Qatar resiste un año después del boicot de sus vecinos

El coste económico del aislamiento impuesto por Arabia Saudí y EAU no ha doblegado al rico Estado del Golfo

Ángeles Espinosa
Dubái, El País
Primero sorprendió la guerra de noticias falsas entre aliados. Diez días después, el 5 de junio de 2017, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) no sólo retiraban a sus embajadores de Qatar (algo que ya habían hecho en 2014), sino que cortaban las vías de comunicación áreas, marítimas y terrestres para aislarlo económicamente, medida en la que fueron secundados por Egipto y Bahréin. Un año después, Doha ha resistido la presión de sus vecinos, ningún otro país se ha unido al boicot y la crisis se ha enquistado a la vez que quedaba relegada por la denuncia estadounidense del acuerdo nuclear con Irán y la guerra de Yemen.


“No se ve a simple vista ningún daño. Ningún otro país se ha unido a la ruptura del cuarteto, y las grandes potencias no se han decantado por ninguno de los dos bandos, por lo que la credibilidad internacional de Qatar no se ha visto afectada. Internamente, existe un apoyo sólido a las posturas del emir, el jeque Tamim, y no han surgido reclamos por parte de los ciudadanos cataríes respecto a cómo se ha manejado la crisis”, resume Luciano Zaccara, profesor de Estudios del Golfo en la Universidad de Qatar.

Theodore Karasik, de la consultora de riesgos geoestratégicos Gulf State Analytics, concurre en que “Qatar ha hecho un excelente trabajo en mantener su economía y ajustar sus rutas de comercio internacional”. No obstante, este analista apunta a resultados mixtos sobre el terreno. “Se ve una imagen de estabilidad y abundancia de comida y suministros, pero también hay informaciones que sugieren escasez [de materiales] y retraso de proyectos”, señala.

“Sí se ha notado en ciertos ámbitos, como la construcción, en donde empresas saudíes y emiratíes estaban involucradas. Algunos proyectos han sido retrasados, contratos han sido cancelados, principalmente relacionados con infraestructuras y carreteras”, admite Zaccara. Sin embargo, las autoridades afirman que los proyectos relacionados con el Mundial de 2022 no han sufrido retraso alguno, a pesar del aumento en el coste del transporte de materiales, que, según este profesor, está siendo cubierto por el Estado, uno de los más ricos del mundo gracias a sus reservas de gas.

El Mundial como objetivo

“Los esfuerzos saudíes en conseguir cambiar la opinión de la FIFA han sido hasta ahora vanos, por lo que no creo que la realización del Mundial en 2022 esté en peligro”, interpreta Luciano Zaccara, profesor de la Universidad de Qatar y gran aficionado al fútbol.

Aun así, el conflicto ya ha salpicado a ese deporte. Además de bloquear el acceso a Al Jazeera, Arabia Saudí, EAU, Bahréin y Egipto también lanzaron una guerra comercial contra los canales de deportes cataríes beIN. Bajo el lema BeoutQ animaban a piratear los derechos de transmisión del mundial (cuya exclusiva para la región tiene la red catarí) y otros eventos deportivos. Ahora, beIN ha sacado sus canales del proveedor emiratí du cuando faltan dos semanas para el Mundial de Rusia.

Junto al daño financiero, Christian Koch, director del Gulf Research Center, destaca el efecto psicológico. “El boicot está alejando a Qatar de sus vecinos y sin duda ha sido un shock para los cataríes. Ahora hay una profunda desconfianza que va a resultar difícil de superar y reparar”, subraya. De hecho, desde el pasado 26 de mayo, Doha ha decidido reciprocar prohibiendo la venta en su territorio de productos procedentes de los cuatro países que lo boicotean.

El aislamiento ha sido particularmente traumático para las familias mixtas de cataríes y saudíes, bahreiníes, emiratíes o, menos frecuente, egipcios. Las restricciones impuestas por el cuarteto, como la prensa regional se refiere a los impulsores del aislamiento, han afectado a la movilidad, residencia y permisos de trabajo de al menos 13.314 ciudadanos de los países implicados (incluidos casi 2.000 cataríes), según el Comité Nacional de Derechos Humanos de Qatar.

Todo suma a la hora de dificultar una salida a la crisis. Los cuatro justificaron su boicot en que Doha mantenía lazos demasiado estrechos con Irán, apoyaba a grupos terroristas (entre los que incluyen a los Hermanos Musulmanes) y utilizaba la cadena de televisión Al Jazeera para atacarles. Tanto analistas como diplomáticos consultados consideran que la raíz está en una disputa tribal entre los Al Saud y los Al Thani, las familias gobernantes de Arabia Saudí y Qatar, de ahí la dificultad de una mediación externa.

Aunque tanto los integrantes del cuarteto como Qatar son aliados de Washington, “ni los esfuerzos de Estados Unidos ni los del Reino Unido han tenido éxito”, confían fuentes diplomáticas europeas en Abu Dhabi, antes de precisar que incluso lo ha intentado Mike Pompeo. Apenas llegado a la Secretaría de Estado norteamericana a mediados de marzo, Pompeo expresó su deseo de resolver la disputa del Golfo porque, en su opinión, beneficia a Irán. Enseguida constató que no iba a ser fácil.

Los planes del presidente Donald Trump para reunir en Camp David a los seis líderes del Consejo de Cooperación del Golfo (que incluye a todos los implicados, a excepción de Egipto, más Kuwait y Omán, que se han mantenido al margen) se han retrasado a septiembre. Ahora se habla de que para hacer posible la cita se renunciaría a abordar el tema a cambio de que no hubiera vetos a la participación de Doha.

El cuarteto se mantiene firme en su decisión de aislar a Qatar. Sus portavoces culpan a éste de la crisis, ya que se dicen dispuestos a restablecer lazos con su vecino si acepta sus demandas, una lista de 13 condiciones que Doha tachó de innegociables por estimarlas una violación de su soberanía. “Ni en seis meses, ni en un año”, respondió a esta corresponsal Yousef al Otaiba, el poderoso embajador de Emiratos en EE UU, al preguntarle a principios de año cuando preveía una normalización de relaciones con Qatar.

Entre los observadores existe unanimidad en que hay crisis para rato. “Va a prolongarse mientras EAU, Arabia Saudí, etc. no estén por la labor de alcanzar un compromiso”, asegura Koch. Este analista se muestra convencido de que Washington “puede vivir con la situación”. Según él, “aunque a EE UU le gustaría que se solucionara, y tratará de ejercer presión aquí y allá, no da la impresión de tener la urgencia de hace unos meses”.

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