ATLÉTICO 2-EIBAR 2 / Gracias por tanto, Niño

Fernando Torres se despidió del Atleti con un Wanda entregado. El ídolo respondió con un doblete que sirvió para empatar en su adiós.

Patricia Cazón
As
Nora, Leo, Elsa, esto es para vosotros. Para que mañana entendáis eso que ven vuestros ojos, por si acaso, por si hoy aún sois demasiado pequeños para guardarlo. Toda esa emoción que llena el aire y encoge un estadio a la vez.


Este momento, el tifo de cartulinas blancas, rojas y azules, con ese 9 al aire y una leyenda que suena infinita, de Niño a leyenda se lee, y una sonrisa llena la cara de ese hombre al que todos envuelven en un grito. El Lololololo. Muchos no pueden evitar llorar mientras lo hacen. Llorar callado, llorar de nostalgia porque algo se va y se termina, porque esta vez no habrá vuelta, porque lo hoy sí será definitivo.

Hoy es 20 de mayo, tarde nubosa en Madrid. El árbitro pita, el balón rueda, el hombre todo pecas está ahí, delante, sobre la hierba, la C de capitán al brazo, como tantas otras veces, hoy se la cede Gabi también titular. El hombre mira el balón pero a menudo los ojos se le escapan. A la grada, a la cubierta, al Fondo Sur, como si hiciera fotos, como si guardara todo. Este Atleti-Eibar no sólo es el último de la temporada, también es su último con esta camiseta, la rojiblanca. Y como le duele, y cuánto le cuesta. Hace mucho que eligió al Atleti no como equipo sino como forma de vida.

El Lololololo llena el aire. Ninguno de los dos equipos se jugaba nada sobre la hierba, pero cuando un balón rueda todos quieren ganar. El Eibar, que hizo pasillo al Atleti campeón, viajó a Madrid con la ambición de dejar su nombre en el adiós de Torres. Tardó más en entrar en el juego, mientras Simeone, nada más comenzar, ya pedía premura a los recogepelotas: nada sabe de trámites. La despedida de Torres también estaba en el césped. Todos los balones le buscaban. Si el Eibar se acercaba al área de Oblak pero sin remates claros, las ocasiones del Atleti llevaban el apellido de Torres, ayer pareja con Correa. Dos ocasiones tuvo antes de que el Eibar, en efecto, se colara su despedida. Una la cruzó demasiado y otra se fue ajustada al palo, por poco. Entonces, en una contra, Kike García batió a Oblak tras recibir un pase en el interior de área de Jordán. Torres lo igualaría antes del descanso, cómo no. Gabi lanzó una contra, Correa centró y El Niño le puso el final el primero de sus goles.

Suena el Lolololo y no se para, no se detiene. Muchos de los que lo cantan romperían el reloj. Hoy lo pararían. Aquí y ahora. Con ese hombre vestido de rojiblanca ahí, 9 a la espalda, sobre el césped, de rodillas frente al banderín, bajo esa piña de jugadores que se abrazan a los pies del Fondo Norte. Hoy todavía está, mañana ya no. Ya no lo hará. Estar, seguir. Y cómo emociona en esta tarde seguir aplaudiendo sus goles. Nadie le quiere decir adiós. Nadie puede. Nadie imagino que un día tendría que hacerlo, que ese hombre se iba a terminar. Hoy podría ser todavía 2001, Calderón y no Metropolitano. Ese crío delgaducho, todo piernas y pecas que es de los últimos en irse al túnel. Le quedan 45 minutos, sólo.

El descanso se llena de ayeres. De conversaciones entre compañeros de asientos. Tantos recuerdos. Porque ese hombre que hoy se va siempre será más que un futbolista. Es el recuerdo de una edad que no volverá, de un tiempo. El de la tele sin Netflix y la vida sin Likes. El gol del Albacete y la foto del niño al que la camiseta le quedaba grande y el Calderón perfecto. Y aquella volea al Betis, los partidos al Barça o el hacerse del Liverpool, y del Chelsea, el Milán a tanta distancia. También la bandera del Atleti anudada al autobús de España cuando aquella Eurocopa, cuando el Mundial. Y la luz en sus piernas en la oscuridad de Segunda. Su corazón siempre ha sido un escudo. Su zancada centella. Esa misma que esta tarde vuelve a aparecer sobre la hierba. Cuando el partido vuelve del descanso. El Eibar mostraba todas sus cartas, dominó sus primeros minutos. Con presión alta, sin dejarle al Atleti salir de su campo, apretando a Oblak. El Atleti sufre. Y si el Atleti sufre, Torres, cómo no, se lo echa a la espalda.

Su doblete llegó con una de esas jugadas que tanto le definen. Recibe de Costa, se escora en el área y pica el balón. Éste toca la red y Torres corre al lugar del que salió, el Fondo Sur, para abrazarse, para celebrarlo con aquellos que son él mismo, ese chico que soñaba con Kiko y una noche en Neptuno. La grada baja como una ola. Cuando el hombre de las pecas vuelve al campo el árbitro le muestra tarjeta. Nunca una amarilla emocionó tanto, nunca se aplaudió así.

Otra tarjeta cambiaría los planes del Cholo. A Lucas, porque le den un golpe y le hagan una brecha. Quizá fuera que el árbitro también quería dejar su nombre en la despedida de Torres. Simeone se quedaba con uno menos. Ya habían salido Costa y Griezmann, al que recibió algún pito, para el que Godín pidió cánticos, aplausos, saldría Giménez para tapar atrás. Pero el Eibar seguiría plantando cara y Ruben Peña lo subiría al marcador, con un zapatazo imparable mientras el reloj seguía descontándole minutos a la última tarde con Torres. Sólo lo paró Dmitrovic, que quedó tendido en el suelo por un pisotón de Costa. El juego se reanuda frenético en el 80’, diez minutos quedaban y el balón que seguía disputado sobre la hierba. Los homenajes para luego, el fútbol ahora. Y Torres quería ganar. No dejó de pelear esa pelota como si en efecto hoy fuera 2011, el Metropolitano el Calderón, y él ese chiquillo delgaducho con tanta historia que hacer por delante.

El mismo que ahora, que hoy, lleva tantos recuerdos anudados alrededor de sus piernas como tatuajes en los brazos cuando se acaban los cinco minutos de descuento, tan largos, tan cortos, y se queda en el centro del campo cuando el árbitro pita el final, con ellos en alto, los ojos en agua. Todos le buscan, todos le abrazan, como esa voz que sale de la grada. Le llaman Torres, le dicen Niño. Envuelto en ese Lolololo que explica qué ha hecho para merecer esto, que da las gracias por tanto. Tanto como lo que se lleva en su adiós, de todos nosotros. No hay palabras. Quizá sólo esa valga. El Lolololo que ya llora, que ya añora.

Porque hay Niños que nunca deberían hacerse mayores. Como ese al que vosotros llamáis papá.

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