Una Argentina abandonada que al menos logró armarse una digna despedida

Llegó al Mundial sobreviviendo a un tsunami de irracionalidades dirigenciales. La derrota con Francia cerró el capítulo de una generación.

Enrique Gastañaga
Clarín
A la Selección hay que quererla, hay que cuidarla. Jamás abandonarla. Esa es la lección número uno que regala esta aventura rusa recién acabada. Se despide una generación de futbolistas que supo emocionar y de nuevo dejó el corazón.


Mientras nada se les reprocha, Messi, Mascherano y compañía agradecen al Mundial porque un epílogo digno les reservó. De milagro en milagro, gracias a diversos guiños de este juego fantástico, se fueron en octavos de final contra un grande como Francia perdiendo 4 a 3, pero además lamentando que Di María desvió ese centro de Meza que Fazio se preparaba para cabecear a un empate que se hubiera transformado tal vez en la mayor hazaña de esta competición universal.

Sin embargo, así como podría haber igualado en el resultado, la diferencia en el juego fue brutal. En ese ítem, el de la idea, el concepto, la ejecución y las capacidades individuales, Argentina perdió por goleada. Lo más grave es que esa otra derrota ni siquiera logró atenuarla con un genio en su equipo. Nada es casualidad.

Al fútbol argentino lo único que le quedaba era la Selección, que por estos jugadores venía sobreviviendo a un tsunami de irracionalidades dirigenciales: 38-38 en una elección en la que votaban 75 representantes y en cuatro años tres presidentes de la AFA (Luis Segura, Armando Pérez y hoy Claudio Tapia), más tres entrenadores de la Mayor (Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli). Se entretuvieron con sus miserias políticas, abandonaron a la Selección y, cuando la quisieron rescatar, ya era tarde.

Argentina no se quedó afuera del Mundial por un capricho del destino. Tampoco había sido un hecho aislado el 1-6 amistoso con España. Ahora no pudo ganarle a la debutante Islandia, fue goleada por Croacia, quebró de última a Nigeria con el milagro de Rojo y cerró padeciendo una paliza en el desarrollo contra Francia. Por algo aquí, desde el primer día, se viene remarcando que Argentina desafía a la lógica.

Es una pena. La Selección no merece semejante maltrato. Tampoco una Selección así merece la gente, que vibró allá y en cada rincón del planeta, que acá a los jugadores hizo sentir como locales. No hay Messi que valga. Un equipo no es sólo un fenómeno. No se configura de un día para otro. Parece simple el fútbol, pero no lo es tanto.

En esa diferencia de frescura y de velocidad que exhibió Francia, en ese plan elaborado con astucia para exprimir a fondo las virtudes propias y las flaquezas ajenas, se evidenció el abandono de una Selección que no logró renovarse y que se resignó a un doble comando entre el entrenador, Messi y Mascherano en el tramo final para evitar el adiós en primera ronda.

Argentina pareció un equipo de otra época. Lento, anunciado, previsible. La desnudó Francia con su frescura, con explosión, con un plan nítido en el cero a cero y con una búsqueda letal en ese ratito en desventaja. Ni siquiera sabiendo que Francia le iba a jugar así, Argentina pudo contrarrestarla.

Pasa el tiempo para todos. También para esta generación. Y en la cancha se evidenció con crueldad máxima. Volaban los galos, se desplazaban en cámara lenta los nuestros. La Selección, entre tantos cambios de dirigentes y de entrenadores, nunca se recicló. Por eso terminó defendiendo su prestigio como pudo, aferrada a un equipo grande en edad, histórico.

Los jugadores no son responsables de que los entrenadores de turno no hayan disparado el recambio. Si los técnicos no se animaron, no es problema de Messi y de Mascherano. Las urgencias a todos devoraban. Tampoco existe certeza sobre qué hubiera sucedido con futbolistas más frescos porque en ese olvido de la Selección cayeron además los juveniles. Y abajo muy poquito es lo que ilusiona. Recién se inicia un camino de restauración que se deberá sostener.

Sampaoli entusiasmaba, pero detonó todos los sueños. Una decepción profunda. Fue de aquí para allá con los sistemas y los intérpretes, al punto de no repetir nunca la formación. La lista final de 23 presentó demasiados desequilibrios, en especial en puestos medulares. La elección de sus 11 iniciales, rara vez, obsequió aciertos. Ni siquiera su mano se notó en los cambios durante los partidos. La Selección a él se lo devoró con facilidad asombrosa.

Tanto se le movía el piso a esta Selección que se tragó al propio Messi. Eso sí, tampoco Leo ayudó tanto como para que eso le sucediera. Su pasividad ante Croacia y la mínima influencia frente a Francia, contra los dos rivales más poderosos, lo exponen. Claro que no es para condenarlo. En un equipo así, abandonado durante tanto tiempo, suena utópico que siempre un genio vuele a la altura de lo que es.

Se viene otro tiempo. Que sea con Messi y con un entrenador (Sampaoli o el que venga) que lo escuche sin decirle siempre que sí. Si Leo resuelve establecer una pausa, que la tome y luego que se sume a la nueva etapa. Ahora se comprobará con precisión hasta dónde el abandono de la Selección afectó a sus bases. El futuro asusta. Que no sea lo que parece.

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