Salvini, galopar en el caos
El líder de la Liga ha gestionado mejor que nadie los tiempos de una crisis que le ha permitido volver a crecer
Daniel Verdú
Roma, El País
La carrera política de Matteo Salvini (Milán, 1973) floreció en las heridas de Italia. Donde la mayoría vería problemas, él solo encuentra oportunidades. Primero explotó la brecha económica y social entre norte y sur, “Roma ladrona” o “Nápoles mierda, Nápoles cólera”, cantaba. Luego incendió la peor crisis migratoria en Italia desde la Segunda Guerra Mundial con 600.000 desembarcos en cuatro años. Finalmente, en medio de la tormenta institucional más grave de la República, el líder lombardo, un día comunista, otro independentista padano y hoy garante de una amalgama de lepenismo mediterráneo, se erigió en la única solución: era Salvini o el caos.
El nuevo vicepresidente y ministro del Interior necesita público. El viernes no esperó ni un minuto y tomó posesión de su despacho en la romana Via Giolitti en mangas de camisa, corbata verde y rosario en el bolsillo. La prensa fue invitada a filmarlo y su primera reunión fue con el jefe de la Policía y sus palabras fueron directas a la hinchada más radical de su partido. Promete expulsar 500.000 inmigrantes, desmantelar los asentamientos de gitanos (30.000 personas), aprobar una ley de defensa propia y endurecer las penas. Además, la Liga se ha quedado siete importantes Ministerios y la crucial jefatura de gabinete.
Salvini es un cóctel de rabia, mano dura y agilidad en las redes sociales. Es el hombre fuerte que pide Italia en los momentos convulsos. Pero mientras coloca eslóganes soberanistas, mantiene un ojo en los sondeos para modular su discurso. El nuevo vicepresidente, capaz de subirse a una caja y gritar por un megáfono contra quien toque, es la antítesis del histórico refinamiento político italiano. Nadie sabe si los palacios romanos domesticarán al bárbaro, como a él le gusta llamarse irónicamente, o sucederá lo contrario.
Los rivales del líder lombardo, curtido en las protestas callejeras y sin ningún título universitario, a menudo, le han subestimado. También sus socios. Silvio Berlusconi, que siempre le vio como una comparsa, observa hoy desde la cuneta como su rehabilitación política obtenida en un juzgado de Milán no vale una lira. Si hoy hubiera elecciones, la Liga podría ser el partido más votado. El sociólogo y experto en sondeos Antonio Noto destaca cómo ha logrado colocarse en el centro de la escena y ser el protagonista del discurso mediático de los últimos 90 días. “Es lo que le pasó a [Beppe] Grillo en 2013. Las televisiones y los periódicos solo sacaban sus declaraciones, como pasa con Salvini. Esa fuerza está generando otro consenso que ahora podría llegar al 29% y conquistaría parte del electorado de Forza Italia”.
Berlusconi lo sabe y quiere estar a buenas. El 8 de mayo liberó a Salvini de sus compromisos con la coalición de centroderecha allanando el camino al primer Gobierno antiestablishment de Europa. Ese día el líder de la Liga se sentó en la mesa con Di Maio siendo el socio minoritario. Tenía el 17% de los votos frente al 33% del M5S. Pero en el último mes ha logrado imponer un acuerdo de Gobierno donde prevalecen los grandes ejes de su partido (defensa propia, expulsión masiva de inmigrantes, tarifa fija de IRPF, abolición de la ley de pensiones) y han quedado desfigurados los del M5S. Mientras Di Maio hiperventilaba llamando a la rebelión contra Mattarella, él dejó la presidencia de las Cámaras a otros partidos y renunció a ser primer ministro públicamente. Sí, dijo calculadamente, pero no a cualquier precio. Y ha funcionado.
Los problemas en el partido, sometido a un lifting sin precedentes cuando eliminó la palabra Norte de su antiguo nombre, han desaparecido. El fundador, Umberto Bossi, hoy condenado por robar a su partido, ya no le ataca. Sus adversarios han terminado rendidos a su jaque mate institucional. Y al brillo del poder recién conquistado. Un alto cargo del partido, antiguo ministro en los Gobiernos de Berlusconi, lo resume así. “Ha sabido hacer el cambio generacional. No será el Frente Nacional, simplemente aspira a convertirse en el eje del centroderecha. Pero el discurso ha cambiado con las prioridades. Forza Italia no ha sabido hacer esa renovación y ahora Salvini los ha devorado. Es rápido, huele la sangre y sabe cuándo morder”.
Pero nadie esperaba un crecimiento así de meteórico. “Yo mismo estoy maravillado”, señala el veterano analista político y profesor de la LUISS Roberto D’Alimonte. “Tiene una habilidad política extraordinaria. Ha demostrado también un gran sentido de la táctica con sus movimientos durante la negociación de estos días. Pero todo lo que dice es una construcción mediática ligada a la comunicación que él ha hecho. No hay una correspondencia en la realidad”. Para muchos ciudadanos, esa es la única esperanza.
Daniel Verdú
Roma, El País
La carrera política de Matteo Salvini (Milán, 1973) floreció en las heridas de Italia. Donde la mayoría vería problemas, él solo encuentra oportunidades. Primero explotó la brecha económica y social entre norte y sur, “Roma ladrona” o “Nápoles mierda, Nápoles cólera”, cantaba. Luego incendió la peor crisis migratoria en Italia desde la Segunda Guerra Mundial con 600.000 desembarcos en cuatro años. Finalmente, en medio de la tormenta institucional más grave de la República, el líder lombardo, un día comunista, otro independentista padano y hoy garante de una amalgama de lepenismo mediterráneo, se erigió en la única solución: era Salvini o el caos.
El nuevo vicepresidente y ministro del Interior necesita público. El viernes no esperó ni un minuto y tomó posesión de su despacho en la romana Via Giolitti en mangas de camisa, corbata verde y rosario en el bolsillo. La prensa fue invitada a filmarlo y su primera reunión fue con el jefe de la Policía y sus palabras fueron directas a la hinchada más radical de su partido. Promete expulsar 500.000 inmigrantes, desmantelar los asentamientos de gitanos (30.000 personas), aprobar una ley de defensa propia y endurecer las penas. Además, la Liga se ha quedado siete importantes Ministerios y la crucial jefatura de gabinete.
Salvini es un cóctel de rabia, mano dura y agilidad en las redes sociales. Es el hombre fuerte que pide Italia en los momentos convulsos. Pero mientras coloca eslóganes soberanistas, mantiene un ojo en los sondeos para modular su discurso. El nuevo vicepresidente, capaz de subirse a una caja y gritar por un megáfono contra quien toque, es la antítesis del histórico refinamiento político italiano. Nadie sabe si los palacios romanos domesticarán al bárbaro, como a él le gusta llamarse irónicamente, o sucederá lo contrario.
Los rivales del líder lombardo, curtido en las protestas callejeras y sin ningún título universitario, a menudo, le han subestimado. También sus socios. Silvio Berlusconi, que siempre le vio como una comparsa, observa hoy desde la cuneta como su rehabilitación política obtenida en un juzgado de Milán no vale una lira. Si hoy hubiera elecciones, la Liga podría ser el partido más votado. El sociólogo y experto en sondeos Antonio Noto destaca cómo ha logrado colocarse en el centro de la escena y ser el protagonista del discurso mediático de los últimos 90 días. “Es lo que le pasó a [Beppe] Grillo en 2013. Las televisiones y los periódicos solo sacaban sus declaraciones, como pasa con Salvini. Esa fuerza está generando otro consenso que ahora podría llegar al 29% y conquistaría parte del electorado de Forza Italia”.
Berlusconi lo sabe y quiere estar a buenas. El 8 de mayo liberó a Salvini de sus compromisos con la coalición de centroderecha allanando el camino al primer Gobierno antiestablishment de Europa. Ese día el líder de la Liga se sentó en la mesa con Di Maio siendo el socio minoritario. Tenía el 17% de los votos frente al 33% del M5S. Pero en el último mes ha logrado imponer un acuerdo de Gobierno donde prevalecen los grandes ejes de su partido (defensa propia, expulsión masiva de inmigrantes, tarifa fija de IRPF, abolición de la ley de pensiones) y han quedado desfigurados los del M5S. Mientras Di Maio hiperventilaba llamando a la rebelión contra Mattarella, él dejó la presidencia de las Cámaras a otros partidos y renunció a ser primer ministro públicamente. Sí, dijo calculadamente, pero no a cualquier precio. Y ha funcionado.
Los problemas en el partido, sometido a un lifting sin precedentes cuando eliminó la palabra Norte de su antiguo nombre, han desaparecido. El fundador, Umberto Bossi, hoy condenado por robar a su partido, ya no le ataca. Sus adversarios han terminado rendidos a su jaque mate institucional. Y al brillo del poder recién conquistado. Un alto cargo del partido, antiguo ministro en los Gobiernos de Berlusconi, lo resume así. “Ha sabido hacer el cambio generacional. No será el Frente Nacional, simplemente aspira a convertirse en el eje del centroderecha. Pero el discurso ha cambiado con las prioridades. Forza Italia no ha sabido hacer esa renovación y ahora Salvini los ha devorado. Es rápido, huele la sangre y sabe cuándo morder”.
Pero nadie esperaba un crecimiento así de meteórico. “Yo mismo estoy maravillado”, señala el veterano analista político y profesor de la LUISS Roberto D’Alimonte. “Tiene una habilidad política extraordinaria. Ha demostrado también un gran sentido de la táctica con sus movimientos durante la negociación de estos días. Pero todo lo que dice es una construcción mediática ligada a la comunicación que él ha hecho. No hay una correspondencia en la realidad”. Para muchos ciudadanos, esa es la única esperanza.