El rastro de la cocaína en la frontera argentino-boliviana
Para intentar detener el creciente narcotráfico proveniente de Bolivia, Macri decidió enviar al Ejército para apoyar a la Gendarmería y la policía. Evo Morales dice que se está militarizando la frontera y que allí se levantará una base de la OTAN
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
La cocaína siempre deja rastro. El polvillo blanco se esparce como cuando soplamos los brotes del diente de león. La huella blanca va creando un sendero como las migas de pan de los cuentos. Y acá en la quebrada que separa a la boliviana Yacuiba de la argentina Salvador Mazza se pueden ver claramente ese rastro en los pasillos por donde pasa el "bagayeo" (contrabando hormiga) tradicional de cualquier frontera del mundo junto al ahora incesante narcotráfico. Las cargas, en el lado boliviano, se acopian en galpones o simples cobijos armados con ramas y tirantes de algarrobos y palos blancos.
Los "bagayeros" esperan el descuido del gendarme para atravesar la cañada por donde pasa un hilo de aguas servidas y correr entre la basura que ellos mismos tiran para impedir el paso de las patrullas. En apenas un minuto están del lado argentino. Y allí van acopiando otra vez, medio kilo, dos kilos, un kilito más de pasta base o cocaína ya depurada.
Unos días más tarde el cargamento está listo. Un auto con 50 kilos camuflados donde antes estaba el air bag o el sistema de movimiento del asiento, los paragolpes o dentro de una carga de latas de aceite, diluida en gasolina, embadurnada de dulce de leche, adentro de mil zapatillas. Si es posible lo recubren todo con resina plástica para evitar que los perros las detecten. Y allí comienzan a bajar por la "ruta blanca", la 34, tratando de sortear todos los controles que les pone Gendarmería y que convergen en el antiguo puesto de Aguaray. Ahí, a 22 kilómetros de la frontera, los gendarmes se convierten en mecánicos expertos en armar y desarmar en minutos autos, camiones, motos y carritos. Para eludir el control, algunos "bagayeros" bajan la carga poco antes del puesto, la pasan con "muleros" (acarreadores) por entre los campos y la vuelven a cargar a los vehículos unos kilómetros después tratando de eludir las numerosas patrullas y baquianos que controlan la zona.
A veces, "entregan" un cargamento para llevarse otros tres. El que logra pasar va directo por esta ruta para entregar la carga a las bandas que operan en Santa Fe, Córdoba o el Gran Buenos Aires. La meta final es estar en menos de un mes en Madrid o Lisboa con 500 kilos de cocaína pura, el equivalente a unos 100 millones de euros. El primer "bagayero" recibirá veinte pesos por el tramo inicial del cruce de la cañada. El "dealer" en Berlín o Londres llega a venderla hasta 100 dólares el gramo.
Esta ruta de la cocaína hacia los lucrativos mercados de Europa y Asia se desarrolló después de que a los grandes cárteles de la droga colombianos se les cerrara casi por completo el camino directo a Estados Unidos. Desde hace al menos una década los colombianos dependen de los mexicanos para hacer llegar la cocaína a Nueva York o Chicago. Al mismo tiempo se produjo otro fenómeno: el ejército colombiano desbarató a las grandes organizaciones como la de Pablo Escobar o los Rodríguez Orejuela. Esto provocó que los sicarios se dispersaran y crearan muchos y más pequeños carteles que compiten entre sí. Fue cuando buscaron caminos hacia el sur para llevar su mercadería. Pasaban por Perú para alcanzar Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, donde se encuentran las grandes "cocinas" de la cocaína. Allí se refina y se envasa. El resto queda en manos de los mafiosos bolivianos y peruanos que la pasan hacia Argentina. Algunos, usando a los "bagayeros". Otros, directamente por el aire.
Para desbaratar este narcotráfico que está asfixiando a Rosario con récord de asesinatos y contamina a Buenos Aires y muchas otras ciudades argentinas –por ejemplo llevaban la droga hasta la patagónica Allen, en Río Negro, y la camuflaban en cajones de manzana que iban rumbo a España- es que el gobierno de Mauricio Macri decidió instalar en las provincias del norte del país contingentes del Ejército Argentino para que den respaldo e infraestructura a la Gendarmería, la Policía Federal y las policías provinciales que combaten a los cárteles internacionales. Una acción que esta última semana enojó de sobremanera al presidente boliviano Evo Morales, quien está convencido de que se está "militarizando" la frontera y que detrás de todo se encuentra Estados Unidos.
"No estoy de acuerdo con lo que hizo estos últimos días Argentina, militarizar la frontera con Bolivia, en La Quiaca, al frente de Villazón. Lo que hacen es amedrentar, intentarán asustarnos, no nos vamos a asustar, somos un pueblo unido, son fuerzas sociales. Intentarán como sea amedrentaros, no van a poder", dijo desafiante durante un acto en Villa Charcas, Chuquisaca.
De acuerdo a la prensa boliviana, el embajador argentino en ese país, Normando Álvarez, habría confirmado que será instalada una base militar en Abra Pampa, en la provincia argentina de Jujuy, a 70 kilómetros de la frontera con Bolivia y otra en Salta, no muy lejos del cruce Yacuiba/Salvador Maza. "No, son invenciones; para qué necesitamos militares de Estados Unidos si nosotros tenemos fuerzas militares profesionales que pueden desarrollar tranquilamente su tarea", respondió el embajador. Evo Morales cree que será un enclave de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. "La OTAN y las bases militares estadounidenses son sinónimo de robo, sinónimo de saqueo, de confrontación, de guerra", aseguró el presidente de Bolivia.
Más allá de la controversia por la participación de los militares en el combate contra las drogas, la frontera argentino-boliviana es absolutamente porosa. Del lado boliviano se produce la coca, unas 45.000 toneladas de hojas al año. De éstas, 20.000 toneladas son utilizadas por la población para el mascado de una bola de hojas, y para otros usos medicinales. "Las otras 25.000 se desvían para el narcotráfico", denunció el diputado opositor de la Convergencia Nacional boliviana, Adrián Oliva. En Perú se producen 70.000 toneladas de hojas. Es el mayor productor mundial. Y una vez convertida en cocaína, la mayor parte de esa producción pasa a Argentina, donde están los puertos de salida. Del lado argentino no crece el arbusto.
Los cuatriciclos de los gendarmes avanzan a toda velocidad por la quebrada binacional. Pasan por debajo del puente internacional y siguen hasta el límite máximo del paralelo 22. Ahí, en la punta misma, en el hito uno, en el paraje El Sauzal, en tierra de nadie, una banda de bolivianos, argentinos y colombianos había levantado una "cocina" en la que usaban el "método colombiano" de triturar las hojas de coca, pasarlas por acetona y gasolina hasta lograr la pasta base de la que, luego, se purifica y obtiene la cocaína. En El Sauzal se encontraron dos "montañas" de casi diez metros de alto de hojas de coca desechadas después de ser trituradas y que se les sacara el jugo. De todos modos, esta "cocina" fue una excepción.
Los grandes centros de elaboración de la pasta base están en Bolivia y Perú. Por detrás, siempre, aparece la conexión con algún cartel colombiano, particularmente el de Cali, o los mexicanos de Sinaloa. Y cuando quieren pasar un cargamento grande de cocaína pura que ya tienen colocado en Europa utilizan la vía aérea. "Los aviones grandes van a campos de Santiago del Estero, donde muchos productores son cómplices, dicen que no se enteran de los aterrizajes pero por debajo reciben sus buenos billetes. Y los aviones más chicos vienen acá a Salta, a la zona de Anta, donde hay varias fincas buenas para bajar. Ya tienen todo montado. No se olvide que acá sólo en la zona de Orán residen unos 4.000 colombianos y algunos mexicanos que se dedican a controlar los envíos", explica un ex agente de la DEA, la agencia antinarcóticos estadounidense, que trabajó haciendo inteligencia en el norte argentino hasta que el anterior gobierno argentino decidió no continuar con los acuerdos de cooperación. Los aviones sobrevuelan, lanzan su carga y regresan a Bolivia.
"Aquí hubo verdaderas lluvias blancas, de paquetes de cocaína. Yo tengo varios casos. Pero hubo muchos más en Jujuy, Santiago, Tucumán", contaba en ese entonces el juez federal de Orán, Raúl Reynoso, que tenía a su cargo casi 7.000 casos relacionados con el narcotráfico, hasta que descubrieron que él mismo era parte del engranaje mafioso. Recibía una tajada del negocio a cambio de cajonear expedientes o hacer la vista gorda ante algunas denuncias.
Una vez que se pasa la línea de Santiago del Estero, los cargamentos llegan en forma muy fácil hasta los puertos de salida de la producción de granos en toda la costa del Paraná y Buenos Aires. Los esconden entre toneladas de soja y trigo o los arrastran en bultos por el agua a la salida y la entrada de los puertos.
"Buscan barcos de cargas medianos y puertos europeos donde no haya buzos tácticos. De esa manera, antes de arribar colocan la carga de drogas adosadas a la quilla con grandes sopapas o imanes. Cuando los inspectores suben al barco no encuentran nada. La cocaína está debajo del agua y la sacan por la noche con la anuencia de un vigía corrupto de algún puerto del Mediterráneo", explica el profesor Edgardo Buscaglia, presidente del Instituto de Acción Ciudadana de México, quien elaboró un estudio sobre el narcotráfico en la Argentina en 2011 para Naciones Unidas.
Sobrevolamos en helicóptero el tupido bosque salteño. Por la ruta 34 avanzan autos antiguos recargados hasta lo imposible con bolsas plásticas multicolores. Los controles hoy están reforzados. Hay informes de que van a intentar pasar cargamentos grandes. Los gendarmes montaron tres puestos cada diez kilómetros antes de llegar a los scanners de última generación en Aguaray donde radiografían a cada vehículo que pasa. Por la radio del piloto se escucha la noticia de que hace un momento se decomisaron 60.000 dólares y varios kilos de droga camuflados en una cubierta de repuesto; hacia el sur, por la ruta 34 detuvieron un auto Corsa con los paragolpes reforzados con 11 kilos de cocaína; en Rosario de la Frontera detectaron un "convoy" de una camioneta Hilux, y dos autos BMW y Audi, todos robados en Buenos Aires, que iban a ser cambiados por droga. A éstos traficantes ya los conocían, pertenecen a la banda de César Villatalco conectado con narcos bolivianos y colombianos.
También hay mucha actividad en la zona en que la provincia argentina de Salta forma una triple frontera con Bolivia y Paraguay. En los cruces del río Pilcomayo, que marca el límite, se registran permanentemente enfrentamientos armados entre la Gendarmería y los sicarios. Por allí entran cargamentos que buscan llegar directamente al río Paraná para trasladarlos por agua hasta Rosario y sus puertos adyacentes. Hubo varios casos de avionetas que llegaron hasta pistas clandestinas en la provincia de Corrientes y el norte de Santa Fe con hasta 300 kilos de cocaína.
"Argentina aún no tiene un nombre como país narco pero ya es un lugar importante para las operaciones de todos los grandes carteles internacionales y sus actividades aumentan a ritmo vertiginoso", comenta desde Washington Luis Sierra, el subdirector para investigaciones en el Hemisferio Occidental del Departamento de Seguridad Interior (Homeland Security). El narcotráfico no sabe de fronteras. El límite más vigilado del planeta, el que divide a Estados Unidos de México, es una de los más perforados por los carteles que buscan llegar hasta el mayor mercado de consumidores de drogas del mundo, el de los estadounidenses. No hay aduanas seguras pero algunas están más comprometidas que otras. El límite argentino-boliviano es ahora la nueva "frontera caliente" del narcotráfico. El presidente Macri decidió incluir al Ejército en la tarea de sellar ese paso. Su colega Evo Morales desconfía y apela al discurso más antiguo de América Latina: detrás de esta iniciativa hay una conspiración emanada de Washington. Más allá de la controversia, la cocaína sigue pasando de un Estado al otro dejando un reguero de polvo blanco.
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
La cocaína siempre deja rastro. El polvillo blanco se esparce como cuando soplamos los brotes del diente de león. La huella blanca va creando un sendero como las migas de pan de los cuentos. Y acá en la quebrada que separa a la boliviana Yacuiba de la argentina Salvador Mazza se pueden ver claramente ese rastro en los pasillos por donde pasa el "bagayeo" (contrabando hormiga) tradicional de cualquier frontera del mundo junto al ahora incesante narcotráfico. Las cargas, en el lado boliviano, se acopian en galpones o simples cobijos armados con ramas y tirantes de algarrobos y palos blancos.
Los "bagayeros" esperan el descuido del gendarme para atravesar la cañada por donde pasa un hilo de aguas servidas y correr entre la basura que ellos mismos tiran para impedir el paso de las patrullas. En apenas un minuto están del lado argentino. Y allí van acopiando otra vez, medio kilo, dos kilos, un kilito más de pasta base o cocaína ya depurada.
Unos días más tarde el cargamento está listo. Un auto con 50 kilos camuflados donde antes estaba el air bag o el sistema de movimiento del asiento, los paragolpes o dentro de una carga de latas de aceite, diluida en gasolina, embadurnada de dulce de leche, adentro de mil zapatillas. Si es posible lo recubren todo con resina plástica para evitar que los perros las detecten. Y allí comienzan a bajar por la "ruta blanca", la 34, tratando de sortear todos los controles que les pone Gendarmería y que convergen en el antiguo puesto de Aguaray. Ahí, a 22 kilómetros de la frontera, los gendarmes se convierten en mecánicos expertos en armar y desarmar en minutos autos, camiones, motos y carritos. Para eludir el control, algunos "bagayeros" bajan la carga poco antes del puesto, la pasan con "muleros" (acarreadores) por entre los campos y la vuelven a cargar a los vehículos unos kilómetros después tratando de eludir las numerosas patrullas y baquianos que controlan la zona.
A veces, "entregan" un cargamento para llevarse otros tres. El que logra pasar va directo por esta ruta para entregar la carga a las bandas que operan en Santa Fe, Córdoba o el Gran Buenos Aires. La meta final es estar en menos de un mes en Madrid o Lisboa con 500 kilos de cocaína pura, el equivalente a unos 100 millones de euros. El primer "bagayero" recibirá veinte pesos por el tramo inicial del cruce de la cañada. El "dealer" en Berlín o Londres llega a venderla hasta 100 dólares el gramo.
Esta ruta de la cocaína hacia los lucrativos mercados de Europa y Asia se desarrolló después de que a los grandes cárteles de la droga colombianos se les cerrara casi por completo el camino directo a Estados Unidos. Desde hace al menos una década los colombianos dependen de los mexicanos para hacer llegar la cocaína a Nueva York o Chicago. Al mismo tiempo se produjo otro fenómeno: el ejército colombiano desbarató a las grandes organizaciones como la de Pablo Escobar o los Rodríguez Orejuela. Esto provocó que los sicarios se dispersaran y crearan muchos y más pequeños carteles que compiten entre sí. Fue cuando buscaron caminos hacia el sur para llevar su mercadería. Pasaban por Perú para alcanzar Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, donde se encuentran las grandes "cocinas" de la cocaína. Allí se refina y se envasa. El resto queda en manos de los mafiosos bolivianos y peruanos que la pasan hacia Argentina. Algunos, usando a los "bagayeros". Otros, directamente por el aire.
Para desbaratar este narcotráfico que está asfixiando a Rosario con récord de asesinatos y contamina a Buenos Aires y muchas otras ciudades argentinas –por ejemplo llevaban la droga hasta la patagónica Allen, en Río Negro, y la camuflaban en cajones de manzana que iban rumbo a España- es que el gobierno de Mauricio Macri decidió instalar en las provincias del norte del país contingentes del Ejército Argentino para que den respaldo e infraestructura a la Gendarmería, la Policía Federal y las policías provinciales que combaten a los cárteles internacionales. Una acción que esta última semana enojó de sobremanera al presidente boliviano Evo Morales, quien está convencido de que se está "militarizando" la frontera y que detrás de todo se encuentra Estados Unidos.
"No estoy de acuerdo con lo que hizo estos últimos días Argentina, militarizar la frontera con Bolivia, en La Quiaca, al frente de Villazón. Lo que hacen es amedrentar, intentarán asustarnos, no nos vamos a asustar, somos un pueblo unido, son fuerzas sociales. Intentarán como sea amedrentaros, no van a poder", dijo desafiante durante un acto en Villa Charcas, Chuquisaca.
De acuerdo a la prensa boliviana, el embajador argentino en ese país, Normando Álvarez, habría confirmado que será instalada una base militar en Abra Pampa, en la provincia argentina de Jujuy, a 70 kilómetros de la frontera con Bolivia y otra en Salta, no muy lejos del cruce Yacuiba/Salvador Maza. "No, son invenciones; para qué necesitamos militares de Estados Unidos si nosotros tenemos fuerzas militares profesionales que pueden desarrollar tranquilamente su tarea", respondió el embajador. Evo Morales cree que será un enclave de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. "La OTAN y las bases militares estadounidenses son sinónimo de robo, sinónimo de saqueo, de confrontación, de guerra", aseguró el presidente de Bolivia.
Más allá de la controversia por la participación de los militares en el combate contra las drogas, la frontera argentino-boliviana es absolutamente porosa. Del lado boliviano se produce la coca, unas 45.000 toneladas de hojas al año. De éstas, 20.000 toneladas son utilizadas por la población para el mascado de una bola de hojas, y para otros usos medicinales. "Las otras 25.000 se desvían para el narcotráfico", denunció el diputado opositor de la Convergencia Nacional boliviana, Adrián Oliva. En Perú se producen 70.000 toneladas de hojas. Es el mayor productor mundial. Y una vez convertida en cocaína, la mayor parte de esa producción pasa a Argentina, donde están los puertos de salida. Del lado argentino no crece el arbusto.
Los cuatriciclos de los gendarmes avanzan a toda velocidad por la quebrada binacional. Pasan por debajo del puente internacional y siguen hasta el límite máximo del paralelo 22. Ahí, en la punta misma, en el hito uno, en el paraje El Sauzal, en tierra de nadie, una banda de bolivianos, argentinos y colombianos había levantado una "cocina" en la que usaban el "método colombiano" de triturar las hojas de coca, pasarlas por acetona y gasolina hasta lograr la pasta base de la que, luego, se purifica y obtiene la cocaína. En El Sauzal se encontraron dos "montañas" de casi diez metros de alto de hojas de coca desechadas después de ser trituradas y que se les sacara el jugo. De todos modos, esta "cocina" fue una excepción.
Los grandes centros de elaboración de la pasta base están en Bolivia y Perú. Por detrás, siempre, aparece la conexión con algún cartel colombiano, particularmente el de Cali, o los mexicanos de Sinaloa. Y cuando quieren pasar un cargamento grande de cocaína pura que ya tienen colocado en Europa utilizan la vía aérea. "Los aviones grandes van a campos de Santiago del Estero, donde muchos productores son cómplices, dicen que no se enteran de los aterrizajes pero por debajo reciben sus buenos billetes. Y los aviones más chicos vienen acá a Salta, a la zona de Anta, donde hay varias fincas buenas para bajar. Ya tienen todo montado. No se olvide que acá sólo en la zona de Orán residen unos 4.000 colombianos y algunos mexicanos que se dedican a controlar los envíos", explica un ex agente de la DEA, la agencia antinarcóticos estadounidense, que trabajó haciendo inteligencia en el norte argentino hasta que el anterior gobierno argentino decidió no continuar con los acuerdos de cooperación. Los aviones sobrevuelan, lanzan su carga y regresan a Bolivia.
"Aquí hubo verdaderas lluvias blancas, de paquetes de cocaína. Yo tengo varios casos. Pero hubo muchos más en Jujuy, Santiago, Tucumán", contaba en ese entonces el juez federal de Orán, Raúl Reynoso, que tenía a su cargo casi 7.000 casos relacionados con el narcotráfico, hasta que descubrieron que él mismo era parte del engranaje mafioso. Recibía una tajada del negocio a cambio de cajonear expedientes o hacer la vista gorda ante algunas denuncias.
Una vez que se pasa la línea de Santiago del Estero, los cargamentos llegan en forma muy fácil hasta los puertos de salida de la producción de granos en toda la costa del Paraná y Buenos Aires. Los esconden entre toneladas de soja y trigo o los arrastran en bultos por el agua a la salida y la entrada de los puertos.
"Buscan barcos de cargas medianos y puertos europeos donde no haya buzos tácticos. De esa manera, antes de arribar colocan la carga de drogas adosadas a la quilla con grandes sopapas o imanes. Cuando los inspectores suben al barco no encuentran nada. La cocaína está debajo del agua y la sacan por la noche con la anuencia de un vigía corrupto de algún puerto del Mediterráneo", explica el profesor Edgardo Buscaglia, presidente del Instituto de Acción Ciudadana de México, quien elaboró un estudio sobre el narcotráfico en la Argentina en 2011 para Naciones Unidas.
Sobrevolamos en helicóptero el tupido bosque salteño. Por la ruta 34 avanzan autos antiguos recargados hasta lo imposible con bolsas plásticas multicolores. Los controles hoy están reforzados. Hay informes de que van a intentar pasar cargamentos grandes. Los gendarmes montaron tres puestos cada diez kilómetros antes de llegar a los scanners de última generación en Aguaray donde radiografían a cada vehículo que pasa. Por la radio del piloto se escucha la noticia de que hace un momento se decomisaron 60.000 dólares y varios kilos de droga camuflados en una cubierta de repuesto; hacia el sur, por la ruta 34 detuvieron un auto Corsa con los paragolpes reforzados con 11 kilos de cocaína; en Rosario de la Frontera detectaron un "convoy" de una camioneta Hilux, y dos autos BMW y Audi, todos robados en Buenos Aires, que iban a ser cambiados por droga. A éstos traficantes ya los conocían, pertenecen a la banda de César Villatalco conectado con narcos bolivianos y colombianos.
También hay mucha actividad en la zona en que la provincia argentina de Salta forma una triple frontera con Bolivia y Paraguay. En los cruces del río Pilcomayo, que marca el límite, se registran permanentemente enfrentamientos armados entre la Gendarmería y los sicarios. Por allí entran cargamentos que buscan llegar directamente al río Paraná para trasladarlos por agua hasta Rosario y sus puertos adyacentes. Hubo varios casos de avionetas que llegaron hasta pistas clandestinas en la provincia de Corrientes y el norte de Santa Fe con hasta 300 kilos de cocaína.
"Argentina aún no tiene un nombre como país narco pero ya es un lugar importante para las operaciones de todos los grandes carteles internacionales y sus actividades aumentan a ritmo vertiginoso", comenta desde Washington Luis Sierra, el subdirector para investigaciones en el Hemisferio Occidental del Departamento de Seguridad Interior (Homeland Security). El narcotráfico no sabe de fronteras. El límite más vigilado del planeta, el que divide a Estados Unidos de México, es una de los más perforados por los carteles que buscan llegar hasta el mayor mercado de consumidores de drogas del mundo, el de los estadounidenses. No hay aduanas seguras pero algunas están más comprometidas que otras. El límite argentino-boliviano es ahora la nueva "frontera caliente" del narcotráfico. El presidente Macri decidió incluir al Ejército en la tarea de sellar ese paso. Su colega Evo Morales desconfía y apela al discurso más antiguo de América Latina: detrás de esta iniciativa hay una conspiración emanada de Washington. Más allá de la controversia, la cocaína sigue pasando de un Estado al otro dejando un reguero de polvo blanco.