Uno en Lyon, otro en la historia
El Espanyol se convierte en el primer rival en ganar en Liga en el Wanda Metropolitano. Savic marcó en propia puerta y Baptistao sentenció. Se lesionó Vitolo.
Patricia Cazón
As
Escrito estaba. El equipo que en diciembre rompió la racha de un año sin perder fuera del Atleti, en mayo iba a ponerle su nombre a su nuevo estadio: el Espanyol, primer rival en ganarle en él en Liga, historia. Primero fue un disparo en el pie. Después uno al corazón: la pistola la empuñaba un ex. El Atleti nunca se encontró. Ni con balón ni sin balón: una madre ante este Espanyol reencontrado con Gallego.
Simeone había dejado el palco desde el que vio el Atlético-Arsenal, de ser un hincha. Estaba de nuevo a ras de hierba, de impoluto negro, sin sanción en Liga que le enjaule y con esa sonrisa que desde el jueves no se le iba de la boca. Poco a poco se la apagó el Espanyol. Porque salió con ese reto: dejar su nombre en el Metropolitano, ser el primero en ganar en Liga. O en marcar. Que desde enero Oblak no recogía un balón de su red aquí. Gerard acechaba como pantera entre líneas, su equipo dominaba, con Darder crupier pero la amenaza de un gato de uñas recortadas.
Sonrisa no quedaba ninguna a la cara del Cholo en el minuto 11’. Era un ceño fruncido y un grito, a Thomas. En territorio prohibido, el área, no despejaba y obligaba a Giménez a un voleón. El enfado de Simeone fue tal que mandó a Saúl calentar. Primer aviso. Thomas, ayer en su sitio, el centro, era el dibujo del inicio del Atlético: impreciso, errático, en ningún momento cómodo.
El sistema rojiblanco sonaba a prueba, sonaba a Lyon. Tres centrales, Lucas entre ellos, inmenso, y las bandas para Vrsaljko y Filipe, que volvía. Y corría como si no hubiese estado mes y medio fuera, como si hace mes y medio no se hubiera roto el peroné. Se la puede llamar superhombre, aunque al principio la banda se le hiciera larga.
Sólo Vitolo le quitaba al partido el aire de película Disney, tan de sobremesa de domingo, pero después de lanzar un latigazo a la portería de Pau que se cruzó demasiado sintió un pinchazo atrás. Pidió el cambio. Debutaría Arona. El público ya tenía dos futbolistas entre los que repartir sus ojos. Uno, éste. Otro, su Niño, penúltima tarde juntos. Pero era como isla solitaria, desgajada del resto, no le llegaba un balón.
La respuesta del Espanyol fue de Gerard, siempre Gerard, luz entre la nebulosa de la temporada. Su zurdazo lo sacó Oblak con la yema de los dedos para enviarlo al palo. Siempre atento, San Jan. El partido en ese momento era un Atleti-Gerard. O un Lucas-Gerard y su amigo Darder. Todo lo demás, un ir y venir de balón sin presión ni tensión. No lo animaba ni el beberse un bote de tabasco a chupitos ni la última pérdida de Thomas en la primera parte. Acabó en tiro de Baptistao, la foto a los primeros 45 minutos: flojo, flojo. Los 50.000 de la grada habían resistido a las ganas de siesta. Valientes.
Segunda parte sin Gallego y con Saúl
El segundo tiempo arrancó sin Gallego, lo expulsó el árbitro, y con Saúl. No era un segundo aviso para Thomas, era el cambio de Koke. Reparto de minutos. También, seguro, cosa de Lyon. Un revitalizador, el picante necesario para despertarlo. En siete minutos el partido era otro, tenía otro ritmo, otra energía. Vrsaljko se incorporaba, Filipe recortaba metros a la banda, Saúl sumaba dos ocasiones. Y llegaría el gol. Pero en la portería de Oblak: Savic le prestó sus uñas al Espanyol. O su cabeza, más bien, al desviar un tiro inofensivo de Melendo.
Trató de buscar el Atleti el empate con centros laterales y chispazos de Arona, trató de encontrarlo Simeone desde la pizarra: Filipe dejaba el campo, entraba Gabi, el equipo volvía a su 4-4-2. No cambió nada. Sólo se llevó un susto al quedar tendido Oblak tras salvar un mano a mano de Baptistao, escurrírsele el balón en el suelo y el rechace convertirlo Pantera Moreno en un obús a su mano, a escasos milímetros. Se levantó el portero, no su equipo. Baptistao, ese ex que ante el Atleti siempre es mezcla de Cristiano y Messi, lo ejecutó. La sentencia, lo escrito. El Atleti aceptó su destino. Faltaban fuerzas para encararlo. La gasolina que queda es poca y cada gota tiene dueño. Lyon, Lyon, Lyon.
Patricia Cazón
As
Escrito estaba. El equipo que en diciembre rompió la racha de un año sin perder fuera del Atleti, en mayo iba a ponerle su nombre a su nuevo estadio: el Espanyol, primer rival en ganarle en él en Liga, historia. Primero fue un disparo en el pie. Después uno al corazón: la pistola la empuñaba un ex. El Atleti nunca se encontró. Ni con balón ni sin balón: una madre ante este Espanyol reencontrado con Gallego.
Simeone había dejado el palco desde el que vio el Atlético-Arsenal, de ser un hincha. Estaba de nuevo a ras de hierba, de impoluto negro, sin sanción en Liga que le enjaule y con esa sonrisa que desde el jueves no se le iba de la boca. Poco a poco se la apagó el Espanyol. Porque salió con ese reto: dejar su nombre en el Metropolitano, ser el primero en ganar en Liga. O en marcar. Que desde enero Oblak no recogía un balón de su red aquí. Gerard acechaba como pantera entre líneas, su equipo dominaba, con Darder crupier pero la amenaza de un gato de uñas recortadas.
Sonrisa no quedaba ninguna a la cara del Cholo en el minuto 11’. Era un ceño fruncido y un grito, a Thomas. En territorio prohibido, el área, no despejaba y obligaba a Giménez a un voleón. El enfado de Simeone fue tal que mandó a Saúl calentar. Primer aviso. Thomas, ayer en su sitio, el centro, era el dibujo del inicio del Atlético: impreciso, errático, en ningún momento cómodo.
El sistema rojiblanco sonaba a prueba, sonaba a Lyon. Tres centrales, Lucas entre ellos, inmenso, y las bandas para Vrsaljko y Filipe, que volvía. Y corría como si no hubiese estado mes y medio fuera, como si hace mes y medio no se hubiera roto el peroné. Se la puede llamar superhombre, aunque al principio la banda se le hiciera larga.
Sólo Vitolo le quitaba al partido el aire de película Disney, tan de sobremesa de domingo, pero después de lanzar un latigazo a la portería de Pau que se cruzó demasiado sintió un pinchazo atrás. Pidió el cambio. Debutaría Arona. El público ya tenía dos futbolistas entre los que repartir sus ojos. Uno, éste. Otro, su Niño, penúltima tarde juntos. Pero era como isla solitaria, desgajada del resto, no le llegaba un balón.
La respuesta del Espanyol fue de Gerard, siempre Gerard, luz entre la nebulosa de la temporada. Su zurdazo lo sacó Oblak con la yema de los dedos para enviarlo al palo. Siempre atento, San Jan. El partido en ese momento era un Atleti-Gerard. O un Lucas-Gerard y su amigo Darder. Todo lo demás, un ir y venir de balón sin presión ni tensión. No lo animaba ni el beberse un bote de tabasco a chupitos ni la última pérdida de Thomas en la primera parte. Acabó en tiro de Baptistao, la foto a los primeros 45 minutos: flojo, flojo. Los 50.000 de la grada habían resistido a las ganas de siesta. Valientes.
Segunda parte sin Gallego y con Saúl
El segundo tiempo arrancó sin Gallego, lo expulsó el árbitro, y con Saúl. No era un segundo aviso para Thomas, era el cambio de Koke. Reparto de minutos. También, seguro, cosa de Lyon. Un revitalizador, el picante necesario para despertarlo. En siete minutos el partido era otro, tenía otro ritmo, otra energía. Vrsaljko se incorporaba, Filipe recortaba metros a la banda, Saúl sumaba dos ocasiones. Y llegaría el gol. Pero en la portería de Oblak: Savic le prestó sus uñas al Espanyol. O su cabeza, más bien, al desviar un tiro inofensivo de Melendo.
Trató de buscar el Atleti el empate con centros laterales y chispazos de Arona, trató de encontrarlo Simeone desde la pizarra: Filipe dejaba el campo, entraba Gabi, el equipo volvía a su 4-4-2. No cambió nada. Sólo se llevó un susto al quedar tendido Oblak tras salvar un mano a mano de Baptistao, escurrírsele el balón en el suelo y el rechace convertirlo Pantera Moreno en un obús a su mano, a escasos milímetros. Se levantó el portero, no su equipo. Baptistao, ese ex que ante el Atleti siempre es mezcla de Cristiano y Messi, lo ejecutó. La sentencia, lo escrito. El Atleti aceptó su destino. Faltaban fuerzas para encararlo. La gasolina que queda es poca y cada gota tiene dueño. Lyon, Lyon, Lyon.