“En Libia, la violación se ha convertido en un arma de guerra más”

La experta en crímenes de guerra relata su experiencia en el país norteafricano

Carla Mascia
Madrid, El País
“En Libia, la violación se ha convertido en un arma de guerra más”, asegura Céline Bardet, una de las mayores expertas internacionales en crímenes de guerra, con algo de desesperación en la voz. Una experiencia forjada en Libia donde la investigadora internacional francesa llegó en 2013, apenas dos años después de la caída del dictador libio Muamar Gadafi, para asesorar el Gobierno de transición sobre la elaboración de una ley que reconoce como víctimas de guerra a las mujeres libias violadas de forma sistemática durante la revolución de 2011. “Tendemos a olvidarlo pero fueron ellas quienes salieron las primeras a la calle e iniciaron la revuelta que acabó con el dictador”, insiste la abogada que durante un año entrevistó a esas mujeres a escondidas en un hammam de la capital. Pero en 2014, el país, dominado por las guerras tribales entre milicias, se sumerge en el caos y la violación se convierte “en una herramienta de represalia de los unos contra los otros”. Bardet descubrió algo que hasta entonces, reconoce, “no se había plantado nunca”: también los hombres son víctimas de violaciones en masa.


El asombro de la investigadora creció aún más cuando se dio cuenta de que los milicianos recurrían a migrantes cautivos para perpetrar esas violaciones. Esos hombres, cuya huida de sus países de origen les obliga a transitar por la ruta libia, están forzados a violar a los demás presos bajo amenaza de muerte, e incluso a tener relaciones entre ellos. “Se convierten ni más ni menos en una herramienta para cometer crímenes de guerra”, sentencia. Según datos de Amnistía Internacional del pasado mayo, 7.000 migrantes y refugiados languidecen en centros de detención libios donde sufren a diario abusos y humillaciones.

“La violación de guerra es el crimen perfecto”, asegura por teléfono desde París la abogada que empezó su carrera persiguiendo a los criminales de guerra de los Balcanes en el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia con tan solo 27 años, convirtiéndose en el fichaje más joven de la historia del tribunal. “No deja muertos ni fosa común. Las víctimas, en la mayoría de los casos, no quieren o no pueden hablar, ya sea por el trauma o por el estigma social que genera la violación. Es sin duda el crimen que menos riesgos conlleva para el autor”, explica Bardet, quien tras su experiencia libia decidió fundar We Are Not Weapons Of War (No somos armas de guerra. en castellano). Esta ONG da apoyo a las víctimas, ayudándolas a constituir casos sólidos para presentar ante la Corte Penal Internacional (CPI), y combate la idea, aún muy anclada en el inconsciente colectivo, de que la violación es un daño colateral en contexto de guerra y no una estrategia política de aniquilamiento del adversario.

Una realidad que evidencia el documental Libia, anatomía de un crimen, de la directora francesa y premio Albert Londres 2015 Céline Allegra, en el que Bardet participa como consultora. “En los países islamistas, como Libia, donde los hombres ocupan la mayor parte del espacio público, la violación sirve de herramienta de aniquilación del oponente político. Esos hombres literalmente desaparecen de la sociedad. Ya no existen”, explica la abogada, quien asegura que la única manera de acceder a esos testimonios es a través de los médicos, muchas veces en Túnez donde la ONG transfiere las víctimas para ser atendidas. La violencia ha sido tal que estos hombres, que fueron violados repetidamente en prisiones clandestinas durante cuatro, a veces cinco años, no pueden caminar o desarrollan incontinencia.

“Apenas consigues hacerles hablar, sin que jamás reconozcan formalmente lo sucedido, ni pronuncien la palabra violación, que ya empiezan a retractarse y en la mayoría de los casos se esfuman de un día para el otro”. En el documental, que emitirá el canal de televisión franco-alemán, Arte el próximo octubre, Bardet consigue a duras penas obtener el testimonio de Yucef, violado y torturado por el régimen de Gadafi, al que quiere ayudar a reunir pruebas en vista de presentar su caso ante la CPI. A los pocos días, el joven libio desapareció y “no dio señales de vida durante más de cinco meses. Te da ganas de arrancarte la cabeza”, cuenta con enfado la abogada, aunque entiende las razones que empujan a las víctimas, aterrorizadas a la sola idea de ser identificadas y sin esperanzas de que se haga justicia, a desaparecer.

"Esos hombres literalmente desaparecen de la sociedad. Ya no existen"

“En Siria, es aún peor por el conflicto en curso, pero sabemos que allí también se utiliza la violación como arma de guerra contra los hombres, pero sobre todo contra las mujeres del bando rebelde”. La ONG calcula que entre 5.000 y 10.000 mujeres son violadas con frecuencia en las prisiones del régimen sirio de Bachar el Asad. “El Ejército lo utiliza para hacer huir las poblaciones y muchos refugiados sirios en los campos de Jordania y Libia nos cuentan que dejaron el país por miedo a esas violaciones en masa”. Allí, intervenir es casi imposible. El veto ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU impide someter el caso a la CPI. “Creo que voy a escribir un libro que se titulará: Suicidio de una justicia penal internacional”, dice Bardet.

“Desde los años 90”, explica la jurista, “la violación se ha convertido en una herramienta endémica que, según los países, tiene distintos objetivos”: provocar la huida de poblaciones enteras de un territorio, como en República Centroafricana, República Democrática del Congo (RDC) o Birmania [ahora Myanmar]; llevar a cabo un proceso de purificación étnica, como fue el caso en Bosnia durante la guerra; destruir socialmente a los oponentes políticos en Uganda, Siria o Libia. Según los datos de la ONG, que hasta el año pasado era la única al mundo en dedicarse específicamente a la violación como arma de guerra, entre 200.000 y 600.000 mujeres son víctimas de violación de guerra en RDC y en Sudán. Difícilmente cuantificables, las violaciones en Siria, Libia, República Centroafricana, Sri Lanka, Nigeria, Myanmar o Irak se cuentan en centenares de miles.

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