Erdogan se la juega en una Turquía polarizada
Los turcos acuden a las urnas el próximo 24 de junio divididos sobre si renovar a Erdogan en una presidencia con poderes reforzados o poner fin a la carrera del mandatario islamista tras 15 años en el poder
Andrés Mourenza
Malatya (Turquía), El País
El Erdogan más cansado de las últimas décadas se enfrenta a unas elecciones cruciales el próximo 24 de junio, que revelarán una vez más la polarización que la figura del todopoderoso presidente suscita en la sociedad turca. Los turcos deberán decidir si renuevan su confianza en el veterano político islamista, que ha manejado el timón del país durante más de tres lustros. O si por el contrario dicen Tamam (basta), uno de los eslóganes de la oposición. Si Recep Tayyip Erdogan obtiene más de 50% de los votos en la primera o segunda ronda de la votación presidencial, se convertirá en jefe de Estado y de Gobierno bajo un nuevo sistema presidencialista que concentrará grandes poderes en su figura en virtud de la reforma constitucional que el pasado año fue aprobada en un referéndum de ajustado resultado y en medio de denuncias de fraude por parte de sus contrincantes.
Pero a tenor de las encuestas, la batalla se promete complicada para el mandatario turco, cuyo Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) se presenta en coalición con dos partidos de ultraderecha en las elecciones legislativas que tendrán lugar el mismo día con el objetivo de evitar perder la mayoría absoluta en el nuevo hemiciclo. “Repetir la mayoría en el Parlamento va a ser complicado, pero espero que la conservemos. Las presidenciales las ganaremos en segunda ronda”, opina un asesor de Erdogan. Si en las elecciones de 2015 el AKP y las formaciones que se han aliado ahora con él (MHP y BBP) obtuvieron casi el 62 % de los votos, en esta ocasión los sondeos les otorgan entre el 45% y el 50%. “Gente que votó sí en el referéndum del año pasado ahora no votará por Erdogan, porque durante estos meses han visto como funciona de facto el nuevo sistema y no les ha gustado. La democracia ha empeorado y también la economía”, asegura a EL PAÍS un columnista de un medio progubernamental.
Erdogan se la juega en una Turquía polarizada
Quizás por el hecho de que buena parte de la campaña ha tenido lugar durante el Ramadán y el presidente se dirigía a sus seguidores en ayunas, o quizás porque los años de gobierno no dejan de pasar factura, está vez se ha visto a un Erdogan demasiado espeso, pese a que la contienda electoral suele ser el hábitat en que mejor se mueve este animal político de 64 años. Sus meteduras de pata han sido constantes: ha confundido los nombres de las ciudades en las que se encontraba; llegó a afirmar que él sufrió mucho por estudiar durante el periodo de partido único (que concluyó en 1950, mientras él nació en 1954) y ha mezclado los conceptos de café (kiraathane) y biblioteca (kütüphane) para justificar uno de sus proyectos estrella: cafeterías gratuitas para jóvenes y desempleados. “Si no sabes la diferencia entre un café y una biblioteca deberías consultar un diccionario”, le ha espetado el jefe de la oposición Kemal Kiliçdaroglu.
La oposición ha tomado ventaja de esta situación, y del empeoramiento de las perspectivas económicas, para tratar de lograr lo impensable: vencer a Erdogan por primera vez desde 2002. El principal adversario, el centroizquierdista Muharrem Ince, ha llevado a su Partido Republicano del Pueblo (CHP) a las más altas cotas de apoyo registradas por un partido socialdemócrata en Turquía desde la década de 1970 (25%-30 %) y, aunque se halla a un abismo de distancia respecto a Erdogan, confía en forzar una segunda vuelta. “Si es elegido de nuevo, la economía de Turquía se hundirá, porque Erdogan pelea con todo el mundo”, ha criticado Ince.
La oposición ha sido incapaz de acordar un candidato común de cara a las presidenciales si bien todos los partidos han llegado a un pacto tácito para apoyar a cualquiera que se enfrente a Erdogan en un segundo asalto. Además, el CHP se ha aliado con el Partido Bueno (IYI, derecha nacionalista) y con una formación islamista contraria a Erdogan para acudir en coalición a las legislativas, lo que les podría permitir arañar diputados a la bancada oficialista. El Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP, prokurdo), en cambio, irá por su cuenta y confía en superar la barrera electoral del 10% para obtener representación parlamentaria.
Erdogan se la juega en una Turquía polarizada
“¿Quiénes son estos que vienen contra nuestra Alianza del Pueblo? Son gente que ha arruinado la política. Que tratan de hacer ingeniería política y traicionar la democracia y la voluntad popular”, denunció Erdogan el pasado miércoles. Este discurso plagado de descalificaciones podría ser, en otro tiempo o en otro lugar, un síntoma de debilidad. Sin embargo, en una Turquía tan tremendamente polarizada como la actual es un discurso bien acogido por los seguidores del presidente. Entre tal polarización y que los medios progubernamentales —que a estas alturas son prácticamente casi todos— apenas informan de la campaña de los partidos opositores, resulta muy difícil que se produzca un gran vuelco en el voto en uno u otro sentido. Los comicios se jugarán, por tanto, en los pequeños porcentajes, y así se decidirá cuál de las dos mitades de Turquía, la que ama o la que odia a Erdogan, se hace con el poder.
Andrés Mourenza
Malatya (Turquía), El País
El Erdogan más cansado de las últimas décadas se enfrenta a unas elecciones cruciales el próximo 24 de junio, que revelarán una vez más la polarización que la figura del todopoderoso presidente suscita en la sociedad turca. Los turcos deberán decidir si renuevan su confianza en el veterano político islamista, que ha manejado el timón del país durante más de tres lustros. O si por el contrario dicen Tamam (basta), uno de los eslóganes de la oposición. Si Recep Tayyip Erdogan obtiene más de 50% de los votos en la primera o segunda ronda de la votación presidencial, se convertirá en jefe de Estado y de Gobierno bajo un nuevo sistema presidencialista que concentrará grandes poderes en su figura en virtud de la reforma constitucional que el pasado año fue aprobada en un referéndum de ajustado resultado y en medio de denuncias de fraude por parte de sus contrincantes.
Pero a tenor de las encuestas, la batalla se promete complicada para el mandatario turco, cuyo Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) se presenta en coalición con dos partidos de ultraderecha en las elecciones legislativas que tendrán lugar el mismo día con el objetivo de evitar perder la mayoría absoluta en el nuevo hemiciclo. “Repetir la mayoría en el Parlamento va a ser complicado, pero espero que la conservemos. Las presidenciales las ganaremos en segunda ronda”, opina un asesor de Erdogan. Si en las elecciones de 2015 el AKP y las formaciones que se han aliado ahora con él (MHP y BBP) obtuvieron casi el 62 % de los votos, en esta ocasión los sondeos les otorgan entre el 45% y el 50%. “Gente que votó sí en el referéndum del año pasado ahora no votará por Erdogan, porque durante estos meses han visto como funciona de facto el nuevo sistema y no les ha gustado. La democracia ha empeorado y también la economía”, asegura a EL PAÍS un columnista de un medio progubernamental.
Erdogan se la juega en una Turquía polarizada
Quizás por el hecho de que buena parte de la campaña ha tenido lugar durante el Ramadán y el presidente se dirigía a sus seguidores en ayunas, o quizás porque los años de gobierno no dejan de pasar factura, está vez se ha visto a un Erdogan demasiado espeso, pese a que la contienda electoral suele ser el hábitat en que mejor se mueve este animal político de 64 años. Sus meteduras de pata han sido constantes: ha confundido los nombres de las ciudades en las que se encontraba; llegó a afirmar que él sufrió mucho por estudiar durante el periodo de partido único (que concluyó en 1950, mientras él nació en 1954) y ha mezclado los conceptos de café (kiraathane) y biblioteca (kütüphane) para justificar uno de sus proyectos estrella: cafeterías gratuitas para jóvenes y desempleados. “Si no sabes la diferencia entre un café y una biblioteca deberías consultar un diccionario”, le ha espetado el jefe de la oposición Kemal Kiliçdaroglu.
La oposición ha tomado ventaja de esta situación, y del empeoramiento de las perspectivas económicas, para tratar de lograr lo impensable: vencer a Erdogan por primera vez desde 2002. El principal adversario, el centroizquierdista Muharrem Ince, ha llevado a su Partido Republicano del Pueblo (CHP) a las más altas cotas de apoyo registradas por un partido socialdemócrata en Turquía desde la década de 1970 (25%-30 %) y, aunque se halla a un abismo de distancia respecto a Erdogan, confía en forzar una segunda vuelta. “Si es elegido de nuevo, la economía de Turquía se hundirá, porque Erdogan pelea con todo el mundo”, ha criticado Ince.
La oposición ha sido incapaz de acordar un candidato común de cara a las presidenciales si bien todos los partidos han llegado a un pacto tácito para apoyar a cualquiera que se enfrente a Erdogan en un segundo asalto. Además, el CHP se ha aliado con el Partido Bueno (IYI, derecha nacionalista) y con una formación islamista contraria a Erdogan para acudir en coalición a las legislativas, lo que les podría permitir arañar diputados a la bancada oficialista. El Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP, prokurdo), en cambio, irá por su cuenta y confía en superar la barrera electoral del 10% para obtener representación parlamentaria.
Erdogan se la juega en una Turquía polarizada
“¿Quiénes son estos que vienen contra nuestra Alianza del Pueblo? Son gente que ha arruinado la política. Que tratan de hacer ingeniería política y traicionar la democracia y la voluntad popular”, denunció Erdogan el pasado miércoles. Este discurso plagado de descalificaciones podría ser, en otro tiempo o en otro lugar, un síntoma de debilidad. Sin embargo, en una Turquía tan tremendamente polarizada como la actual es un discurso bien acogido por los seguidores del presidente. Entre tal polarización y que los medios progubernamentales —que a estas alturas son prácticamente casi todos— apenas informan de la campaña de los partidos opositores, resulta muy difícil que se produzca un gran vuelco en el voto en uno u otro sentido. Los comicios se jugarán, por tanto, en los pequeños porcentajes, y así se decidirá cuál de las dos mitades de Turquía, la que ama o la que odia a Erdogan, se hace con el poder.