La venganza contra el expresidente Morsi, una auténtica tortura

Afectado por diabetes crónica y reumatismo, el régimen egipcio niega el tratamiento médico adecuado al político encarcelado

Ricard González
Túnez, El País
A falta de un simple colchón, duerme en el frío suelo de su celda. Solo, aislado del mundo, no puede leer periódicos ni libros. Tampoco hablar con sus familiares u otros presos. Ni tan siquiera le dejan recibir la visita de un médico y tratamiento por sus dolencias. Estas son las draconianas condiciones de reclusión del expresidente Mohamed Morsi, el único electo en la historia de Egipto, derrocado por un golpe de Estado en julio de 2013. La semana pasada, varias ONG denunciaron su situación en un comunicado, que describen como un “severo maltrato” que podría constituir “tortura”. Además, exigen que Morsi, sentenciado a una larga condena, tenga el derecho a un nuevo juicio justo.


“La familia solo lo ha podido ver dos veces, en noviembre de 2013 y en junio de 2017. Y en ambas ocasiones, solo media hora”, explica a través de una conversación telefónica Abdalá Morsi, su hijo menor. “En la última visita, su estado psicológico era bueno. Es un hombre fuerte. Pero, físicamente, su aspecto no lo era tanto. Ha perdido muchos kilos”, agrega. Se cree que el expresidente permanece en la temible sección Escorpión de la prisión de Tora, conocida por sus abusos y por alojar a los prisioneros políticos. Allí se hallan también otros líderes de los Hermanos Musulmanes, el movimiento islamista que venció las elecciones después de la Revolución de 2011 y fue ilegalizado con la llegada del régimen liderado por Abdelfatá Al Sisi.

Tanto Abdalá Morsi como las ONG que firman el comunicado, incluido el Cairo Institute for Human Rights Studies (CIHRS), consideran que la salud del político, e incluso su vida, podrían estar en peligro si no recibe tratamiento para su diabetes crónica, que ya le ha provocado problemas de visión en su ojo derecho. Además, a sus 66 años, Morsi padece reumatismo en la espina dorsal después de haber dormido durante casi cuatro años en el suelo. “Según las convenciones internacionales, negar la atención médica a un preso de forma intencionada constituye un acto de tortura”, comenta Mohamed Zaree, director del CIHRS. De acuerdo con sus cálculos, después de la revuelta que sacudió el país, más de 650 personas han muerto en las cárceles egipcias, ya sea por torturas, malos tratos o negligencia médica.
Un mensaje a la oposición

“Las durísimas condiciones de Morsi u otros presos políticos responden a la voluntad del régimen de enviar un mensaje a los disidentes: id con cuidado, que si entráis en la cárcel, quizás no saldréis con vida”, sostiene Zaree. Desde su arresto el 3 de julio, la lista de violaciones de los derechos de Morsi es larga, e incluye su régimen de aislamiento, la privación de oír el desarrollo de sus juicios, ver a su familia o reunirse a solas con su abogado. Su caso es el más emblemático, pero no el único.

"Miles de personas han sido arrestadas en los últimos años por razones políticas. Y la mayoría han visto cómo se violaban sus derechos, lo que incluye incluso casos de torturas, desapariciones forzadas, etc", apunta Tarek Hussein, un abogado que conoce de primera mano la situación, pues pasó 42 días entre rejas en 2017. Reciemente, Amnistía Internacional denunció que la aplicación de un régimen de aíslamiento en las cárceles de forma indefinido es habitual en las cárceles egipcias, sobre todo entre los presos políticos, y afirmó equivale a una tortura.

Actualmente, Morsi cumple tres condenas diferentes. La más larga, 25 años, por haber entregado informaciones de inteligencia a entidades extrajeras. La más corta, tres años por insultar a un juez. Y la última, de 20 años, por la represión de los manifestantes durante su presidencia. Junto con otros correligionarios, como el Guía Supremo de la Hermandad, el expresidente fue sentenciado a pena de muerte en 2015 por organizar un supuesto asalto a la cárcel dónde se encontraba durante la Revolución, y que le permitió escapar. Pero un tribunal de casación declaró nulo el proceso, y ordenó repetirlo. El próximo 30 de julio se celebra su vista inicial.

Su hijo Abdalá no duda en describir como “venganza” el trato dispensado a su padre. “Ni nuestro padre, ni la familia aceptarán nunca este régimen. Él continúa siendo el presidente legítimo del país, y no Al Sisi, el comandante del golpe. Le castigan por mantenerse firme en esta posición”, asevera. Al no estar en contacto con su padre, no sabe si hay algún tipo de negociaciones con el régimen, pero sí las hubo durante los primeros meses. “Recibió ofertas del Ejército, y también del rey de un país árabe, que le ponía a su disposición un avión para toda la familia y un exilio seguro a cambio de retractarse. Pero él se negó en redondo”, explica el menor de los Morsi, que prefiere no desvelar el nombre del monarca en cuestión.
Osama Morsi, hijo del expresidente egipcio, en 2013.
Osama Morsi, hijo del expresidente egipcio, en 2013. EFE A. ASSADI
Un castigo colectivo a los Morsi

Una anécdota revela la completa arbitrariedad que rige las cárceles egipcias. “En la segunda visita, la de 2017, los guardias solo dejaron entrar a las mujeres de la familia: su esposa y su hija. A mí me dejaron fuera”, comenta indignado Abdalá. “Cuando he intentado verlo en otras ocasiones, los agentes me dicen que no está en sus manos. Que su régimen carcelario lo decide directamente Abbas Kamel [mano derecha de Al Sisi y máximo responsable de los servicios de inteligencia]”, añade. El trato dispensado a Morsi contrasta con el recibido por otro expresidente procesado y condenado, pero luego absuelto: Hosni Mubarak. El exdictador pasó la mayor parte de su condena en un lujoso hospital militar, acompañado siempre de su familia. Los Ministerios de Interior y Justicia no respondieron a las peticiones de entrevista de EL PAÍS para este artículo.

El instinto vengativo del régimen no se limita al expresidente Morsi, sino que incluye a toda su familia. Su hijo mayor, Ahmed, es un cirujano que hace cinco años no consigue realizar ninguna operación. El mediano, Osama, se halla en la cárcel desde 2016. Y Abdalá, de 25 años, no ha encontrado ningún trabajo tras graduarse en una prestigiosa universidad. “Los reclutadores dicen que los servicios de seguridad no les permiten darme empleo”, explica en tono resignado. Además, toda la familia Morsi tiene prohibido salir del país. Lo mismo sucede a Zaree, del CIHRS, y a otros defensores de derechos humanos. “Egipto es una gran cárcel, con algunas celdas al aire libre”, espeta el activista.

Los Morsi han apelado a Gobiernos occidentales e instituciones internacionales, pero su respuesta no ha sido alentadora. “Nos dicen que es un caso político... Pero nosotros solo pedimos que el Gobierno egipcio respete su propia ley. Que mi padre pueda ver un médico, que le permitan una copia del Corán en la celda... Es una cuestión de derechos humanos”, insiste Abdalá una última vez antes de apagar el móvil y sumergirse en la oscura vida del represaliado que antes, aunque fuera por un instante, lo tuvo todo.

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