Un gran Atleti avanza a Lyon

Diego Costa tumbó con su gol al Arsenal y mete al equipo colchonero en la final de la Europa League de Lyon del próximo 16 de mayo. El Atleti superior.



Patricia Cazón
As
Los estadios no se construyen de cemento aunque eso sea lo que llene sus cimientos. Los estadios son momentos, las cuenta de las grandes noches en ellos. El Calderón tuvo muchas, el Metropolitano ayer vivió su primera. Una noche de acongojar desde antes del silbido inicial del árbitro. De empequeñecer al rival con el ruido de unas bufandas que son tambores y avisan guerra, como las gargantas, a capella. Muchas ya habían perdido la voz antes de empezar. Pero es que el Atleeeti, Atleeeti sonaba alto, asomaba por esa cúpula como un puño hacia el cielo de Madrid, como tantas otras veces a la orilla del Manzanares. El Arsenal había dejado con vida al Atleti en el Emirates, incapaz contra diez ochenta minutos. Simeone se hubiese hecho un abrigo con sus pieles. Wenger sólo empató. El fútbol es hoy, es ahora. Es este equipo del hombre de negro, cuya historia sigue leyéndose en letras mayúsculas. Cuatro letras tiene la última. Lyon, dice.


Las ideas iniciales parecían claras. El Arsenal temblaba como una hoja mecida al viento. El Atleti era del Atleti del Cholo, de las grandes noches en Europa. Aquellas del Bayern o Barça en el Calderón, ayer ante el Arsenal, ayer del Metropolitano. Avasalló desde el primer minuto. Le robó el balón al Arsenal, le puso su nombre, parecía que Lyon sólo era cuestión de minutos. No había llegado al cinco cuando Costa se puso el reloj en la muñeca mientras corría hacia Ospina con la hierba aullando bajo sus pies. Pero al llegar al área se le hizo de noche.

Dio igual que el portero estuviera ya vencido, envió fuera. El Arsenal sólo había sido una carrera en la que Lacazette pensó demasiado, cuando su capitán de pronto cayó al suelo, Koscielny. Sus golpes en la hierba gritaban lesión grave. El juego se paró tres minutos. Y mientras Koscielny se iba en camilla y Chambers entraba en el campo, el Arsenal se miro el cuerpo. Intacto. Se decidió a jugar el balón, lo mejor sabe, y a su alrededor creció. Sumó ocasiones, minutos, metros mientras Simeone, con el traje de los partidos grandes, el negro, ya tenía la voz al borde de la afonía. Aunque estuviese lejos, en el palco en el que se removía como un león en la jaula.

Regaba Griezmann la hierba con su sangre en los peores minutos del Atleti en la primera parte. Justo después de que a Costa se le volviera a hacer de noche frente a Ospina. Justo cuando al Arsenal se había ido ese gesto tembloroso del inicio. Y acechaba, con Monreal siempre a un pase de conectar con Lacazette que volvía a pensar demasiado cuando sólo debía disparar.

Su equipo dormía el balón pero el Atleti le ponía púas. Ese latigazo de Thomas invalidado por falta de Godín. Esa genialidad de Griezmann a la media vuelta, y el balón que se va casi acariciando el palo. El Arsenal se había vuelto a perder en el laberinto de la presión rojiblanca. Soltó el balón y se diluyó. Sus errores eran los de la ida. Con Welbeck sin desborde ni recorte, Özil invisible, Lacazette solo. Lo inevitable sólo iba a tardar unos minutos.

Porque cuando el partido se iba a la caseta, Griezmann le filtró un balón a Costa entre Mustafi y Bellerín que decía Lyon, Lyon, Lyon. Ya no era de noche en el área de Ospina. Ya no. Retumbaba el cemento con Costa yéndose hacia el portero apartando a Bellerín con un brazo. Ospina se venció antes de tiempo y el balón le superó por alto. Sólo entonces el delantero se dejó caer. Con el gooool en la boca. También decía Lyon. 45 minutos ya sólo quedaban para que fuera real. Costa, el miedo de Wenger, le había abierto otro socavón bajo sus pies.

El Arsenal que regresó de los vestuarios era otro. Se había mirado la ropa. Sólo una herida, aún en pie. Seguía de Lyon a un gol de distancia. Un gol y empate, un gol y prórroga. Los equipos se convirtieron en dos púgiles intercambiando golpes. A un lado, Özil hacía un pasillo de la espalda de Thomas y Xhaka obligaba a Oblak a su primera mano en el partido. Todo lo demás lo frenó Godín, muro de carga, en todas partes: la edad sólo es un número en el DNI nada tiene que ver con su piel.

El Atleti se lanzaba a la contra subido a esas botas, las de Costa, que seguían llenando de fuego cada brizna que pisaban. Pero otra vez se topó con Ospina. Y Mustafi evitaba en la línea otro remate a bocajarro de Griezmann. Y Wenger lanzaba al partido su última carta: Mkhitaryan, suplente por ese dolor en la rodilla. En la primera jugada se presentó a Oblak con un disparo un palmo por encima del travesaño. En ese momento el Metropolitano subió la voz. Ale, ale, aleee infinito. El partido iba y venía, entre la taquicardia y el alambre, cuando Costa alzó los brazos. Cambio. Calambres.

Antes dejó un último disparo a los guantes de Ospina. Después entró Torres. Rugió el Metropolitano. Otra vez esas bufandas sonando como tambores. Cuatro minutos para el final, cuatro minutos para Lyon. Y Griezmann que se saca un balón en el córner de Margarita para inventarse un balón que se pasea por la línea de gol. Y Ospina que le para a Torres. Y el Arsenal que se lanza al área de Oblak con la desesperación de quien se sabe muerto y ya no tiene nada que perder.

Pero el Metropolitano levitaba, 68.000 personas a la vez, como si por un segundo hubiera olvidado que sólo es cemento y hormigón, en ésta la primera gran alegría de su historia. ya conoce también la bendita locura. Esto es el Atleti. Algo diferente a lo demás. No pueda explicarse. Sólo vale el sentirlo, el vivirlo. Con afonía en la garganta. Ale, ale, aleeee. Ahí asoma ya Lyon.

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