ATLÉTICO 1 - EIBAR 1 / Un muro, un niño y un lío

Garcés evitó desastre mayor al empatar en el descuento el gol de Enrich. Dmitrovic fue el héroe del Eibar, que tiró dos veces al larguero. Godín también topó con la madera.

Patricia Cazón
As
Fue en el último segundo del partido cuando apareció el niño. El árbitro tenía el silbato en la boca, perdía el Atleti, había marcado Enrich, era el final, era un lío. Entonces, apareció él, Borja, chaval que, a lo Torres, sacó la derecha y devolvió la respiración a su equipo, que boqueaba en el área. Los nervios habían sido comezón en el Metropolitano. Tres palos, dos del Eibar y otro del Atleti, que tenía los pies llenos de heridas de tanto patear un muro, Dmitrovic. Así hasta nueve veces, así hasta Garcés.


Se habían ido llenando de mañana pronto los alrededores del Metropolitano, casa asentada 364 días después, con muchos cruzando los dedos. La necesidad de ganar, tras aquí el Rayo y allí Balaídos, llenaba las bocas. Pero no había comenzado el partido y los del Cholo ya eran sólo 15. Un dolor abdominal había sacado del once a Lucas para meter a Godín, que tardaría en entrar, como su equipo. Porque el Atleti, dibujado 4-3-3, trató de dominar en los primeros minutos, poniendo grilletes a la salida de balón de Sergio Álvarez, con presión alta, pero sería el Eibar quien primero dejara una muesca en la portería contraria: disparo de Cote al larguero, tembló el Metropolitano. No terminaba de encontrarse el Atleti, nervioso, con pérdidas de Giménez, pérdidas de Godín, pérdidas de Lemar y el territorio de Dmitrovic hierba virgen por mucho que la orden del Cholo fuera clara: balones a Costa. Y a esperar.

Quien primero pisó, sin embargo, fue Griezmann. Dmitrovic saludaba al partido, sería su hombre. Condujo el francés en el área para un mano a mano bajo el sol. Sacaría el portero con la pierna, comenzaba el recital. El choque seguía allá donde Mendilibar quería, cerrando espacios y ahogando al Atleti, incapaz de trenzar una jugada en estático. Y ante el balón parado, su portero, que defendía la red con uñas, dientes y guantes. Primero ante Saúl y su barbaridad de cabezazo, después ante Grizi, luego ante Godín. Eran minutos rojiblancos, empujados por las recuperaciones de Rodrigo, pero donde no llegaba Dmitrovic lo hacía Arbilla, para desesperación de Costa.

La hierba virgen estaba ahora a los pies de Oblak. Mendilibar había dejado a Enrich en el banco y ni Jordán ni Charles eran lo mismo. A Simeone le faltaba la sorpresa entre líneas, un Correa, y le sobraba Dmitrovic. Salió su equipo de la caseta, en la segunda parte, como un relámpago. Todo lo que no fuera ganar era un desastre y ya sólo quedaban 45 minutos. Pero Costa dos veces, Griezmann y Godín volvieron a estamparse en el muro, en Dmitrovic, y Koke erró a portería vacía. Al cuarto de hora Simeone sacó a Correa por un Lemar que acababa de propiciar un contraataque del Eibar. Los brazos del Cholo ya eran molinillo, pidiendo voz, pero Filipe seguía cegado, mal, mal, y Juanfran por el estilo; Koke ha perdido el reloj y Costa está lento irritante. Giménez se remangaba ante Oblak: tocaba barrer ante un Eibar crecido, con Enrich en el campo, contra a contra, que enviaba otro zapatazo a la madera, ahora de Arbilla, inmenso.

Después de otras dos paradas de Dmitrovic a lo portero de balonmano llegarían los pitos. Fue por el cambio del Cholo: quitar a Rodrigo para meter a Borja Garcés. Su equipo se partió, descontrolado ante un Eibar dirigido por Enrich. Los últimos diez minutos fueron ese pum, pum, pum del corazón martilleando el pecho, insoportables. Quemaba el sol, mordía el comezón y, mientras la grada seguía mascullando que Simeone hubiera quitado a Rodrigo, paralizaría un gol, de Enrich, en el 86', con OK de VAR al control. Fue cuatro minutos antes de que Godín cabeceara un balón a la madera y de que el Metropolitano se agarrara a su nuevo Niño, Borja. El Cholo lo celebró exagerado, alzando puños, agitando brazos. Había sido el cambio silbado. Es un asidero en la negrura de los resultados de estas cuatro primeras jornadas.

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