¿Puede Iván Duque darle la espalda a Uribe?
La imagen que aspira a proyectar el presidente electo de Colombia lo aleja del exmandatario
Jorge Galindo
El País
Hace ocho años, el hoy presidente saliente llegaba a la Casa de Nariño con una votación del 73% otorgada en no poca medida por la confianza de su predecesor, Álvaro Uribe. Lo que pasó después ya forma parte de la rica mitología política colombiana: Juan Manuel Santos "se le volteó a Uribe", según la expresión más popular. Traicionó el legado para construir el suyo propio. Ahora, media Colombia se pregunta si Iván Duque hará lo mismo. Concretamente, se lo pregunta el 42% que votó por Gustavo Petro, el 4% que escogió el blanco, y también los moderados que probablemente dieron al presidente electo un apoyo condicional.
Las esperanzas, para quienes las albergan, se basan en la imagen que aspira a proyectar el propio Duque. Sobre todo de cara a la comunidad internacional: la de una persona centrada, moderada, enfocada en las políticas “que funcionan” y en unir al país. En definitiva, un clásico político de centro o centro-derecha con una imagen rejuvenecida. La tentación de convertirse en el Emmanuel Macron local es demasiado grande. Y si la ley que impide la reedición de mandatos se mantiene en pie, ni siquiera tendría costes electorales para él porque no tendría reelección a la que enfrentarse.
Pero si realmente ese fuera su plan, necesitará algo más que cuatro años. Necesitará, al igual que sus predecesores, un legado y alguien que lo proteja. Eso significa que a Duque le tiene que importar lo que suceda después de 2022, para que nadie deshaga lo que él construya. La probabilidad y el grado de que Iván Duque se convierta en algo distinto de lo que Uribe espera de él debe evaluarse bajo esta premisa.
Iván Duque escogió al Centro Democrático tanto como el CD le escogió a él. Decidió construir su plataforma dentro de un partido con una ideología bien definida, y con un líder indiscutible al que ya se le voltearon una vez. Para crecer, tuvo que convencer a mucha gente, y no sólo al expresidente. Los sectores más duros del uribismo siempre expresaron sus dudas con respecto al joven de aroma liberal. Aquí reside la primera barrera para el giro, la más obvia: el CD es el único partido que merece ser llamado como tal (con un programa definido, una organización funcional, y una élite tan competitiva interna como externamente) fuera de los sectores progresistas de Colombia. Duque no está en condiciones de conquistarlo ahora mismo porque no dispone, nunca dispuso, de las palancas para lograrlo. Aún más: aunque hipotéticamente pudiese conquistar el CD, quedarse con 2.5 millones de votos (un 23% en las pasadas legislativas) de derecha pura mientras se consolida un giro hacia el centro político resultaría imposible. Debería, como Santos, darlos por perdidos mientras se mueva lo suficientemente lejos de Uribe como para que éste le desherede.
A partir de aquí, el Duque interesado en ‘hacer un Santos’ debería iniciar una compleja operación en dos niveles. Por arriba, necesitaría una casa donde reconstruir su plataforma política. En el Congreso actual no le resultaría difícil construir una mayoría, sin duda. Aún asumiendo que pierde todo el apoyo de los representantes del CD, las más de ochenta curules restantes dan el suficiente margen como para configurar una nueva mayoría centrista, bien engrasada con el lubricante que históricamente ha facilitado las relaciones entre el poder ejecutivo y el legislativo. Más compleja sería la constitución de un ente político con potencia de fuego para mantener el poder después de 2022. Muchos de quienes descreen del ‘giro’ aducen que mientras Santos estaba (tanto él como su familia) en una posición lo suficientemente alta en la jerarquía política tradicional como para dar y pedir favores, Duque es un recién llegado que debería trabajar el triple para suplir su falta de apellido y experiencia en la capital. Claro, que quienes argumentan eso también pensaban que Vargas Lleras podía usar sus artes para alcanzar la segunda vuelta.
Porque probablemente el mayor problema de Duque no está en Bogotá, sino fuera de ella. Si, en caso de giro, debe renunciar al 25%-30% del voto uribista duro, también es probable que deba olvidarse del 25%-30% de oposición ya consolidada en torno a Petro, que no tiene ningún incentivo ahora mismo (ni siquiera unos acuerdos de paz pendientes de firma, como sucedía en 2014) para abandonar lo que es el primer proyecto de izquierda viable en la historia de Colombia.
No. Un Duque "girado" debería navegar entre dos oposiciones y construir ahí su propia base, apuntalándola en un centro que hoy por hoy está dividido en dos bloques antagónicos. De un lado, el entorno progresista con el que Fajardo casi alcanza la segunda vuelta. De otro, la élite liberal tradicional particularmente disminuida tras el fracaso de Vargas Lleras, pero que demostró en las legislativas que aún conserva una base relativamente sólida. Sólo Santos en 2014, y sólo en una segunda vuelta donde se jugaba el proceso de paz, logró semejante hazaña. En otras palabras: Duque necesitaría un contexto igualmente propicio a la unión de segmentos políticos que se encuentran cada vez más distanciados en Colombia.
El giro de Santos no fue algo que sucedió de un día para otro, sino que se construyó poco a poco. Los nombramientos de Germán Vargas Lleras y Juan Camilo Restrepo para el gabinete ministerial, en su momento notablemente críticos con el gobierno de Uribe, fueron la primera señal de que algo no iba bien. Después de eso, las relaciones se fueron enrareciendo desde la toma de posesión, el 7 de agosto de 2010. Una serie de decisiones políticas del nuevo gobierno iban dejando al expresidente y a su legado cada vez más lejos. Hasta la finta final: Uribe le regaló a su sucesor una filtración en su segundo aniversario en el poder. Anunció entonces que Santos llevaba tiempo manteniendo conversaciones con la guerrilla de las FARC. Bajo el auspicio de Hugo Chávez. Después, la doble vuelta de 2014 acabó por forzar la coalición santista. Que, como la mayoría de sus miembros se afanan en recordar, nunca existió como tal.
Una parte de dicha coalición-espejismo está ahora con Iván Duque. Se fueron tras el fracaso de Vargas Lleras en primera vuelta, le pusieron votos en segunda para taponar la emergencia del discurso anti-establishment que encarnaba Gustavo Petro, y ahora pedirán algo a cambio. Ese “algo” podría ser compatible con los requisitos del uribismo… o no serlo. En qué consiste y cómo de cerca está la élite que antes se encontraba dividida, lo empezaremos a ver, como sucedió con Santos, con los nombramientos del gabinete: tendremos que contar afines a cada familia de la élite política colombiana, al antiguo bloque liberal y al nuevo conservadurismo ampliado por el CD, e incluso fijarnos en si hay alguna incursión de independientes que uno podría identificar con el regeneracionismo. Después, tendremos que adivinar qué condiciones (y qué presiones) se encuentra Duque en el camino, y cómo intenta maridar los requisitos de las tres almas que a él, seguramente, le gustaría ver unidas. Al fin y al cabo, su talante, su perfil y varias de sus propuestas podrían encajar perfectamente con ese tono macronista-fajardiano en el que se siente tan cómodo. Pero empezó su carrera con Uribe, y ahora la está continuando con el apoyo de quienes fueron sus enemigos en la década pasada.
Es esta una triple combinación hoy por hoy imposible. Así que el ‘duquismo’ naciente tiene ahora que escoger qué desea ser. Si lo que es ahora, una suerte de uribismo de nuevo cuño, que se mantenga fiel a una base que combina conservadores y reaccionarios; un defensor del establishment que obligue a una élite hasta ahora dividida a trabajar unida, para apuntalar la trinchera de lo que podría ser la última línea de defensa ante un asalto de progresismo regenerador (siempre y cuando la oposición se mantenga unida, claro); o si finalmente consuma un giro e intenta convertirse en una reedición más joven y más creíble del Santos de 2012 a 2016, construyendo un centro imposible que sólo él pudo mantener unido por unos pocos años.
Jorge Galindo
El País
Hace ocho años, el hoy presidente saliente llegaba a la Casa de Nariño con una votación del 73% otorgada en no poca medida por la confianza de su predecesor, Álvaro Uribe. Lo que pasó después ya forma parte de la rica mitología política colombiana: Juan Manuel Santos "se le volteó a Uribe", según la expresión más popular. Traicionó el legado para construir el suyo propio. Ahora, media Colombia se pregunta si Iván Duque hará lo mismo. Concretamente, se lo pregunta el 42% que votó por Gustavo Petro, el 4% que escogió el blanco, y también los moderados que probablemente dieron al presidente electo un apoyo condicional.
Las esperanzas, para quienes las albergan, se basan en la imagen que aspira a proyectar el propio Duque. Sobre todo de cara a la comunidad internacional: la de una persona centrada, moderada, enfocada en las políticas “que funcionan” y en unir al país. En definitiva, un clásico político de centro o centro-derecha con una imagen rejuvenecida. La tentación de convertirse en el Emmanuel Macron local es demasiado grande. Y si la ley que impide la reedición de mandatos se mantiene en pie, ni siquiera tendría costes electorales para él porque no tendría reelección a la que enfrentarse.
Pero si realmente ese fuera su plan, necesitará algo más que cuatro años. Necesitará, al igual que sus predecesores, un legado y alguien que lo proteja. Eso significa que a Duque le tiene que importar lo que suceda después de 2022, para que nadie deshaga lo que él construya. La probabilidad y el grado de que Iván Duque se convierta en algo distinto de lo que Uribe espera de él debe evaluarse bajo esta premisa.
Iván Duque escogió al Centro Democrático tanto como el CD le escogió a él. Decidió construir su plataforma dentro de un partido con una ideología bien definida, y con un líder indiscutible al que ya se le voltearon una vez. Para crecer, tuvo que convencer a mucha gente, y no sólo al expresidente. Los sectores más duros del uribismo siempre expresaron sus dudas con respecto al joven de aroma liberal. Aquí reside la primera barrera para el giro, la más obvia: el CD es el único partido que merece ser llamado como tal (con un programa definido, una organización funcional, y una élite tan competitiva interna como externamente) fuera de los sectores progresistas de Colombia. Duque no está en condiciones de conquistarlo ahora mismo porque no dispone, nunca dispuso, de las palancas para lograrlo. Aún más: aunque hipotéticamente pudiese conquistar el CD, quedarse con 2.5 millones de votos (un 23% en las pasadas legislativas) de derecha pura mientras se consolida un giro hacia el centro político resultaría imposible. Debería, como Santos, darlos por perdidos mientras se mueva lo suficientemente lejos de Uribe como para que éste le desherede.
A partir de aquí, el Duque interesado en ‘hacer un Santos’ debería iniciar una compleja operación en dos niveles. Por arriba, necesitaría una casa donde reconstruir su plataforma política. En el Congreso actual no le resultaría difícil construir una mayoría, sin duda. Aún asumiendo que pierde todo el apoyo de los representantes del CD, las más de ochenta curules restantes dan el suficiente margen como para configurar una nueva mayoría centrista, bien engrasada con el lubricante que históricamente ha facilitado las relaciones entre el poder ejecutivo y el legislativo. Más compleja sería la constitución de un ente político con potencia de fuego para mantener el poder después de 2022. Muchos de quienes descreen del ‘giro’ aducen que mientras Santos estaba (tanto él como su familia) en una posición lo suficientemente alta en la jerarquía política tradicional como para dar y pedir favores, Duque es un recién llegado que debería trabajar el triple para suplir su falta de apellido y experiencia en la capital. Claro, que quienes argumentan eso también pensaban que Vargas Lleras podía usar sus artes para alcanzar la segunda vuelta.
Porque probablemente el mayor problema de Duque no está en Bogotá, sino fuera de ella. Si, en caso de giro, debe renunciar al 25%-30% del voto uribista duro, también es probable que deba olvidarse del 25%-30% de oposición ya consolidada en torno a Petro, que no tiene ningún incentivo ahora mismo (ni siquiera unos acuerdos de paz pendientes de firma, como sucedía en 2014) para abandonar lo que es el primer proyecto de izquierda viable en la historia de Colombia.
No. Un Duque "girado" debería navegar entre dos oposiciones y construir ahí su propia base, apuntalándola en un centro que hoy por hoy está dividido en dos bloques antagónicos. De un lado, el entorno progresista con el que Fajardo casi alcanza la segunda vuelta. De otro, la élite liberal tradicional particularmente disminuida tras el fracaso de Vargas Lleras, pero que demostró en las legislativas que aún conserva una base relativamente sólida. Sólo Santos en 2014, y sólo en una segunda vuelta donde se jugaba el proceso de paz, logró semejante hazaña. En otras palabras: Duque necesitaría un contexto igualmente propicio a la unión de segmentos políticos que se encuentran cada vez más distanciados en Colombia.
El giro de Santos no fue algo que sucedió de un día para otro, sino que se construyó poco a poco. Los nombramientos de Germán Vargas Lleras y Juan Camilo Restrepo para el gabinete ministerial, en su momento notablemente críticos con el gobierno de Uribe, fueron la primera señal de que algo no iba bien. Después de eso, las relaciones se fueron enrareciendo desde la toma de posesión, el 7 de agosto de 2010. Una serie de decisiones políticas del nuevo gobierno iban dejando al expresidente y a su legado cada vez más lejos. Hasta la finta final: Uribe le regaló a su sucesor una filtración en su segundo aniversario en el poder. Anunció entonces que Santos llevaba tiempo manteniendo conversaciones con la guerrilla de las FARC. Bajo el auspicio de Hugo Chávez. Después, la doble vuelta de 2014 acabó por forzar la coalición santista. Que, como la mayoría de sus miembros se afanan en recordar, nunca existió como tal.
Una parte de dicha coalición-espejismo está ahora con Iván Duque. Se fueron tras el fracaso de Vargas Lleras en primera vuelta, le pusieron votos en segunda para taponar la emergencia del discurso anti-establishment que encarnaba Gustavo Petro, y ahora pedirán algo a cambio. Ese “algo” podría ser compatible con los requisitos del uribismo… o no serlo. En qué consiste y cómo de cerca está la élite que antes se encontraba dividida, lo empezaremos a ver, como sucedió con Santos, con los nombramientos del gabinete: tendremos que contar afines a cada familia de la élite política colombiana, al antiguo bloque liberal y al nuevo conservadurismo ampliado por el CD, e incluso fijarnos en si hay alguna incursión de independientes que uno podría identificar con el regeneracionismo. Después, tendremos que adivinar qué condiciones (y qué presiones) se encuentra Duque en el camino, y cómo intenta maridar los requisitos de las tres almas que a él, seguramente, le gustaría ver unidas. Al fin y al cabo, su talante, su perfil y varias de sus propuestas podrían encajar perfectamente con ese tono macronista-fajardiano en el que se siente tan cómodo. Pero empezó su carrera con Uribe, y ahora la está continuando con el apoyo de quienes fueron sus enemigos en la década pasada.
Es esta una triple combinación hoy por hoy imposible. Así que el ‘duquismo’ naciente tiene ahora que escoger qué desea ser. Si lo que es ahora, una suerte de uribismo de nuevo cuño, que se mantenga fiel a una base que combina conservadores y reaccionarios; un defensor del establishment que obligue a una élite hasta ahora dividida a trabajar unida, para apuntalar la trinchera de lo que podría ser la última línea de defensa ante un asalto de progresismo regenerador (siempre y cuando la oposición se mantenga unida, claro); o si finalmente consuma un giro e intenta convertirse en una reedición más joven y más creíble del Santos de 2012 a 2016, construyendo un centro imposible que sólo él pudo mantener unido por unos pocos años.