Croacia, vida extra
Santiago Aparicio
San Petersburgo, EFE
Croacia, selección de un país con recorrido todavía corto, lejos de la tradición y la repercusión de casi todas las destinadas a tramitar la relación de campeones de Rusia 2018, se mantiene como aspirante a un éxito sin parangón en el torneo.
Será cuestión croata o francesa el nombre de la etiqueta del vencedor. De la que recoja el testigo de Alemania, triunfadora en Brasil.
Llegó Croacia gracias a la repesca en la fase de clasificación. Quedó por detrás de Islandia en la ronda de grupos y se jugó el billete para Rusia en el duelo directo con Grecia, a la que goleó en Zagreb y con la que empató en El Pireo.
Llegó de la mano de Zlatko Dalic, que había rescatado a los 'vatreni' de la eliminación con un triunfo decisivo ante Ucrania y a los que sostuvo después en el mano a mano con el equipo heleno.
Se salvó por los pelos el conjunto balcánico de quedarse al margen de su cuarta participación en un campeonato del Mundo de las cinco que ha tenido opción de disputar como país independiente.
El instinto de supervivencia que demostró el grupo balcánico con Dalic como entrenador es el que le ha llevado en Rusia hasta la final. Una evidencia latente también el miércoles, en el estadio Luzhnikí, donde necesitó igualmente una vida extra para ganarse el derecho a entrar en la historia.
La resistencia ha sido lo que le ha dado vida a Croacia en Rusia. Sobre todo la resistencia. Atrás quedó la magia de la primera fase, en la que mostró autoridad cuando se convirtió en una de las sensaciones, de las revelaciones de la competición.
Ganó con más lustre que solvencia a Nigeria en su debut (2-0). De forma brillante después a Argentina (3-0), a la que sonrojó, y finalmente cumplió su trámite con Islandia, de la que se vengó (2-1), por inercia, con un once plagado de reservas.
Pero en las eliminatorias, que asumió sin la frescura de la ronda previa, se aferró a la vida a la desesperada. Al peso de los minutos se sumó la autoexigencia por la reputación adquirida en los partidos anteriores y la presión a la que sometió el entorno.
El peso de la generación del 98 ha supuesto una imposición encubierta para un plantel que disfruta de sus últimos pasos por una gran competición.
Croacia, que llegará a la final del domingo con más de noventa minutos de exceso sobre las botas de cada uno de sus futbolistas, transitó demasiado por el alambre. Vio cerca el adiós ya en octavos, contra Dinamarca. En un final dramático resuelto en los once metros después de que Luka Modric, en el tiempo añadido de la prórroga hubiera marrado uno decisivo que hubiera ahorrado sufrimiento.
Más oscilaciones tuvo el compromiso de cuartos ante el anfitrión, al que remontó y luego empató para dejar todo en manos de la suerte de los tiros.
No extrañó por tanto el panorama que Croacia encontró en Luzhniki. Zlatko Dalic, sabedor de lo que se le venía encima, resguardó sus cambios para el tiempo extra, que afrontó con una tercera parte de su once con las piernas frescas. Fue ahí, sin necesidad de llegar al sufrimiento de los penaltis, donde fraguó el equipo balcánico su éxito, con el gol de Mario Mandzukic frente un rival que pareció sin capacidad de reacción.
Croacia sigue en el Mundial. La fe y la resistencia han llevado a su selección a cumplir con el requisito y dejar atrás la comparación con el hito de 1998.
Veinte años atrás Francia, la rival del domingo, lograba su primer título en un Mundial. Croacia, entonces, debutaba en la competición y se hacía con el tercer puesto de la mano de Davor Suker, hoy presidente y el artífice de mentalizar a esta generación que ya se ha hecho eterna.
San Petersburgo, EFE
Croacia, selección de un país con recorrido todavía corto, lejos de la tradición y la repercusión de casi todas las destinadas a tramitar la relación de campeones de Rusia 2018, se mantiene como aspirante a un éxito sin parangón en el torneo.
Será cuestión croata o francesa el nombre de la etiqueta del vencedor. De la que recoja el testigo de Alemania, triunfadora en Brasil.
Llegó Croacia gracias a la repesca en la fase de clasificación. Quedó por detrás de Islandia en la ronda de grupos y se jugó el billete para Rusia en el duelo directo con Grecia, a la que goleó en Zagreb y con la que empató en El Pireo.
Llegó de la mano de Zlatko Dalic, que había rescatado a los 'vatreni' de la eliminación con un triunfo decisivo ante Ucrania y a los que sostuvo después en el mano a mano con el equipo heleno.
Se salvó por los pelos el conjunto balcánico de quedarse al margen de su cuarta participación en un campeonato del Mundo de las cinco que ha tenido opción de disputar como país independiente.
El instinto de supervivencia que demostró el grupo balcánico con Dalic como entrenador es el que le ha llevado en Rusia hasta la final. Una evidencia latente también el miércoles, en el estadio Luzhnikí, donde necesitó igualmente una vida extra para ganarse el derecho a entrar en la historia.
La resistencia ha sido lo que le ha dado vida a Croacia en Rusia. Sobre todo la resistencia. Atrás quedó la magia de la primera fase, en la que mostró autoridad cuando se convirtió en una de las sensaciones, de las revelaciones de la competición.
Ganó con más lustre que solvencia a Nigeria en su debut (2-0). De forma brillante después a Argentina (3-0), a la que sonrojó, y finalmente cumplió su trámite con Islandia, de la que se vengó (2-1), por inercia, con un once plagado de reservas.
Pero en las eliminatorias, que asumió sin la frescura de la ronda previa, se aferró a la vida a la desesperada. Al peso de los minutos se sumó la autoexigencia por la reputación adquirida en los partidos anteriores y la presión a la que sometió el entorno.
El peso de la generación del 98 ha supuesto una imposición encubierta para un plantel que disfruta de sus últimos pasos por una gran competición.
Croacia, que llegará a la final del domingo con más de noventa minutos de exceso sobre las botas de cada uno de sus futbolistas, transitó demasiado por el alambre. Vio cerca el adiós ya en octavos, contra Dinamarca. En un final dramático resuelto en los once metros después de que Luka Modric, en el tiempo añadido de la prórroga hubiera marrado uno decisivo que hubiera ahorrado sufrimiento.
Más oscilaciones tuvo el compromiso de cuartos ante el anfitrión, al que remontó y luego empató para dejar todo en manos de la suerte de los tiros.
No extrañó por tanto el panorama que Croacia encontró en Luzhniki. Zlatko Dalic, sabedor de lo que se le venía encima, resguardó sus cambios para el tiempo extra, que afrontó con una tercera parte de su once con las piernas frescas. Fue ahí, sin necesidad de llegar al sufrimiento de los penaltis, donde fraguó el equipo balcánico su éxito, con el gol de Mario Mandzukic frente un rival que pareció sin capacidad de reacción.
Croacia sigue en el Mundial. La fe y la resistencia han llevado a su selección a cumplir con el requisito y dejar atrás la comparación con el hito de 1998.
Veinte años atrás Francia, la rival del domingo, lograba su primer título en un Mundial. Croacia, entonces, debutaba en la competición y se hacía con el tercer puesto de la mano de Davor Suker, hoy presidente y el artífice de mentalizar a esta generación que ya se ha hecho eterna.