Melania Trump sí ha construido su muro
Con su extrema discreción, la Primera Dama puede llegar a parecer inerte. Es la estrategia de quien acompaña a un presidente en erupción constante.
Amanda Mars
Washington, El País
Se prodiga tan poco Melania Trump y es tan poco lo que habla, que buena parte de la cobertura mediática estadounidense sobre la primera dama se ha convertido en un ejercicio de agudeza visual. Si rehúye o no rehúye la mano de su esposo en el posado del día apunta ya a género periodístico. Cuando en su aniversario como primera dama publica una foto de ella sola del brazo de un marine, se puede leer su malestar por el escándalo de Donald Trump y la actriz de cine porno Stormy Daniels. Y si en la visita de Estado del presidente de Francia, Emmanuel Macron, luce un sombrero blanco, no es lo que lleve un sombre blanco, sino que está haciendo diplomacia a través de la moda.
No se sabe cómo es, lo que piensa, si siente o si padece. Bella, hierática e inescrutable, puede llegar a parecer inerte. Es el reverso extremo de un presidente en erupción constante. Él está obsesionado con ese muro que quiere construir en la frontera con México. Melania ha levantado el suyo propio para protegerse del mundo.
Cuando esta semana preguntaron por ella a Brigitte Macron, nada más volver de su viaje por Washington, retrató a una mujer encerrada en una jaula de oro. Pese a las apariencias, dijo, Melania “es muy divertida”, también “inteligente y abierta”, pero “no puede hacer nada”. “No puede ni abrir una ventana de la Casa Blanca, no puede salir, está mucho más constreñida que yo. Yo salgo todos los días en París”, contó en una entrevista en Le Monde. La esposa del presidente francés justificó así su opacidad: “Todo es interpretado, o sobreinterpretado. Es alguien con una fuerte personalidad, pero se esfuerza en esconderlo. Se ríe con facilidad, de todo, pero lo muestra menos que yo”.
Nada de ese retrato fresco y alegre parece encajar con la mujer que aparece en los actos públicos junto a Trump. Melania Knauss (su apellido de soltera) nació hace 48 años en la antigua Yugoslavia. Emigró de joven a Nueva York para hacer carrera como modelo y conoció al magnate, una celebridad 24 años mayor que ella a quien nadie imaginaba algún día en la Casa Blanca. Difícilmente aquella joven eslovena.
“No creo que Melania quisiera este trabajo y lo está haciendo de la mejor manera que puede. De forma inteligente, está desempeñando el papel de una primera dama extremadamente tradicional”, opina Kate Andersen Brower, autora de First Women, un libro sobre las esposas de los presidentes. “Se está ganando el respeto por lo que no dice y por lo que no hace”, afirma, por su parte, el historiador Doug Wead, autor de varios libros sobre presidentes y sus familias, entre ellos uno muy polémico sobre George W. Bush, porque se basó en conversaciones con el mandatario grabadas en secreto por el escritor.
La reciente muerte de la ex primera dama Barbara Bush ha servido estos días para recordar su carisma, su sentido del humor y, también, sus meteduras de pata. La matriarca de los Bush puso a su marido en aprietos con sus bases cuando opinó que los republicanos deberían suavizar su oposición al aborto o, años después de dejar la Casa Blanca, cuando su hijo George era presidente, quitó hierro a la desgracia del huracán Katrina al argumentar que algunos afectados vivían ya de por sí en una situación tan precaria que el desastre les podía salir a cuenta, al fin y al cabo, por las ayudas que recibirían. Tenía un humor socarrón, en su lecho de muerte, con su hijo presente, le dijo al médico: “¿Sabe por qué George salió así? Porque fumé y bebí cuando estaba embarazada”.
En el universo Melania no cabe ese talante ni esos deslices. La única acción que ha provocado rechazo notable en las redes sociales —y dio para algunos artículos— en este tiempo tuvo que ver con unos zapatos. Apareció subida a unos tacones de vértigo el pasado agosto cuando se dirigía a visitar a los afectados por el devastador huracán Harvey en Texas, lo que muchos vieron como un símbolo de desconexión de la realidad. Al bajar del avión, una vez en destino, ya calzaba unas zapatillas blancas. Y se acabó.
Melania es menos popular entre los estadounidenses de lo que lo eran las primeras damas recientes durante las presidencias de sus maridos. El 54% la ve con buenos ojos, según el sondeo de Gallup, mientras que el apoyo que suscitaba Michelle Obama alcanzaba el 65%; el de Laura Bush, el 71% y Barbara Bush, 83%. Hasta Hillary Clinton, siempre en el ojo del huracán con la prensa, contaba con el 57%.
El silencio como escudo
Esta primera visita de Estado del presidente de Francia, su prueba de fuego como anfitriona, ha transcurrido sin problemas, y ella ha brillado en silencio. La de primera dama es una figura ambigua y sin retribución, cuyas funciones no se han definido nunca oficialmente. En el origen, a la esposa del jefe del Estado solo le encomendaban las tareas de anfitriona en los actos de la Casa Blanca y con el tiempo se hizo norma que cada una se convirtiera en defensora de alguna causa social: Nancy Reagan eligió la lucha contras las drogas, por ejemplo, y Michelle Obama, la educación de las niñas y la dieta saludable. Algunas ejercieron este papel de forma muy política, como Clinton, que llevó a impulsar una reforma sanitaria que fracasó, o Rossalyn Carter, que asesoraba a su marido en toda suerte de asuntos políticos.
Para Andersen Brower, Melania “desempeña un papel de consuelo y empatía con la gente como no puede hacerlo su marido”. La causa por la que Melania se ha decantando es el acoso en redes sociales, lo que supone la madre de todas las paradojas, teniendo en cuenta que el presidente usa su cuenta de Twitter para insultar o señalar a sus detractores un día sí y otro también. En la práctica, en estos 16 meses de Gobierno no ha desarrollado una gran actividad relacionada con esta agenda, aunque en los actos en los que participa a solas con niños se le suele ver más relajada. Aparece entonces una mujer que lee los discursos con serenidad y muestra dulzura.
Es en los únicos instantes en los que parece traspasar el muro. En un lado están las llamaradas de Trump y las noticias sobre su sombrero blanco, en el otro está ella con su hijo Barron. En las manifestaciones antitrump es habitual ver carteles con el lema “Liberad a Melania”.
Amanda Mars
Washington, El País
Se prodiga tan poco Melania Trump y es tan poco lo que habla, que buena parte de la cobertura mediática estadounidense sobre la primera dama se ha convertido en un ejercicio de agudeza visual. Si rehúye o no rehúye la mano de su esposo en el posado del día apunta ya a género periodístico. Cuando en su aniversario como primera dama publica una foto de ella sola del brazo de un marine, se puede leer su malestar por el escándalo de Donald Trump y la actriz de cine porno Stormy Daniels. Y si en la visita de Estado del presidente de Francia, Emmanuel Macron, luce un sombrero blanco, no es lo que lleve un sombre blanco, sino que está haciendo diplomacia a través de la moda.
No se sabe cómo es, lo que piensa, si siente o si padece. Bella, hierática e inescrutable, puede llegar a parecer inerte. Es el reverso extremo de un presidente en erupción constante. Él está obsesionado con ese muro que quiere construir en la frontera con México. Melania ha levantado el suyo propio para protegerse del mundo.
Cuando esta semana preguntaron por ella a Brigitte Macron, nada más volver de su viaje por Washington, retrató a una mujer encerrada en una jaula de oro. Pese a las apariencias, dijo, Melania “es muy divertida”, también “inteligente y abierta”, pero “no puede hacer nada”. “No puede ni abrir una ventana de la Casa Blanca, no puede salir, está mucho más constreñida que yo. Yo salgo todos los días en París”, contó en una entrevista en Le Monde. La esposa del presidente francés justificó así su opacidad: “Todo es interpretado, o sobreinterpretado. Es alguien con una fuerte personalidad, pero se esfuerza en esconderlo. Se ríe con facilidad, de todo, pero lo muestra menos que yo”.
Nada de ese retrato fresco y alegre parece encajar con la mujer que aparece en los actos públicos junto a Trump. Melania Knauss (su apellido de soltera) nació hace 48 años en la antigua Yugoslavia. Emigró de joven a Nueva York para hacer carrera como modelo y conoció al magnate, una celebridad 24 años mayor que ella a quien nadie imaginaba algún día en la Casa Blanca. Difícilmente aquella joven eslovena.
“No creo que Melania quisiera este trabajo y lo está haciendo de la mejor manera que puede. De forma inteligente, está desempeñando el papel de una primera dama extremadamente tradicional”, opina Kate Andersen Brower, autora de First Women, un libro sobre las esposas de los presidentes. “Se está ganando el respeto por lo que no dice y por lo que no hace”, afirma, por su parte, el historiador Doug Wead, autor de varios libros sobre presidentes y sus familias, entre ellos uno muy polémico sobre George W. Bush, porque se basó en conversaciones con el mandatario grabadas en secreto por el escritor.
La reciente muerte de la ex primera dama Barbara Bush ha servido estos días para recordar su carisma, su sentido del humor y, también, sus meteduras de pata. La matriarca de los Bush puso a su marido en aprietos con sus bases cuando opinó que los republicanos deberían suavizar su oposición al aborto o, años después de dejar la Casa Blanca, cuando su hijo George era presidente, quitó hierro a la desgracia del huracán Katrina al argumentar que algunos afectados vivían ya de por sí en una situación tan precaria que el desastre les podía salir a cuenta, al fin y al cabo, por las ayudas que recibirían. Tenía un humor socarrón, en su lecho de muerte, con su hijo presente, le dijo al médico: “¿Sabe por qué George salió así? Porque fumé y bebí cuando estaba embarazada”.
En el universo Melania no cabe ese talante ni esos deslices. La única acción que ha provocado rechazo notable en las redes sociales —y dio para algunos artículos— en este tiempo tuvo que ver con unos zapatos. Apareció subida a unos tacones de vértigo el pasado agosto cuando se dirigía a visitar a los afectados por el devastador huracán Harvey en Texas, lo que muchos vieron como un símbolo de desconexión de la realidad. Al bajar del avión, una vez en destino, ya calzaba unas zapatillas blancas. Y se acabó.
Melania es menos popular entre los estadounidenses de lo que lo eran las primeras damas recientes durante las presidencias de sus maridos. El 54% la ve con buenos ojos, según el sondeo de Gallup, mientras que el apoyo que suscitaba Michelle Obama alcanzaba el 65%; el de Laura Bush, el 71% y Barbara Bush, 83%. Hasta Hillary Clinton, siempre en el ojo del huracán con la prensa, contaba con el 57%.
El silencio como escudo
Esta primera visita de Estado del presidente de Francia, su prueba de fuego como anfitriona, ha transcurrido sin problemas, y ella ha brillado en silencio. La de primera dama es una figura ambigua y sin retribución, cuyas funciones no se han definido nunca oficialmente. En el origen, a la esposa del jefe del Estado solo le encomendaban las tareas de anfitriona en los actos de la Casa Blanca y con el tiempo se hizo norma que cada una se convirtiera en defensora de alguna causa social: Nancy Reagan eligió la lucha contras las drogas, por ejemplo, y Michelle Obama, la educación de las niñas y la dieta saludable. Algunas ejercieron este papel de forma muy política, como Clinton, que llevó a impulsar una reforma sanitaria que fracasó, o Rossalyn Carter, que asesoraba a su marido en toda suerte de asuntos políticos.
Para Andersen Brower, Melania “desempeña un papel de consuelo y empatía con la gente como no puede hacerlo su marido”. La causa por la que Melania se ha decantando es el acoso en redes sociales, lo que supone la madre de todas las paradojas, teniendo en cuenta que el presidente usa su cuenta de Twitter para insultar o señalar a sus detractores un día sí y otro también. En la práctica, en estos 16 meses de Gobierno no ha desarrollado una gran actividad relacionada con esta agenda, aunque en los actos en los que participa a solas con niños se le suele ver más relajada. Aparece entonces una mujer que lee los discursos con serenidad y muestra dulzura.
Es en los únicos instantes en los que parece traspasar el muro. En un lado están las llamaradas de Trump y las noticias sobre su sombrero blanco, en el otro está ella con su hijo Barron. En las manifestaciones antitrump es habitual ver carteles con el lema “Liberad a Melania”.