El bloque conservador alemán fracasa en un nuevo intento de acercar posiciones sobre el asilo
La gran coalición se reunió durante la noche del martes para buscar una salida ante el riesgo de colapso del Ejecutivo en Berlín
Ana Carbajosa
Berlín, El País
La del martes ha sido una noche de largas y difíciles negociaciones entre los socios enfrentados de la coalición de Gobierno alemana, que volvió a acabar sin acuerdo. La política migratoria ha fracturado la histórica unidad de los partidos hermanados en el bloque conservador, la CDU de Merkel y la CSU bávara, que lidera el ministro de Interior, Horst Seehofer y amenaza con hacer saltar por los aires un Gobierno con apenas 100 días de vida. La de anoche fue una nueva cita en busca de un entendimiento que no acaba de llegar y que mantiene en vilo a los países de la Unión Europea. “Esto es muy serio. Hemos visto en las conversaciones que no se trata de algo menor, que [el desacuerdo] gira en torno a temas centrales”, ha dicho Volker Kauder, jefe del grupo parlamentario de la CDU tras el encuentro de anoche.
Merkel debe participar mañana en un Consejo Europeo en Bruselas, al que llega más debilitada que nunca, sin el respaldo de parte de su propio Gobierno. A los socios europeos debe arrancarles compromisos en materia de asilo que le permitan aplacar la revuelta de los muy conservadores bávaros.
Porque lo que está en juego estos días en Berlín es la supervivencia del Gobierno alemán, pero no solo. Porque defender, como hacen los bávaros, el control de la migración a través de la imposición de trabas fronterizas al margen de los consensos de la Unión es una música muy parecida a la que suena en Viena, en Roma o en los países del Este de Europa. Y es también parte del murmullo populista que exalta la soberanía nacional en materia de inmigración, que recorre muchas otras capitales europeas, y que ha abocado a la Unión a una crisis existencial a la que los socios de la UE deberán dar respuesta este jueves y viernes en el Consejo Europeo.
La reunión del martes por la noche, a la que acudieron los líderes del bloque conservador y también los socialdemócratas, miembros de la coalición de Gobierno, acabó tras cuatro horas de encierro sin acuerdo en el capítulo migratorio. “La situación es muy tensa”, ha estimado Andrea Nahles, la líder de la socialdemocracia alemana (SPD).
El tiempo corre y los bávaros no están por ahora dispuestos a dar marcha atrás en su órdago contra la canciller. “El plazo está claro”, ha recordado esta mañana Alexander Dobrindt, jefe de la CSU en el Bundestag. El próximo domingo expira el ultimátum que Seehofer ha fijado para que la canciller dé con una fórmula que le permita impedir la entrada en Alemania de refugiados que hayan pedido antes asilo en otro país europeo. Si no lo consigue, Seehofer amenaza con sellar las fronteras de forma unilateral, sin consultar con el resto de Estados Miembros. Merkel busca a contrarreloj una solución revestida con una pátina legal y europea, que evite un efecto dominó en la UE equivalente al fin de la libre circulación en el espacio Schengen.
Alemania ha recibido desde 2015 un millón y medio de solicitudes de asilo. A pesar de que las cifras han caído en picado en el último año, la llegada de extranjeros ha supuesto un balón de oxígeno para la extrema derecha, Alternativa por Alemania (AfD), que ha sabido explotar los temores y disfunciones propias del proceso de acogida.
Pero más allá de cifras y percepciones, el calendario electoral regional ofrece la explicación más potente a la aguda crisis de Gobierno que atraviesa Alemania. El próximo 14 de octubre están convocadas las elecciones en Baviera, el feudo histórico de la CSU. Las encuestas indican que la Unión Social Cristiana podría perder su tradicional mayoría absoluta debido al empuje de la extrema derecha y su discurso antiinmigración. Las predicciones han desatado en el nerviosismo en las filas de la CSU, que ha endurecido en los últimos meses su retórica migratoria, hasta el punto de lanzar un ultimátum sobre un tema —la expulsión en las fronteras de quienes hayan pedido asilo en otro país— que no existió ni en la campaña electoral del pasado otoño, ni en las negociaciones para formar Gobierno en Berlín.
Pero las últimas encuestas también indican que el efecto contagio de AfD no ha reportados grandes apoyos a la CSU, sino más bien al contrario. Que cuando los electores pueden elegir entre la copia y el original, tienden a decantarse por la opción más auténtica.
Una ruptura con el partido de Merkel supondría además el fin del pacto de no agresión que rige los casi 70 años de vida de la alianza entre los partidos conservadores. Eso supondría que la CDU podría decidir presentarse a las elecciones en Baviera, lo que mermaría aún más la posibilidad de que la CSU conserve su mayoría absoluta. Por eso, si la CSU y la CDU hacen caso a los números y a los cálculos racionales, deberían ser capaces de alcanzar un entendimiento de aquí al domingo. Pero si la escalada emocional termina por imponerse, se abriría por el contrario un escenario muy incierto para Alemania, pero también para el resto de Europa.
Ana Carbajosa
Berlín, El País
La del martes ha sido una noche de largas y difíciles negociaciones entre los socios enfrentados de la coalición de Gobierno alemana, que volvió a acabar sin acuerdo. La política migratoria ha fracturado la histórica unidad de los partidos hermanados en el bloque conservador, la CDU de Merkel y la CSU bávara, que lidera el ministro de Interior, Horst Seehofer y amenaza con hacer saltar por los aires un Gobierno con apenas 100 días de vida. La de anoche fue una nueva cita en busca de un entendimiento que no acaba de llegar y que mantiene en vilo a los países de la Unión Europea. “Esto es muy serio. Hemos visto en las conversaciones que no se trata de algo menor, que [el desacuerdo] gira en torno a temas centrales”, ha dicho Volker Kauder, jefe del grupo parlamentario de la CDU tras el encuentro de anoche.
Merkel debe participar mañana en un Consejo Europeo en Bruselas, al que llega más debilitada que nunca, sin el respaldo de parte de su propio Gobierno. A los socios europeos debe arrancarles compromisos en materia de asilo que le permitan aplacar la revuelta de los muy conservadores bávaros.
Porque lo que está en juego estos días en Berlín es la supervivencia del Gobierno alemán, pero no solo. Porque defender, como hacen los bávaros, el control de la migración a través de la imposición de trabas fronterizas al margen de los consensos de la Unión es una música muy parecida a la que suena en Viena, en Roma o en los países del Este de Europa. Y es también parte del murmullo populista que exalta la soberanía nacional en materia de inmigración, que recorre muchas otras capitales europeas, y que ha abocado a la Unión a una crisis existencial a la que los socios de la UE deberán dar respuesta este jueves y viernes en el Consejo Europeo.
La reunión del martes por la noche, a la que acudieron los líderes del bloque conservador y también los socialdemócratas, miembros de la coalición de Gobierno, acabó tras cuatro horas de encierro sin acuerdo en el capítulo migratorio. “La situación es muy tensa”, ha estimado Andrea Nahles, la líder de la socialdemocracia alemana (SPD).
El tiempo corre y los bávaros no están por ahora dispuestos a dar marcha atrás en su órdago contra la canciller. “El plazo está claro”, ha recordado esta mañana Alexander Dobrindt, jefe de la CSU en el Bundestag. El próximo domingo expira el ultimátum que Seehofer ha fijado para que la canciller dé con una fórmula que le permita impedir la entrada en Alemania de refugiados que hayan pedido antes asilo en otro país europeo. Si no lo consigue, Seehofer amenaza con sellar las fronteras de forma unilateral, sin consultar con el resto de Estados Miembros. Merkel busca a contrarreloj una solución revestida con una pátina legal y europea, que evite un efecto dominó en la UE equivalente al fin de la libre circulación en el espacio Schengen.
Alemania ha recibido desde 2015 un millón y medio de solicitudes de asilo. A pesar de que las cifras han caído en picado en el último año, la llegada de extranjeros ha supuesto un balón de oxígeno para la extrema derecha, Alternativa por Alemania (AfD), que ha sabido explotar los temores y disfunciones propias del proceso de acogida.
Pero más allá de cifras y percepciones, el calendario electoral regional ofrece la explicación más potente a la aguda crisis de Gobierno que atraviesa Alemania. El próximo 14 de octubre están convocadas las elecciones en Baviera, el feudo histórico de la CSU. Las encuestas indican que la Unión Social Cristiana podría perder su tradicional mayoría absoluta debido al empuje de la extrema derecha y su discurso antiinmigración. Las predicciones han desatado en el nerviosismo en las filas de la CSU, que ha endurecido en los últimos meses su retórica migratoria, hasta el punto de lanzar un ultimátum sobre un tema —la expulsión en las fronteras de quienes hayan pedido asilo en otro país— que no existió ni en la campaña electoral del pasado otoño, ni en las negociaciones para formar Gobierno en Berlín.
Pero las últimas encuestas también indican que el efecto contagio de AfD no ha reportados grandes apoyos a la CSU, sino más bien al contrario. Que cuando los electores pueden elegir entre la copia y el original, tienden a decantarse por la opción más auténtica.
Una ruptura con el partido de Merkel supondría además el fin del pacto de no agresión que rige los casi 70 años de vida de la alianza entre los partidos conservadores. Eso supondría que la CDU podría decidir presentarse a las elecciones en Baviera, lo que mermaría aún más la posibilidad de que la CSU conserve su mayoría absoluta. Por eso, si la CSU y la CDU hacen caso a los números y a los cálculos racionales, deberían ser capaces de alcanzar un entendimiento de aquí al domingo. Pero si la escalada emocional termina por imponerse, se abriría por el contrario un escenario muy incierto para Alemania, pero también para el resto de Europa.