Modric, el emperador sin imperio
Santiago Aparicio
Moscú, EFE
El Mundial 2018 terminó por conciliar todas las opiniones en torno a Luka Modric, que no pudo hacer suyo el imperio en Rusia por culpa de una final torcida que le arrebató la poderosa Francia, pero que aún así fue reconocido como el mejor del torneo.
A los 32 años, cerca de abordar el ocaso de su carrera futbolística y posiblemente en su última Copa del Mundo, el líder de Croacia erigió momentos para la historia y acaparó méritos. Pero no pudo culminar su conquista.
Su imagen se pareció a la de Leo Messi en Brasil 2014. Cuando tuvo que recoger el premio al mejor después de que Argentina perdiera la ocasión de ser campeón tras caer con Alemania. Le sucedió igual a Modric. Un consuelo individual y un desconsuelo mayor.
Ha necesitado el futbolista del Real Madrid, que en Moscú rebasó a Dario Simic como el que más presencias en un Mundial ha evidenciado en la historia del fútbol de su país, con un total de doce encuentros, casi tres lustros como profesional para encontrar una recompensa particular en un evento de tal calado.
No es habitual la pinta de perdedor que Modric y los suyos arrastraron al término de la final sobre césped de Luzhniki. Luka, un ganador de finales por naturaleza, fue superado en un partido lejos de sus previsiones y distante de sus gustos.
Pocas cosas han resultado fáciles en la vida de Luka. Esta, en el fútbol, no iba a ser una excepción. En cualquier caso, nada comparable a las penurias por las que transitó su infancia, lejos del sosiego y la paz que demanda un menor. Modric nació en una familia humilde, en una localidad cercana a Zadar, y a una edad prematura tuvo que ejercer de pastor, cuidar cabras en la montaña. Era de lo que vivían los suyos.
Vio la guerra de cerca, el drama bélico de los Balcanes por su lado. Tuvo que huir lejos de aquello. De una parte a otra, de una ciudad a otra. Vida de refugiado.
Plagado de estrellas a su alrededor Luka adopta una pose discreta, sin el ruido que generan otros compañeros de club. Rastros reflejo de una personalidad firme en la sombra y prudente en la escena, secuelas de sus inicios. De cuando era dado de lado por su físico. Por bajito y flaco.
Al talento no le hace falta altura y Modric lo ha demostrado en Rusia. El futbolista del Real Madrid ha dirigido a Croacia hacia la cota más alta de su historia. A la orilla de un éxito bestial que alcanzan solo de vez en cuando unos pocos elegidos.
Modric lidera el tramo final de la generación más gloriosa del fútbol croata. La que en Rusia ha dejado atrás la mítica que lideró Davor Suker, con Robert Prosinecki o Robert Jarni, que fijó el techo en el tercer puesto logrado en Francia 1998.
El destino esquivó el momento de gloria para el fútbol croata. Rusa 2018 será el Mundial de Francia, también el de Modric que en su partido 113 como internacional con su país logró el reconocimiento total del mundo del fútbol.
Moscú, EFE
El Mundial 2018 terminó por conciliar todas las opiniones en torno a Luka Modric, que no pudo hacer suyo el imperio en Rusia por culpa de una final torcida que le arrebató la poderosa Francia, pero que aún así fue reconocido como el mejor del torneo.
A los 32 años, cerca de abordar el ocaso de su carrera futbolística y posiblemente en su última Copa del Mundo, el líder de Croacia erigió momentos para la historia y acaparó méritos. Pero no pudo culminar su conquista.
Su imagen se pareció a la de Leo Messi en Brasil 2014. Cuando tuvo que recoger el premio al mejor después de que Argentina perdiera la ocasión de ser campeón tras caer con Alemania. Le sucedió igual a Modric. Un consuelo individual y un desconsuelo mayor.
Ha necesitado el futbolista del Real Madrid, que en Moscú rebasó a Dario Simic como el que más presencias en un Mundial ha evidenciado en la historia del fútbol de su país, con un total de doce encuentros, casi tres lustros como profesional para encontrar una recompensa particular en un evento de tal calado.
No es habitual la pinta de perdedor que Modric y los suyos arrastraron al término de la final sobre césped de Luzhniki. Luka, un ganador de finales por naturaleza, fue superado en un partido lejos de sus previsiones y distante de sus gustos.
Pocas cosas han resultado fáciles en la vida de Luka. Esta, en el fútbol, no iba a ser una excepción. En cualquier caso, nada comparable a las penurias por las que transitó su infancia, lejos del sosiego y la paz que demanda un menor. Modric nació en una familia humilde, en una localidad cercana a Zadar, y a una edad prematura tuvo que ejercer de pastor, cuidar cabras en la montaña. Era de lo que vivían los suyos.
Vio la guerra de cerca, el drama bélico de los Balcanes por su lado. Tuvo que huir lejos de aquello. De una parte a otra, de una ciudad a otra. Vida de refugiado.
Plagado de estrellas a su alrededor Luka adopta una pose discreta, sin el ruido que generan otros compañeros de club. Rastros reflejo de una personalidad firme en la sombra y prudente en la escena, secuelas de sus inicios. De cuando era dado de lado por su físico. Por bajito y flaco.
Al talento no le hace falta altura y Modric lo ha demostrado en Rusia. El futbolista del Real Madrid ha dirigido a Croacia hacia la cota más alta de su historia. A la orilla de un éxito bestial que alcanzan solo de vez en cuando unos pocos elegidos.
Modric lidera el tramo final de la generación más gloriosa del fútbol croata. La que en Rusia ha dejado atrás la mítica que lideró Davor Suker, con Robert Prosinecki o Robert Jarni, que fijó el techo en el tercer puesto logrado en Francia 1998.
El destino esquivó el momento de gloria para el fútbol croata. Rusa 2018 será el Mundial de Francia, también el de Modric que en su partido 113 como internacional con su país logró el reconocimiento total del mundo del fútbol.