La cuarta transformación de México
López Obrador llega al poder en condiciones inmejorables para hacer de México un país más democrático, más incluyente, menos desigual y con mayor crecimiento sin perder estabilidad financiera. No se ve fácil conciliar esos objetivos
CARLOS ELIZONDO
El País
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha ganado la presidencia de México con poco más del 53% de los votos, casi 31 puntos porcentuales más que el segundo lugar, Ricardo Anaya. Su coalición ganó también la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, las gubernaturas de 4 de los 8 estados en juego (una aún está en el aire), y la mayoría en ambas Cámaras legislativas. Estamos ante el surgimiento de una nueva hegemonía política.
López Obrador llega al poder pacíficamente a través del voto en una gran fiesta democrática llena de esperanza por su triunfo. Es el momento de cambiar la lógica del poder. En sus palabras el día de la victoria: “El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos: a ricos y pobres”.
Su elector no lo apoyó por un solo motivo; unos lo siguen fielmente porque creen que puede transformar el país a favor de los más pobres, otros porque están hartos de la corrupción y la inseguridad de los últimos 12 años. Pero el mandato popular es mayoritario y AMLO tiene la legitimidad política y los apoyos en el Congreso para hacer su prometida Cuarta Transformación.
El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), fundado por AMLO y reconocido como partido político hace 4 años, se posiciona como el partido más grande del sistema, gracias a la enorme credibilidad de AMLO y ayudado por su política de puertas abiertas a los disidentes del Partido Acción Nacional (PAN), del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y del otrora partido referente de la izquierda mexicana: el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Junto con sus aliados del Partido Encuentro Social (PES), un partido evangélico antiaborto, y del Partido del Trabajo (PT), uno de izquierda admirador del Gobierno de Corea del Norte, tiene la mayoría en ambas cámaras. Está por verse cómo se articulará un proyecto compartido, pero el liderazgo de AMLO difícilmente será cuestionado y su control sobre Morena será casi completo.
El PAN queda como una segunda fuerza muy disminuida, y enfrentará un conflicto interno por ver quién logra su control: el derrotado Anaya o alguno de los gobernadores panistas. El PRI se convierte en un partido pequeño, con menos diputados que el PES o el PT, y con serios cuestionamientos sobre su futuro.
La cuarta transformación ha sido una promesa vaga, pero ambiciosa. En sus palabras, “no hay un movimiento en el mundo como el que estamos impulsando, que busque una transformación por la vía pacífica, con tanta gente”.
Por el lado económico, intentará cambiar el modelo de desarrollo que, desde mediados de los ochenta, ha consistido en una economía abierta y con un Estado acotado. Este modelo consiguió estabilidad macroeconómica, pero el crecimiento ha sido bajo. Entre 2000 y 2017, la economía mexicana creció, en promedio, 2,32%. La otra gran economía del continente, la de Brasil, al que no se le puede acusar de tener un modelo neoliberal, creció 2,43% en el mismo período.
López Obrador ha prometido un Estado más interventor para poder crecer más y de forma más equitativa, así como un mayor gasto social para abatir la desigualdad y la pobreza. Ambos objetivos son fiscalmente costosos.
El Gobierno entrante promete un mayor gasto público sin una subida de impuestos y sin mayor endeudamiento. Espera obtener recursos disminuyendo la corrupción, una de sus promesas centrales de campaña, pero sin haber definido cómo lograrlo, así como a través de diversas medidas de austeridad que incluyen la venta del avión presidencial y la reducción a la mitad de los sueldos de los funcionarios federales de más alto nivel. Es dudoso que estas medidas permitan alcanzar los 500 mil millones de peso, uno 2 puntos del PIB, que parecen costar sus promesas de gasto adicional.
Un Estado más interventor enfrentará también las restricciones de una economía abierta, como la mexicana. Por ejemplo, desea fijar precios de garantía a los granos producidos en México, pero esto implica alguna forma de protección frente a los granos que vienen de Estados Unidos. El tema es particularmente complicado dada la tensión con Estados Unidos en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC).
El Gobierno de López Obrador heredará una seria crisis en materia de seguridad pública. Este año habrá más homicidios que nunca en la historia de México, y el 2019 puede ser peor si no enfrenta de forma pronta y exitosa el problema, algo que se ve muy difícil.
López Obrador llega al poder en condiciones políticas inmejorables para impulsar esa Cuarta Transformación que haría de México un país más democrático, más incluyente, menos desigual, con mayor crecimiento económico, y todo ello sin perder estabilidad financiera. No se ve fácil conciliar todos esos objetivos. ¿Se resignará a las restricciones de la realidad presupuestaria y económica, o buscará imponerse sobre ellas con el riesgo de la inestabilidad macroeconómica que hemos visto en otros países de América Latina? ¿Logrará tomar las riendas del poder un grupo nuevo, con poca experiencia de gobierno, con un estilo de gestión tan centralizada como la de AMLO? Estos interrogantes si irán despejando a partir del 1 de diciembre cuando tome el poder, después de 5 largos meses de espera.
CARLOS ELIZONDO
El País
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha ganado la presidencia de México con poco más del 53% de los votos, casi 31 puntos porcentuales más que el segundo lugar, Ricardo Anaya. Su coalición ganó también la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, las gubernaturas de 4 de los 8 estados en juego (una aún está en el aire), y la mayoría en ambas Cámaras legislativas. Estamos ante el surgimiento de una nueva hegemonía política.
López Obrador llega al poder pacíficamente a través del voto en una gran fiesta democrática llena de esperanza por su triunfo. Es el momento de cambiar la lógica del poder. En sus palabras el día de la victoria: “El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos: a ricos y pobres”.
Su elector no lo apoyó por un solo motivo; unos lo siguen fielmente porque creen que puede transformar el país a favor de los más pobres, otros porque están hartos de la corrupción y la inseguridad de los últimos 12 años. Pero el mandato popular es mayoritario y AMLO tiene la legitimidad política y los apoyos en el Congreso para hacer su prometida Cuarta Transformación.
El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), fundado por AMLO y reconocido como partido político hace 4 años, se posiciona como el partido más grande del sistema, gracias a la enorme credibilidad de AMLO y ayudado por su política de puertas abiertas a los disidentes del Partido Acción Nacional (PAN), del Partido Revolucionario Institucional (PRI), y del otrora partido referente de la izquierda mexicana: el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Junto con sus aliados del Partido Encuentro Social (PES), un partido evangélico antiaborto, y del Partido del Trabajo (PT), uno de izquierda admirador del Gobierno de Corea del Norte, tiene la mayoría en ambas cámaras. Está por verse cómo se articulará un proyecto compartido, pero el liderazgo de AMLO difícilmente será cuestionado y su control sobre Morena será casi completo.
El PAN queda como una segunda fuerza muy disminuida, y enfrentará un conflicto interno por ver quién logra su control: el derrotado Anaya o alguno de los gobernadores panistas. El PRI se convierte en un partido pequeño, con menos diputados que el PES o el PT, y con serios cuestionamientos sobre su futuro.
La cuarta transformación ha sido una promesa vaga, pero ambiciosa. En sus palabras, “no hay un movimiento en el mundo como el que estamos impulsando, que busque una transformación por la vía pacífica, con tanta gente”.
Por el lado económico, intentará cambiar el modelo de desarrollo que, desde mediados de los ochenta, ha consistido en una economía abierta y con un Estado acotado. Este modelo consiguió estabilidad macroeconómica, pero el crecimiento ha sido bajo. Entre 2000 y 2017, la economía mexicana creció, en promedio, 2,32%. La otra gran economía del continente, la de Brasil, al que no se le puede acusar de tener un modelo neoliberal, creció 2,43% en el mismo período.
López Obrador ha prometido un Estado más interventor para poder crecer más y de forma más equitativa, así como un mayor gasto social para abatir la desigualdad y la pobreza. Ambos objetivos son fiscalmente costosos.
El Gobierno entrante promete un mayor gasto público sin una subida de impuestos y sin mayor endeudamiento. Espera obtener recursos disminuyendo la corrupción, una de sus promesas centrales de campaña, pero sin haber definido cómo lograrlo, así como a través de diversas medidas de austeridad que incluyen la venta del avión presidencial y la reducción a la mitad de los sueldos de los funcionarios federales de más alto nivel. Es dudoso que estas medidas permitan alcanzar los 500 mil millones de peso, uno 2 puntos del PIB, que parecen costar sus promesas de gasto adicional.
Un Estado más interventor enfrentará también las restricciones de una economía abierta, como la mexicana. Por ejemplo, desea fijar precios de garantía a los granos producidos en México, pero esto implica alguna forma de protección frente a los granos que vienen de Estados Unidos. El tema es particularmente complicado dada la tensión con Estados Unidos en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC).
El Gobierno de López Obrador heredará una seria crisis en materia de seguridad pública. Este año habrá más homicidios que nunca en la historia de México, y el 2019 puede ser peor si no enfrenta de forma pronta y exitosa el problema, algo que se ve muy difícil.
López Obrador llega al poder en condiciones políticas inmejorables para impulsar esa Cuarta Transformación que haría de México un país más democrático, más incluyente, menos desigual, con mayor crecimiento económico, y todo ello sin perder estabilidad financiera. No se ve fácil conciliar todos esos objetivos. ¿Se resignará a las restricciones de la realidad presupuestaria y económica, o buscará imponerse sobre ellas con el riesgo de la inestabilidad macroeconómica que hemos visto en otros países de América Latina? ¿Logrará tomar las riendas del poder un grupo nuevo, con poca experiencia de gobierno, con un estilo de gestión tan centralizada como la de AMLO? Estos interrogantes si irán despejando a partir del 1 de diciembre cuando tome el poder, después de 5 largos meses de espera.