El infierno libio de Joshua, un migrante sierraleonés rescatado por el ‘Aquarius’

Muchos subsaharianos son víctimas de violencia sexual y vendidos como esclavos en el país magrebí

Naiara Galarraga Gortázar
A bordo del 'Aquarius', El País
“El barco de rescate estaba allí. Justo al lado de nosotros. Íbamos a ser rescatados. Entonces apareció la Guardia Costera libia y abrió fuego. Fue un día nefasto. Lloramos y lloramos”. Así arrancó el relato que Joshua, de Sierra Leona, hizo en la clínica del Aquarius a la enfermera Aoife Ni Mhurchu. En la barcaza “había enfermos. Los guardacostas saltaron dentro, empezaron a pegarnos. Simplemente nos dimos por vencidos. Nos llevaron”. Los libios asumieron aquel rescate a las bravas. Esta semana hubo un cambio: Italia deja el salvamento en sus manos por cauces oficiales mientras la inmigración centra el debate político en toda Europa.


El infierno libio es solo una síntesis del horror. Un horror en el que existen grados y que ONG como Amnistía Internacional han documentado. Joshua sobrevivió. El hombre tras este nombre bíblico que protege su identidad pudo contar en detalle cómo fue torturado, esclavizado e interceptado en presencia de un barco de una ONG. Era su primer intento de llegar a Europa. Acariciaba la libertad. Sufrió de nuevo el horror con toda su letra pequeña hasta que pudo subirse a una segunda patera. La noche del sábado 9 de junio fue rescatado por el Aquarius –donde se reencontró con Asuma, una compatriota a la que conoció en la primera barcaza—que le llevó hasta Valencia, España. Su historia es brutal pero no única. La enfermera ha escuchado otras similares.

“Me abordó tras la charla sobre violencia sexual”, recuerda Ni Mhurchu, de Médicos sin Fronteras, que fleta el barco junto con SOS Mediterranée. Es una charla que dan tras cada rescate a hombres y mujeres por separado para decirles que no están solos, que les pueden ayudar con primeros auxilios psicológicos, vacunas, profilaxis… Entre los 106 que llegaron a Valencia en el Aquarius, la enfermera identificó a “seis supervivientes (de violencia sexual) entre los 45 hombres, y 10 entre las 51 mujeres”. Los hombres son también víctimas frecuentes de la violencia sexual que acompaña a muchos conflictos.

El sierraleonés conoce los centros de detención que dependen del Ministerio del Interior libio, donde son sistemáticamente internados mujeres, varones y niños al ser interceptados en el mar. Y conoce mazmorras aún peores. Lo que los observadores de Libia denominan lugares de cautiverio: fábricas, casas, almacenes… donde manda una milicia, una banda criminal o una mezcla de ambas. Para Joshua lo peor fue la prisión de Abu Karim, lo que llamaba el baño. Otro eufemismo. “Cuando no tienes dinero para pagar, se quieren librar de ti; así que te cortan tus partes privadas. Tres de mis amigos que entraron en prisión conmigo murieron desangrados delante de mí, vimos a muchos morir después de que les cortaran sus partes”, le contó a la sanitaria porque, explica ella, quería que el mundo supiera en qué consiste el infierno libio. Ella desgranó para este diario lo anotado en la clínica.

Joshua le “habló de cómo todos pensaban que serían el siguiente. Fue una forma muy extrema de violencia sexual para que todo el mundo viera qué les podría ocurrir a ellos”. Hubo otras agresiones. Reunían a todos, les ordenaban a desnudarse y obligaban a las mujeres a lavar suavemente a los varones ante todos. “Y si el hombre tenía una erección, le cortaban los genitales. Y si no la tenían, la violaban a ella con un palo”. Eso fue antes de intentar cruzar el mar por primera vez. Y ser devuelto.
Gráfico: Quién es quién en el Mediterráneo central pulsa en la foto
GRÁFICO: Quién es quién en el Mediterráneo central

Tras seis meses de brutal pesadilla, logró huir. Fue capturado por otra milicia que lo vendió al centro de detención Tajura, en Trípoli. Logró salir mediante sobornos para emprender la travesía que fracasó.

De regreso a tierra firme, fue llevado al centro de detención gubernamental Tarik al Marat, en Trípoli. Se desconoce cuántos existen porque unos abren y otros cierran. Las estimaciones van de 17 a 33, según Amnistía. En esos centros “algunos guardas mantienen retenidos de manera arbitraria a mujeres, hombres y niños en condiciones espeluznantes y están directamente implicados en torturas, maltrato de refugiados y migrantes para extorsionar a su familias y obtener un rescate”, explica el reciente informe de Amnistía Internacional La oscura red de complicidades en Libia.

Todos los interceptados por los guardacostas libios —instruidos y pagados con dinero europeo— son recluidos en uno de estos centros que, según el citado informe, suman unos 20.000 internos. Tanto la ONU como las ONG tienen un acceso limitado. “Los Gobiernos europeos, e Italia en particular, están violando sus obligaciones legales internacionales y son cómplices al compartir con Libia la responsabilidad por la detención arbitraria y el maltrato de los refugiados y migrantes contenidos en territorio libio”, critica Amnistía, que acusa a las autoridades libias de complicidad con los traficantes de personas y a la UE, de mirar a otro lado al priorizar el control de fronteras sobre los derechos humanos.

Joshua estuvo dos centros de detención. Recibían un bol de pasta para cada cinco migrantes. “Si tienes suerte, te tocan dos puñados de macarrones; si no tienes suerte, solo uno”. Duermen en el suelo, hacinados en enormes celdas con un ventanuco como muestra un reportaje rodado dentro uno de ellos por un equipo de la BBC en septiembre pasado. Las opciones para quedar libre son tres. Uno, buscarse la vida. Dos, los originarios de nueve países a los que según la ONU es demasiado peligroso regresar (de Eritrea a Yemen), pueden optar a ser reasentados en un país rico. Y al resto, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) les ofrece con dinero europeo un vuelo chárter para desandar el camino hasta su país.

Joshua, como tantos, fue vendido como esclavo. Muchos de los pasajeros del Aquarius contaron que fueron entregados por sus guardas a otros hombres para los que trabajaran a cambio de nada durante meses, sobre todo en la construcción. Huyó, fue capturado y vendido varias veces más hasta que se topó con un guardia que le conocía de su primer cautiverio año y medio antes. “¿Aún estás en Libia?”, le preguntó. Sí, todavía estaba vivo. Se apiadó de él y lo dejó marchar.

Joshua tomó una segunda patera.

Tuvo suerte. Por cada dos que llegan a Italia, uno es devuelto a Libia. Él fue rescatado por el Aquarius con otras 229 personas horas antes de que llegaban a bordo otros 400 salvados por una patrullera de la Guardia Costera italiana. Un año después se reencontró con Asuma, que viajaba con su marido. Ella también sobrevivió a la violencia sexual y a Libia. La odisea de ambos acabó en Valencia porque España abrió la puerta que Italia había cerrado. El Aquarius ha rescatado a 20.241 personas además de Joshua y Asuma desde 2016. Con las otras ONG y la flota militar desplegada por los Gobiernos europeos suman cientos de miles en los últimos años. Les distinguen las prioridades: salvar vidas frente a controlar las fronteras exteriores de la UE.

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