Sexo al paso, la dinámica de una de las zonas rosa más peligrosas de Bolivia

Por las calles de "la 12", en El Alto, el comercio informal se expandió hace algunos años desde que los prostíbulos se asentaron en el lugar, así que la comida al paso y las tiendas dan la apariencia de que están dadas todas las comodidades para hacer un "tour".

La Razón Digital / EFE / El Alto (Bolivia)
Acceder a un servicio sexual en El Alto, la segunda ciudad más poblada de Bolivia, puede ser una cosa de unos cuantos minutos y a bajo precio, en lugares en los que puede hallarse incluso la oferta de adolescentes.


En una visita coordinada con la fundación Munasim Kullakita, dedicada a la protección de menores de edad, Efe pudo conocer la dinámica del comercio sexual en la zona 12 de octubre, llamada también "la 12", durante un recorrido de tres horas.

"La 12" está a pocas calles de la Ceja, un sector de aglomeraciones en el que confluyen las principales avenidas de El Alto y la autopista que comunica con la ciudad vecina de La Paz.

Es el paso casi obligatorio para quienes transitan entre esa ciudad y la capital administrativa de Bolivia.

Al ponerse el sol en la meseta altiplánica comienza la oferta sexual en los 19 prostíbulos identificados por Munasim Kullakita.

Por las calles de "la 12", el comercio informal se expandió hace algunos años desde que los prostíbulos se asentaron en el lugar, así que la comida al paso y las tiendas dan la apariencia de que están dadas todas las comodidades para hacer un "tour".

Se ofrece refresco de maca, un tubérculo andino que se cree mejora el rendimiento sexual, en recipientes que descansan sobre mesas improvisadas en plena calle.

La Casa Verde es uno de los sitios más concurridos, no hay más distintivo que su color, a ella entran y salen sin pausa todo tipo de hombres.

"Es sexo al paso, entras rápido y no ha pasado nada", explica nuestro acompañante, que intenta reflejar la mentalidad de los que concurren a esa zona.

Al ingresar, la música retumba, se asemeja a un hormiguero, algunos clientes se mueven de un lado al otro, mientras otros siguen un trayecto con estricto orden para ver a las chicas libres.

Estamos ante un patio techado de dos pisos, en el medio hay una pista de baile, alrededor puertas que se abren y cierran, son espacios de 2 metros por 3 con una cama y una pequeña mesa en los que se "hace pieza", se tiene sexo.

Los sujetos hacen una fila inacabable, caminan con pasos cortos, uno tras del otro, miran, preguntan y regatean, algunos entran a los habitáculos, otros siguen buscando.



La mayoría de las mujeres aguardan en la puerta en lencería o desnudas, algunas son altas, con cuerpos muy bien formados, otras pequeñas e incluso gorditas y la mayoría aparentan ser veinteañeras.

Nuestro acompañante asegura que "siempre hay alguna menor de edad", de 15 a 17 años, que suelen diferenciarse de las demás porque "tratan de tapar su cuerpo" como una especie de signo de que aún no han naturalizado su actividad.

Nadie controla el ingreso al local, que tiene al menos 41 habitaciones, todas con actividad.

Ingresan hombres de edad avanzada, adultos, universitarios y otros mucho más cubiertos, que dan la impresión de ser escolares.

El servicio cuesta entre unos 6 y 8 dólares por 15 o 20 minutos, tiempo equivalente a una pequeña demora en el camino de regreso a casa, recalca quien nos acompaña.

Al salir de la Casa Verde, la calle ha cambiado, son casi las 9 de la noche y llegan vehículos de todo tipo, de alta gama e inclusive del transporte urbano.

El camino sigue hasta un lugar que anuncia mujeres nacionales y extranjeras, del que los hombres no cesan de entrar y salir.

Al ingreso hay una especie de ambiente previo, en cuyas paredes están instalados varios urinarios para clientes que los usan sin reparo alguno a plena vista.

El recinto tiene conexiones hacia dos pistas, cada una rodeada de dos pisos de pequeños cuartos que fácilmente pueden llegar al centenar.

Un grupo de hombres, que hacen fila en una de las puertas, son los que destacan, están apartados del contemplativo recorrido de los demás.

Un mesero o camarero nos explicó que es porque ha llegado "una chiquita, flaquita y buena".



Simulamos incorporarnos a la fila y logramos verla, su cuerpo está cubierto, es muy joven.

En más de media hora han ingresado cuatro sujetos con ella, uno de unos 50 años y hasta un jovenzuelo que entre risas dejó a sus amigos esperando.

Los que esperan son pacientes, no les interesan las extranjeras que están en los demás habitáculos, prefieren las menores porque dan mayor satisfacción sexual y porque creen están sin enfermedades, explicó el acompañante de la fundación.

Nuestro guía asegura que la demanda por las más jóvenes es una "constante" al extremo que "no descansan y no se asean", ya que pueden estar hasta con 20 clientes en una noche.

En este tipo de lugares de sexo al paso, a bajo precio, solo unos cuantos dólares, las mujeres no tienen el derecho de escoger la oferta, ya que quien tiene el dinero puede "hacer pieza" con cualquiera.

Entradas populares