A 25 años de Oslo, el conflicto palestino-israelí se debate entre la violencia, el escepticismo y la falta de confianza

George Chaya
Infobae
Finalizada la Primera Guerra Mundial, fue en 1919 en la Conferencia de París donde se determinó la división política del Oriente Medio y se fundó la Liga de las Naciones, predecesora de la actual Naciones Unidas y del sistema internacional constituido en torno de los Estados y siguiendo la propuesta del presidente de norteamericano de ese tiempo, Woodrow Wilson. La Liga, en el artículo 22 de su carta, estableció la figura de los "mandatos", un artilugio paternalista que asignaba un territorio a una potencia europea para administrarlo mientras "los pueblos nativos desarrollaban habilidades para auto-gobernarse".


Bajo esta figura, en la Conferencia de San Remo de 1920 a Gran Bretaña le fueron asignados los mandatos sobre Irak y Palestina, mientras que a Francia se le asignó el mandato sobre Siria y Líbano.

El texto del Mandato Británico incluía en su preámbulo como obligación para la potencia mandataria, implementar la Declaración Balfour emitida por la Cancillería Británica en 1917 por medio de la cual "el gobierno de su majestad juzgó adecuado el establecimiento de un hogar nacional judío en Palestina".

La Liga de las Naciones reconoció el vínculo histórico entre el Pueblo Judío y la Tierra de Israel, bautizada Palestina por el imperio Romano tras la expulsión de los judíos en el año 70. Es exactamente allí, durante los años del mandato británico, que nace el conflicto palestino-israelí.

La resolución 181 aprobada por Naciones Unidas el 29 de Noviembre de 1947 pone fin al mandato británico y haciendo justicia a ambos pueblos, determina la creación de dos Estados en lo que era el territorio del mandato: uno árabe y uno judío.

La resolución de partición, que los judíos aceptaron jubilosamente, fue rechazada por los palestinos y por los países árabes, que le declararon la guerra al naciente Estado judío el mismo día en que este declaró su independencia, el 15 de Mayo de 1948.

Esta guerra declarada por los árabes concluyó con la derrota de todos sus ejércitos, impidió la creación del Estado palestino y dio origen a la crisis de los refugiados.

El conflicto continuó y se materializó en un choque de dos narrativas sobre el derecho a una tierra de aproximadamente 22 mil kilómetros cuadrados en que el único compromiso posible es la división del territorio tal como lo estipuló la Resolución de partición de la ONU y, como ha sido desde entonces, la búsqueda de la paz entre judíos y palestinos se buscó en la doctrina de dos Estados para dos Pueblos.

Lo cierto es que ninguno obtuvo todo lo que anhelaba pero la alternativa a no aceptar un compromiso era no tener nada, el liderazgo inteligente de Ben Gurion hizo que los judíos lo aceptaran, los árabes se negaron, y eso ha sido hasta hoy la tragedia palestina, producto principalmente de su negativa a reconocer a Israel como Estado Nación del pueblo judío a cambio del suyo propio y su Estado nacional.

Cien años después del comienzo de esta historia, los judíos tienen en el Estado de Israel la realización de su sueño nacional y la independencia en su tierra ancestral, han construido un Estado democrático con instituciones políticas sólidas, una economía basada en alta tecnología y la innovación, con un elevado estándar de vida y membresía en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Por su parte, el pueblo palestino está cada vez más lejos de realizar sus aspiraciones nacionales y de obtener su Estado.

Esta historia no hace más que revelar que los palestinos han sido los peores enemigos de si mismos con sus inevitables divisiones y la carencia de un proyecto realista de nación. La división se manifiesta hoy por hoy en la imposible conciliación entre el movimiento nacionalista Fatah y el islamista Hamas.

Al privilegiar la "lucha armada" e inclinarse por el terrorismo pues las víctimas israelíes han sido siempre civiles, desde la aparición de la OLP en la década de 1960, la situación ha sido nefasta para los palestinos. Cuando la OLP finalmente decidió abrazar la opción política, Hamás tomó el relevo de la violencia y con los terroristas suicidas de comienzos del milenio en la llamada segunda intifada acabó con la esperanza de los diálogos y los Acuerdos de Oslo, que fue cuando más cerca se estuvo de resolver el conflicto. Con cada ola de violencia de Hamas y la Yihad Islámica Palestina, sean suicidas, cohetes, túneles o cuchillos hirieron de muerte las aspiraciones y los sueños de su propio pueblo, el palestino.

Poco han ayudado a la causa palestina los aliados que por décadas han sido sus grandes defensores. La izquierda internacional con su rabioso "anti-sionismo", fue creando una versión maniquea y manipulada de la historia negando el derecho del pueblo judío a su autodeterminación, mientras que el derecho de los otros pueblos del mundo fue considerado sacrosanto. Se acusó -y aún se acusa- al sionismo de "movimiento colonial", pero se ignora el hecho que el sionismo nace de las entrañas mismas del pueblo judío con el único objetivo de obtener su independencia.

Que el sionismo ha sido exitoso en sus alianzas y que en su momento la alianza con Gran Bretaña fue un camino necesario son hechos incontrovertibles. Sin embargo, viendo la elección del liderazgo nacionalista palestino de esos años encabezado por Hajj Amin-el-Husseini, establecer alianza incondicional con la Alemania nazi y contar con el apoyo de Hitler, exime de cualquier análisis. La decisión de Husseini perfeccionó el descalabro de las estrategias palestinas futuras.

Por su parte, los regímenes árabes han manipulado la cuestión palestina a su antojo, han fomentado las divisiones y por años han usado la causa palestina como una cortina de humo para ocultar el volcán social en ebullición bajo su superficie, aunque todo les estalló en 2011, con las fallidas Primaveras Árabes.

El mundo árabe, que en su momento fue una gloriosa civilización, es hoy un patético escenario de Estados colapsados, guerras fratricidas, sociedades postradas, dictaduras y déspotas. Sus índices de desarrollo humano son vergonzosos y su panorama en derechos humanos es lamentable, siendo pocos los que se salvan de este escenario. Aun así, fueron los estados árabes los que presionaron a un muy predispuesto Arafat a no llegar a ningún acuerdo en Oslo.
El premier israelí Yitzhak Rabin y el lider de la OLP Yasser Arafat se dan la mano bajo la mirada de Bill Clinton en la ceremonia para la firma de los acuerdos de Oslo el 13 de septiembre de 1993, en Washington (AP Photo/Ron Edmonds)
El premier israelí Yitzhak Rabin y el lider de la OLP Yasser Arafat se dan la mano bajo la mirada de Bill Clinton en la ceremonia para la firma de los acuerdos de Oslo el 13 de septiembre de 1993, en Washington (AP Photo/Ron Edmonds)

Las organizaciones internacionales con su inocultable sesgo contra Israel, como el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que calla frente al genocidio en Siria o la matanza saudita en Yemen o el mismo terrorismo palestino, no pierde ocasión de condenar a Israel por lo humano o lo divino. Sin embargo poco hicieron por rescatar las negociaciones de Oslo y tratar de re-encausar las negociaciones.

Así, luego de Oslo y otros intentos y cumbres menores, se llegó al previsible colapso del proceso de paz que impulsó el secretario de Estado de EEUU, John Kerry, en abril de 2014. Ese fue el punto de quiebre final del conflicto palestino-israelí que, desde ese momento, quedó en el limbo, sin un mediador y con la negativa rotunda de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) a cargo de Mahmud Abbas a mantener conversaciones directas entre las partes.

Sobre la mesa sólo queda la iniciativa de paz de la Liga Árabe, promulgada en 2002 y refrendada posteriormente en dos ocasiones. Esta prevé una completa normalización de las relaciones entre el mundo árabe e Israel a cambio de una retirada del Estado judío a las fronteras de 1967 (anteriores a la guerra de los seis días) y con intercambios territoriales mutuamente acordados.

Israel tiene reparos sobre esa iniciativa por la amarga experiencia de procesos de paz anteriores (Oslo, Camp David 2000, Annapolis) en los que ofreció importantes concesiones respondidas negativamente por los palestinos, además por lo que significó poner fin a su presencia en Gaza en 2005, territorio del se retiró y el cual quedo bajo jurisdicción de la ANP que fue posteriormente expulsada por Hamás por medio de un Golpe de Estado para convertir la Franja en una base de ataques con cohetes contra Israel.

Alguna convergencia entre la iniciativa de la Liga Árabe y el Cuarteto (ONU, EEUU, Rusia y la Unión Europea) podría llevar en algún momento a reiniciar las conversaciones para un acuerdo de paz o, por lo menos, arreglos parciales. Sin embargo las posibilidades de lograr la paz entre Israel y Palestina sobre las base de dos Estados son mínimas. Los temas de negociación (fronteras, Jerusalén, refugiados, seguridad y reconocimiento) son bastante complejos y constituyen una ecuación de múltiples variables e interacciones.

Además, el caos que vive la región no facilita un proceso de negociación y relega el conflicto palestino-israelí al fondo de la agenda. Los actuales apuñalamientos y ataques con cohetes y cometas incendiarios casi a diario contra civiles en Israel auguran situaciones más bien negativas y, como ha ocurrido en el pasado los más perjudicados por esta ola de violencia serán los propios palestinos. Parte del resentimiento y la desesperanza de la calle palestina está dirigido contra la Autoridad Palestina, encabezada por las desprestigiadas y corrompidas "vacas sagradas" de Fatah, pero también hay un crecimiento en el rechazo a la estrategia de "sólo Intifada" de Hamas.

Lo grave de la situación política interna palestina es que esta nueva ola de violencia podría derivar en un significativo recrudecimiento del terrorismo impulsado por Hamas y otras organizaciones radicales islamistas y llevar incluso a un posible colapso de la Autoridad Nacional Palestina y de su presidente, Mahmud Abbas.

En el entorno estratégico regional se observa una conjunción de intereses entre el mundo árabe sunita e Israel, ambos preocupados por el acuerdo nuclear de Irán con el Grupo 5+1 sobre el programa atómico iraní en momentos que grupos satelitales a Irán intervienen en Siria, Irak, Yemen y Líbano, lo que por otra parte llevó a Riad a romper relaciones diplomáticas con Teherán en una peligrosa escalada del conflicto de inter-islámico regional entre sunitas y chiitas que está mostrando alto contenido religioso y sectario.

La guerra civil en Siria, que ya lleva varios años, se ha convertido en el más complejo problema geopolítico imaginable y lo que allí ocurra finalmente tendrá implicaciones directas sobre el entorno regional, incluyendo el conflicto palestino-israelí. Por lo que no hay que descartar una conflagración inminente entre Israel y Hezbollah, al que Hamas y la Yihad Islámica Palestina se plegarían gustosos.

La estrategia de Israel es mantener el statu quo en la medida de lo posible. Observando el escenario regional político y militar actual Oslo ha quedado muy lejos, y los israelíes prefieren permanecer atentos a los desarrollos de un vecindario en llamas, conscientes de que no se pueden cometer errores que pongan en riesgo su seguridad o la de sus ciudadanos. En este contexto, un proceso de paz con los palestinos hoy tendrá que esperar. Por su parte, los palestinos siguen divididos, Abbas adolece de una estrategia o iniciativa en el ámbito nacional e internacional y no creará un Estado palestino.

La posibilidad de un acuerdo duradero parece lejana, tanto como la lejanía de los tiempos de Oslo y la historia de las negociaciones fallidas sugiere que se debe en gran parte al accionar del terrorismo y la violencia. Así, el conflicto palestino-israelí entra a su segunda centuria sin solución a la vista. Sin embargo, como suele ocurrir en el Oriente Medio, siempre se puede estar peor.

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