La bala perdida que mató a la pequeña Mawda Shawri

Mawda Shawri falleció por el disparo de un agente que pretendía detener la furgoneta donde viajaba

Álvaro Sánchez
Bruselas, El País
Es jueves 17 de mayo, y por primera vez en tres días, la temperatura no pasa de 20 grados en Mons. Es común que la primavera belga combine mañanas y noches de memoria invernal, con tardes de promesa veraniega. En medio de la madrugada, Mawda Shawri viaja en el asiento delantero de una furgoneta en brazos de su madre. Sentados cerca, su padre y su hermano mayor. Han salido del campo de refugiados de Grande-Synthe, en Dunkerque (Francia), hace más de una hora. El espacio no sobra. Dentro se apilan 26 adultos y 4 niños, casi todos inmigrantes y refugiados deseosos de llegar a Reino Unido.


Un contrabandista conduce el vehículo. Mawda no lo sabe. Ni siquiera conoce esa palabra. Solo tiene dos años, pero en lugar de estar descansando entre peluches, se desplaza en la clandestinidad de la noche para esquivar a las fuerzas del orden. Ignora que pronto casi todo un país pronunciará su nombre con tristeza y observará consternado los inocentes rasgos de su cara: grandes ojos oscuros, piel aceitunada. La herencia de padres kurdos iraquíes. En los días siguientes, su rostro aparecerá acompañado sucesivamente de estas palabras: tragedia, indignación, homenaje, investigación. Los políticos discutirán sobre ella. El primer ministro dará explicaciones. Porque aunque bastaría con cambiar de asiento para evitarlo, Mawda, que se interna en Bélgica en el regazo de su madre, va a morir.

A casi 150 kilómetros del campo de refugiados, el agente V. se pone el uniforme sin aventurar que ese día va a acabar accidentalmente con la vida de una niña de dos años. Pasada la medianoche, patrulla junto a un compañero en el municipio valón de Saint-Ghislain. La tranquilidad se rompe a las 2.10 horas, cuando reciben un mensaje: hay un vehículo sospechoso en la autopista. Les advierten de que es "particularmente peligroso", sin más detalles. Pisan el acelerador y se dirigen a toda velocidad al encuentro de la furgoneta. Desconocen a qué les tocará enfrentarse.

Llegar a Reino Unido es la gran obsesión de la familia de Mawda. La pequeña ha nacido en Alemania debido a las sucesivas huidas en las que su familia lleva embarcada desde que escaparon de Irak hace tres años. Sus progenitores solicitaron asilo a Berlín, pero la petición fue denegada. Desde entonces el gran objetivo es cruzar el Canal de la Mancha. Lo han intentado sin descanso. Incluso a bordo de un camión frigorífico. La policía belga les ha interceptado tres veces, pero aun así, vuelven a probar con insistencia. Saben que no es imposible. Una vez lo consiguieron, aunque las autoridades británicas acabaron expulsándoles a Alemania.

Esta noche ha vuelto a pasar. Les han detectado. El contrabandista no se resigna y se resiste a entregarse. Durante 60 kilómetros trata de burlar a la policía en una persecución frenética por la autopista E-42. El agente V. logra finalmente ponerse a la altura del automóvil que trata de escapar. Según su relato de los hechos, V. no sabe quiénes viajan dentro ni cuántos son. Su presa lleva los cristales tintados. Se sitúa justo a su izquierda y grita al conductor que se detenga, pero no hace caso.

V. lleva más de diez años en el cuerpo de policía. En todo ese tiempo, nunca ha usado su arma reglamentaria. Está a punto de tomar una decisión que lamentará. A toda velocidad, solo piensa en la manera de detener a alguien que huye de la ley. Dispara una única bala. Pasa junto al conductor, también cerca del padre de Mawda, y acaba impactando en la mejilla de la pequeña. El abogado de V. dirá días después que su cliente apunta al neumático delantero izquierdo, pero que cuando va a apretar el gatillo, la furgoneta intenta sacarles de la carretera embistiéndoles, y el conductor del coche patrulla da un volantazo que desvía el objetivo del disparo hacia la niña. La investigación judicial todavía no ha concluido.

El padre de Mawda explicará en rueda de prensa que cuatro coches de policía les rodearon. Dos a los lados y dos detrás. Y que antes de que se produjera ese único disparo, varios migrantes rompieron algunas lunas del coche para advertir a los agentes de que había niños en el interior. En esa comparecencia ante los periodistas, la madre no podrá reprimir las lágrimas mientras tiene a su otro hijo, de tres años, sentado sobre sus rodillas.

Tras la detonación, la furgoneta sale de la vía y se para en la boca de un párking. En la confusión, los refugiados salen al exterior. Está oscuro y se mezclan con la noche. La policía les detiene, pero es incapaz de identificar al traficante de personas que conducía el vehículo. Nadie le delata. Un policía practica primeros auxilios a Mawda para tratar de salvar su vida. La ambulancia tarda entre 20 y 30 minutos en llegar y la transportan al hospital de Mons. Es tarde.

Los padres no reciben la noticia de su muerte hasta el día siguiente. No les permitieron acompañar a su hija en la ambulancia y están encerrados en un centro de inmigrantes bajo amenaza de expulsión por carecer de documentos. Al principio la fiscalía niega que la muerte sea por disparo de bala, pero tras unas primeras versiones contradictorias, rectifica. El agente V. es interrogado pero no detenido. Hijo de inmigrantes que llegaron a Bélgica en los sesenta, dice sentirse completamente abatido.

La indignación por el caso rebosa. El primer ministro belga, Charles Michel, recibe a los padres de Mawda, que son alojados temporalmente en Bruselas. Un clamor exige su regularización y que no se les vuelva a deportar a Alemania. La oposición critica la política represiva del Gobierno. La derecha nacionalista de la N-VA, que controla la cartera de Inmigración, reacciona tachando a los padres de Mawda de irresponsables. Ponen como ejemplo el episodio de su intento de huida en un camión frigorífico para ilustrar el peligro al que exponían a su hija. "No es la primera vez que el lobby de las fronteras abiertas instrumentaliza la muerte de un niño", dice su presidente, Bart de Wever. La oposición le tacha de "inhumano" y responde duramente a ese intento de culpar a los padres. Incluso V., el policía que disparó, interviene en la polémica y afirma sentirse "profundamente molesto" porque la responsabilidad de los padres se ponga en duda en medio de un trance tan duro para ellos.
Los padres de Mawda, de la mano, durante el entierro de su hija en Bruselas.
Los padres de Mawda, de la mano, durante el entierro de su hija en Bruselas. LAURIE DIEFFEMBACQ AFP

El entierro de Mawda, por el rito musulmán, se convierte a la vez en un momento de recuerdo a la pequeña y de reivindicación de un trato más humano a los refugiados. Se pide a los asistentes que acudan vestidos de blanco. 1.500 personas forman un imponente cortejo blanco. Sus familiares y unos pocos allegados son los únicos que van de negro y destacan entre la multitud.

Mientras la investigación continúa, 11 rectores de universidad firman una carta conjunta exigiendo que se regularice a la familia de Mawda "para permitirle seguir el proceso judicial y recogerse en torno a su tumba". Y critican la "degradación progresiva del respeto y la protección a las personas más vulnerables en nuestras sociedades". El titular de Inmigración, el nacionalista flamenco Theo Francken, responde con virulencia a la misiva. "Si los rectores quieren jugar a la política migratoria, se volverá contra ellos como un boomerang".

Dos semanas después, el policía V. afirma sentirse destruido por lo que pasó. Como escribió el autor sueco Stieg Dagerman al final de su estremecedor cuento Matar a un niño, no hay consuelo. "El que ha matado a un niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio. El hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue culpa suya. Pero sabe que esto es mentira, y en los sueños de muchas noches deseará tener un solo minuto de su vida pasada para hacer este solo minuto diferente. Pero tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde".

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