Las nuevas sanciones estadounidenses agravan la crisis en Rusia

Las medidas, que entran en vigor este miércoles, coinciden con una caída de la popularidad de Putin por su política exterior que pasa del 22% de apoyo al 18%

Rodrigo Fernández
Moscú, El País
El paquete de nuevas sanciones estadounidenses contra Moscú, en respuesta al caso del exespía ruso Serguéi Skripal, al que se intentó asesinar en Salisbury (Reino Unido) en marzo junto a su hija, han entrado en vigor este miércoles. Solo el anuncio de las medidas produjo hace dos semanas una drástica caída del rublo, que después se logró recuperar y en los últimos días se ha logrado estabilizar, aunque con pérdidas. Sin embargo, la presión sobre la moneda continúa y ahora que comienza la aplicación de las medidas tomadas por Washington muchos pronostican que seguirá perdiendo valor.


“Las sanciones son contraproducentes y no tienen sentido, sobre todo en relación a un país como Rusia”, dijo el presidente ruso, Vladímir Putin. El jefe del Kremlin volvió a insistir en que las sanciones contra Rusia interesan al establishment estadounidense más que al presidente de ese país, Donald Trump, con el que Putin exhibe buena sintonía.

En un reconocimiento del impacto de las sanciones, el ministro de Economía ruso, Maxim Oreshkin, ha dicho este miércoles que el crecimiento para 2018 podría rebajarse del 1,9% al 1,8%, informa Reuters. Esta situación produce irritación a los rusos, a la que se suma el descontento por la decisión gubernamental de aumentar la edad de jubilación, algo que rechaza la inmensa mayoría de la población, lo que se está traduciendo en una caída del apoyo al presidente Vladímir Putin.

Las sanciones, que llegan en un momento en el que Putin también pierde popularidad por su política exterior y por la manera en que los rusos perciben la defensa de sus intereses en el mundo, contemplan una serie de limitaciones a las exportaciones a Rusia, entre las que destacan las que pueden usarse tanto con fines pacíficos como en la esfera militar, como es el caso de algunos equipos electrónicos que se utilizan en los aviones.

Pero el problema, según los expertos, no son estas medidas, sino el segundo paquete que Washington promete aplicar dentro de tres meses si el Kremlin no da garantías de que no utilizará armas químicas (Skripal y su hija fueron envenenados precisamente con el agente nervioso novichok).

Ese otro paquete golpea a los bancos, suspende los vuelos de Aeroflot a Estados Unidos y reduce el intercambio comercial al mínimo, entre otras medidas. Si a fines de noviembre se introduce esta nueva ronda de sanciones, la situación, según los pronósticos pesimistas, se tornará catastrófica y podría desembocar en una bancarrota como la de 1998; los optimistas, en cambio, sostienen que el sistema financiero ruso es estable, que el Banco Central dispone de grandes reservas en dólares y que no habrá ningún colapso.

Pero la gente de a pie, como en ocasiones anteriores, está convencida de que, sea como fuere, la situación empeorará y los que tienen ahorros en rublos, piensan en cómo gastarlos (desde principios de año, el dólar se ha encarecido en casi 10 rublos, de 57,6 a 67,1) antes de que se desate la inflación que provoca el reforzamiento de la moneda estadounidense.

A este malestar, se suma la decisión gubernamental de aumentar la edad de jubilación de los actuales 55 años a 63 para las mujeres y de 60 a 65 para los hombres. El proceso será paulatino y finalizará en 2028, según el proyecto de ley que ya ha sido aprobado en primera lectura. El rechazo ha sido tal, que dos partidos –Rusia Justa y los comunistas— han pedido un referéndum y el Gobierno ha tenido que abrirse a compromisos. Pero lo que está claro es que el aumento de edad para optar a una pensión se elevará de todas maneras.

El descontento aumenta también por la política exterior del Kremlin. Según una encuesta publicada este mes por el Centro Levada, los rusos quisieran que se dejara de ayudar a países extranjeros y se destinaran esos recursos a mejorar la situación de la población. Esto se traduce en una caída del apoyo a la política exterior de Putin —del 22% en 2016 al 18%—; también ha disminuido el número de personas a las que les gusta la manera en que el presidente defiende los intereses de Rusia: del 25% al 17%.

Los rusos, que ya sufren las consecuencias de las sanciones que a raíz de la anexión de Crimea impusieron antes la Unión Europea, Estados Unidos y otros países, están hartos de ellas y no ven cómo estas puedan disminuir. Washington amenaza con nuevos castigos y Reino Unido, a través de su ministro de Exteriores, Jeremy Hunt, pidió el martes su ampliación. Está por verse cómo influirán estos nuevos ánimos en las elecciones locales previstas para el 9 de septiembre próximo.

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