia. Borja Iglesias estrelló su remate en el larguero. Los cambios empezaban a resultar mejor en el Espanyol que en el Madrid, quizá cansado de lanzar manos al aire. Cundió la inquietud, lo que dio ocasión al debut de Marcos Llorente, al que Lopetegui puso junto a Casemiro. Doble ración de cemento para ganar un partido que iba para festín y casi acaba en disgusto.