Esta columna no habla de Messi
La Selección es un equipo sin alma, que cambia sin saber para qué.
Héctor Gambini
Clarín
Si algo puede fallar, fallará. Van 81 minutos y Argentina todavía pierde 2-0, cuando un jugador croata cae producto de una acción común del juego y el marcador central argentino, Nicolás Otamendi, aprovecha para darle un fuerte pelotazo en la cara. Tomá, esto es para vos. Argentinada pura. La impotencia al rojo vivo.
Habían pasado un error increíble del arquero Caballero y un golazo de playstation de Modric. El que teníamos que cuidar, el que había que marcar, el que jugaba bien de ellos. Primera lección: todos jugaban bien. Segunda lección: el que tenía que aparecer de ellos, apareció. Hizo un gol solo, hamacándose de izquierda a derecha, engañando con la cintura y clavándola junto a un palo. Golazo del mejor de ellos. Punto.
El fútbol puede ser muy difícil o muy fácil. Lo que no puede faltarle es sentido común. Bilardo fue burlado porque en un entretiempo contra Brasil les dijo a sus jugadores: Muchachos, no se la den a los de amarillo, que son los contrarios. A veces el fútbol necesita esas cosas. Volver a ser simple.
La Selección fue a Rusia con una convicción ficticia que su técnico vendía como real. La idea de "soltarse" ante Islandia para luego "contenerse" ante Croacia. Esa "soltura" o "contención" se vislumbraba -nos hacían creer- desde el marcador lateral derecho y desde el doble cinco, el acompañante de Mascherano.
Entonces decíamos -nos decían- que iba Salvio el primer partido para jugar como "lateral brasileño" (mamita con nuestras comparaciones presuntuosas) y que iría Mercado contra Croacia, con más marca. Pero en el doble cinco contra Islandia fue Biglia para "contener" lo que el técnico había dicho que iba a "soltar". En ese tironeo táctico la Selección no fue ni una cosa ni la otra y terminó empatando.
Eso quemó los papeles para el segundo partido.
Cambió el dibujo táctico y se buscó un equipo más suelto, justo para cuando había que contener. Los jugadores nunca encontraron el partido. Jamás. El resultado es una catástrofe anunciada de un equipo que completó dos de sus tres partidos iniciales -y ahora quizá finales- sin saber qué diablos quiere hacer adentro de una cancha.
Muchos equipos vimos en este Mundial. Buenos y malos. A la altura de las expectativas previas o por debajo. Sólo hay uno que no sabe a lo que juega y ya sabemos cuál es.
Antes del primer partido, el sentido común del hincha común insistía en un razonamiento común: que vaya Armani al arco, que está pasando un gran momento en River, y Pavón arriba, que está pasando un gran momento en Boca. Armani sigue viendo desde el banco cómo Caballero la ve pasar de un lado a otro en el gol de Islandia y le entrega el primero -el más importante- a Croacia con sus pies. Sampaoli había dicho que lo ponía de titular porque le gustaba cómo jugaba con los pies. Uff.
Pavón vio desde el banco cómo Di María trotaba la franja izquierda con la displicencia de quien trota en la plaza cuando vuelve del trabajo y antes de una picada. Y arrancó otra vez como suplente ante Croacia cuando el partido pedía, por lo menos, abrir la cancha.
Para eso, el técnico volvió a elegir a Salvio. El que el primer partido jugó de cuatro. Y a Enzo Pérez, a quien ni siquiera había elegido para la lista de 23 (llegó a Rusia de casualidad, porque se lesionó Lanzini). El desconcierto es total.
Argentina es hoy una Selección lastimosa y sin argumentos. Es difícil conseguir algo si no se sabe primero qué es lo que se quiere conseguir y cómo intentarlo. El camino está oscuro. Negro.
Esta columna no habla de Messi porque no estuvo en la cancha. Y está mal hablar de los ausentes.
Héctor Gambini
Clarín
Si algo puede fallar, fallará. Van 81 minutos y Argentina todavía pierde 2-0, cuando un jugador croata cae producto de una acción común del juego y el marcador central argentino, Nicolás Otamendi, aprovecha para darle un fuerte pelotazo en la cara. Tomá, esto es para vos. Argentinada pura. La impotencia al rojo vivo.
Habían pasado un error increíble del arquero Caballero y un golazo de playstation de Modric. El que teníamos que cuidar, el que había que marcar, el que jugaba bien de ellos. Primera lección: todos jugaban bien. Segunda lección: el que tenía que aparecer de ellos, apareció. Hizo un gol solo, hamacándose de izquierda a derecha, engañando con la cintura y clavándola junto a un palo. Golazo del mejor de ellos. Punto.
El fútbol puede ser muy difícil o muy fácil. Lo que no puede faltarle es sentido común. Bilardo fue burlado porque en un entretiempo contra Brasil les dijo a sus jugadores: Muchachos, no se la den a los de amarillo, que son los contrarios. A veces el fútbol necesita esas cosas. Volver a ser simple.
La Selección fue a Rusia con una convicción ficticia que su técnico vendía como real. La idea de "soltarse" ante Islandia para luego "contenerse" ante Croacia. Esa "soltura" o "contención" se vislumbraba -nos hacían creer- desde el marcador lateral derecho y desde el doble cinco, el acompañante de Mascherano.
Entonces decíamos -nos decían- que iba Salvio el primer partido para jugar como "lateral brasileño" (mamita con nuestras comparaciones presuntuosas) y que iría Mercado contra Croacia, con más marca. Pero en el doble cinco contra Islandia fue Biglia para "contener" lo que el técnico había dicho que iba a "soltar". En ese tironeo táctico la Selección no fue ni una cosa ni la otra y terminó empatando.
Eso quemó los papeles para el segundo partido.
Cambió el dibujo táctico y se buscó un equipo más suelto, justo para cuando había que contener. Los jugadores nunca encontraron el partido. Jamás. El resultado es una catástrofe anunciada de un equipo que completó dos de sus tres partidos iniciales -y ahora quizá finales- sin saber qué diablos quiere hacer adentro de una cancha.
Muchos equipos vimos en este Mundial. Buenos y malos. A la altura de las expectativas previas o por debajo. Sólo hay uno que no sabe a lo que juega y ya sabemos cuál es.
Antes del primer partido, el sentido común del hincha común insistía en un razonamiento común: que vaya Armani al arco, que está pasando un gran momento en River, y Pavón arriba, que está pasando un gran momento en Boca. Armani sigue viendo desde el banco cómo Caballero la ve pasar de un lado a otro en el gol de Islandia y le entrega el primero -el más importante- a Croacia con sus pies. Sampaoli había dicho que lo ponía de titular porque le gustaba cómo jugaba con los pies. Uff.
Pavón vio desde el banco cómo Di María trotaba la franja izquierda con la displicencia de quien trota en la plaza cuando vuelve del trabajo y antes de una picada. Y arrancó otra vez como suplente ante Croacia cuando el partido pedía, por lo menos, abrir la cancha.
Para eso, el técnico volvió a elegir a Salvio. El que el primer partido jugó de cuatro. Y a Enzo Pérez, a quien ni siquiera había elegido para la lista de 23 (llegó a Rusia de casualidad, porque se lesionó Lanzini). El desconcierto es total.
Argentina es hoy una Selección lastimosa y sin argumentos. Es difícil conseguir algo si no se sabe primero qué es lo que se quiere conseguir y cómo intentarlo. El camino está oscuro. Negro.
Esta columna no habla de Messi porque no estuvo en la cancha. Y está mal hablar de los ausentes.