Así fueron los últimos días de Robin Williams antes de su suicidio
La nueva biografía del actor revela los problemas e inseguridades que asaltaron al cómico antes de quitarse la vida en 2014
Rocío Ayuso
Los Ángeles, El País
El suicidio de Robin Williams en 2014 pilló a todos por sorpresa. Sin embargo, fueron muchas las señales que indicaban que algo andaba mal en la vida de uno de los mayores cómicos que Hollywood ha conocido. Un declive que el periodista del New York Times Dave Itzkoff ha recogido en su nueva biografía, Robin. “Fue uno de los cómicos más lanzados que he conocido. El artista más arriesgado”, afirma Billy Crystal. Un actor que parecía tenerlo todo, pero que durante los últimos años estuvo poseído por el sentimiento de haber llegado a su final. “Lo que vi [aquel día] fue un hombre asustado”, cuenta Crystal sobre una de las últimas veces que estuvo con su amigo y compañero de profesión. El intérprete es una de las voces consultadas en esta biografía, que saldrá a la venta el próximo 15 de mayo y en la que también participan la tercera esposa de Williams, Susan Schneider; su primogénito, Zak Williams, y su nuera, Alex Mallick, además de otros muchos actores, amigos y compañeros de trabajo.
Con la ayuda de todos ellos, Itzkoff logra retratar al artista. La sensación que le asaltaba en los últimos años venía marcada por una carrera en declive, lejos de los tiempos en los que ganó el Oscar por El indomable Will Hunting o cuando su voz dio vida al genio de Aladdin. También estaba en declive su fortuna. Como dijo el cómico en una ocasión, “divorciarse es caro”. Y él lo había hecho dos veces, primero de Valerie Velardi y después de Marsha Garces, con quien tuvo otros dos hijos. En el libro se muestra a un Williams que nunca llegó a superar el peso de su segundo divorcio y cómo este había dividido a su familia, especialmente en cuanto a la relación con sus hijos. “Tenía la seguridad de que nos había defraudado. Nunca acabó de aceptarlo. Algo triste porque todos le queríamos y solo queríamos su felicidad”, recuerda su hijo en el libro.
A las dificultades personales y laborales se unieron diferentes problemas de salud de los que durante un tiempo no supo la causa. Incluso el diagnóstico de Parkinson, en 2014, pudo haber estado equivocado, según se recoge en el libro de Itzkoff. La autopsia indicó que Williams padecía una forma de demencia incurable que tiende a manifestarse de forma agresiva en el cerebro y suele aumentar el riesgo de suicidio.
En medio de estas crisis estaba un hombre como Robin Williams, que vivía para su arte, que había dedicado 35 años a su carrera y, superados los 60, no sabía hacer otra cosa. Sin embargo, como declaró a muchos de sus allegados, Williams pensaba que era incapaz de volver a hacer reír a su público. “No puedo. No sé cómo ser gracioso”, le dijo llorando por aquel entonces a Cheri Minns, durante años su amiga y encargada de su maquillaje. Para entonces, la serie que le había devuelto a la televisión, medio en el que se dio a conocer al principio de su carrera, había fracasado, y las invitaciones que recibía de sus amigos para que regresara a los escenarios como monologuista le abrumaban. Siempre las rechazaba.
Según la biografía, su deterioro físico llegó a afectar su prodigiosa memoria, imposibilitando que el actor se aprendiera sus guiones. También presentaba problemas digestivos, a la hora de dormir, al orinar. Su voz había cambiado, había perdido mucho peso y sus músculos se paralizaban incomprensiblemente. El diagnóstico de Parkinson hizo realidad los peores temores del mejor amigo de Christopher Reeve. “Se sintió atrapado en su cuerpo”, recuerda otra de sus amistades, Cyndi McHale.
En esta crisis personal y laboral, Williams se fue aislando de todos. Según la biografía de Itzkoff, su tercera esposa, diseñadora gráfica, estaba acostumbrada a mantener una vida más independiente del actor que aquella a la que se había acostumbrado con Marsha, quien actuó durante años como su manager y le organizaba frecuentes encuentros y cenas con sus amigos. El matrimonio comenzó a dormir en habitaciones separadas, cada una en un extremo de la casa. Y meses antes de su muerte, Williams recurrió a un centro de desintoxicación que había conocido años atrás, cuando tuvo problemas de adicción, en busca de un lugar en el que meditar y encontrarse a sí mismo.
“En retrospectiva, siento que tendría que haber pasado más tiempo con él. Porque alguien que necesitaba apoyo no recibió lo que quería”, recuerda ahora su hijo. El cuerpo de Williams fue hallado sin vida en su casa al norte de San Francisco. Se había ahorcado con su cinturón. Unos amigos encontraron el cadáver mientras su esposa le esperaba para hacer meditación juntos. Era la primera noche en mucho tiempo que parecía haber dormido bien y no quería despertarle.
Rocío Ayuso
Los Ángeles, El País
El suicidio de Robin Williams en 2014 pilló a todos por sorpresa. Sin embargo, fueron muchas las señales que indicaban que algo andaba mal en la vida de uno de los mayores cómicos que Hollywood ha conocido. Un declive que el periodista del New York Times Dave Itzkoff ha recogido en su nueva biografía, Robin. “Fue uno de los cómicos más lanzados que he conocido. El artista más arriesgado”, afirma Billy Crystal. Un actor que parecía tenerlo todo, pero que durante los últimos años estuvo poseído por el sentimiento de haber llegado a su final. “Lo que vi [aquel día] fue un hombre asustado”, cuenta Crystal sobre una de las últimas veces que estuvo con su amigo y compañero de profesión. El intérprete es una de las voces consultadas en esta biografía, que saldrá a la venta el próximo 15 de mayo y en la que también participan la tercera esposa de Williams, Susan Schneider; su primogénito, Zak Williams, y su nuera, Alex Mallick, además de otros muchos actores, amigos y compañeros de trabajo.
Con la ayuda de todos ellos, Itzkoff logra retratar al artista. La sensación que le asaltaba en los últimos años venía marcada por una carrera en declive, lejos de los tiempos en los que ganó el Oscar por El indomable Will Hunting o cuando su voz dio vida al genio de Aladdin. También estaba en declive su fortuna. Como dijo el cómico en una ocasión, “divorciarse es caro”. Y él lo había hecho dos veces, primero de Valerie Velardi y después de Marsha Garces, con quien tuvo otros dos hijos. En el libro se muestra a un Williams que nunca llegó a superar el peso de su segundo divorcio y cómo este había dividido a su familia, especialmente en cuanto a la relación con sus hijos. “Tenía la seguridad de que nos había defraudado. Nunca acabó de aceptarlo. Algo triste porque todos le queríamos y solo queríamos su felicidad”, recuerda su hijo en el libro.
A las dificultades personales y laborales se unieron diferentes problemas de salud de los que durante un tiempo no supo la causa. Incluso el diagnóstico de Parkinson, en 2014, pudo haber estado equivocado, según se recoge en el libro de Itzkoff. La autopsia indicó que Williams padecía una forma de demencia incurable que tiende a manifestarse de forma agresiva en el cerebro y suele aumentar el riesgo de suicidio.
En medio de estas crisis estaba un hombre como Robin Williams, que vivía para su arte, que había dedicado 35 años a su carrera y, superados los 60, no sabía hacer otra cosa. Sin embargo, como declaró a muchos de sus allegados, Williams pensaba que era incapaz de volver a hacer reír a su público. “No puedo. No sé cómo ser gracioso”, le dijo llorando por aquel entonces a Cheri Minns, durante años su amiga y encargada de su maquillaje. Para entonces, la serie que le había devuelto a la televisión, medio en el que se dio a conocer al principio de su carrera, había fracasado, y las invitaciones que recibía de sus amigos para que regresara a los escenarios como monologuista le abrumaban. Siempre las rechazaba.
Según la biografía, su deterioro físico llegó a afectar su prodigiosa memoria, imposibilitando que el actor se aprendiera sus guiones. También presentaba problemas digestivos, a la hora de dormir, al orinar. Su voz había cambiado, había perdido mucho peso y sus músculos se paralizaban incomprensiblemente. El diagnóstico de Parkinson hizo realidad los peores temores del mejor amigo de Christopher Reeve. “Se sintió atrapado en su cuerpo”, recuerda otra de sus amistades, Cyndi McHale.
En esta crisis personal y laboral, Williams se fue aislando de todos. Según la biografía de Itzkoff, su tercera esposa, diseñadora gráfica, estaba acostumbrada a mantener una vida más independiente del actor que aquella a la que se había acostumbrado con Marsha, quien actuó durante años como su manager y le organizaba frecuentes encuentros y cenas con sus amigos. El matrimonio comenzó a dormir en habitaciones separadas, cada una en un extremo de la casa. Y meses antes de su muerte, Williams recurrió a un centro de desintoxicación que había conocido años atrás, cuando tuvo problemas de adicción, en busca de un lugar en el que meditar y encontrarse a sí mismo.
“En retrospectiva, siento que tendría que haber pasado más tiempo con él. Porque alguien que necesitaba apoyo no recibió lo que quería”, recuerda ahora su hijo. El cuerpo de Williams fue hallado sin vida en su casa al norte de San Francisco. Se había ahorcado con su cinturón. Unos amigos encontraron el cadáver mientras su esposa le esperaba para hacer meditación juntos. Era la primera noche en mucho tiempo que parecía haber dormido bien y no quería despertarle.