ATLÉTICO 3-0 LEVANTE / La fiesta del Niño
Marcó un golazo en el Día del Niño y lleva cien en Liga con el Atleti. Correa y Griezmann encarrilaron el partido. Clasificación matemática para la Champions.
Patricia Cazón
As
Tenía que ser El Niño en el día del niño. Debía ser él. Estaba en el aire, en esa grada que 211 días después de estrenarse gritaba un tifo, 115 años contigo. Banderas al aire, el palco lleno de futuro, de niños, y aquel que le puso luz a los años negros cierre de la tarde en la que el Atleti volvió a la Champions. Porque ya está en ella, matemático, para la próxima temporada. Fue tras golear al Levante, en el día en que el Metropolitano comenzó a despedir a Torres. Él respondió como tantas otras tardes, con un golazo. El balón tocó la red y el estadio se puso en pie, agradeciendo. Aquello era más que un 3-0, era un tanto al corazón: por todos aquellos niños que se hicieron mayores agarrados a su bota.
Había comenzado el partido con Simeone valiente. A por él. Con el centro del campo del futuro, Koke-Saúl, la delantera francesa, Gameiro-Griezmann, y su versión más ofensiva en las bandas, Vitolo y Correa. Los primeros acercamientos estuvieron en sus botas ante un Levante que quería balón y trataba de ser incisivo, aunque sin claridad al final. Koke había sacado su brújula y cuando Koke la saca nada puede salir mal: la hierba se llena de pasillos.
Pero las ocasiones llegaban a cuenta gotas. Los balones de Koke se cegaban en el área. Los intentos del Levante eran más ganas que peligro. Entonces apareció Vitolo.
El partido cambió para siempre cuando agarró un balón junto a la banda derecha y corrió con él para espantar todas esas sombras que le rodeaban, que le perseguían desde su fichaje. Corrió con él para gritarle al Metropolitano que aquel Vitolo del Sevilla tiene mucho que hacer en el Atleti. Condujo y en su diagonal arrastró a medio Levante. Llegó al área y cedió a Correa. El gol del argentino tuvo algo de La Danza de Matisse. Rodeado de defensas que giraban a su alrededor, sacó el pincel y, con un regate, los sentó. El balón lo depositó en la red con la derecha.
No se amilanó el Levante. Por dos veces trató de mostrárselo a Oblak. Una con un punterazo de Morales que sacó la manopla del portero. Otra, con un tiro de Campaña, al que se interpuso Godín. El partido se iba al descanso cuando se llenó de pitidos. Eran para Gil Manzano mientras Grizi le gritaba: “¡Penalti, penalti!”. Se había echado muy largo el balón en una contra y Oier, en la salida, le derribó tocando su pie derecho. Para el árbitro fue piscina y amarilla del francés, penalti no. Así llegó el descanso.
Tras éste, Paco López buscó otro Levante, más al ataque, con Ivi y Bardhi, pero no tuvo tiempo para ver si funcionaría o no. Se lo arrebató todo Grizi, que también tiene pincel. Aprovechó un centro de Vrsaljko para pintarlo de golazo, enviándolo casi a la escuadra, casi desde el punto de penalti, a bote pronto y con la diestra. Finalizaba el duelo que no la tarde: a ésta aún le quedaba lo mejor. Y lo mejor se llamó Fernando.
El momento de El Niño
Porque Simeone miró a la banda, allá donde calentaba Torres, y le llamó. Entraría en el 58’ ante un Metropolitano en pie. Móviles al aire, y esos selfies, los primeros de los últimos. El Lolololo llenaba cada cosa.
Morales intentó entrometerse en la fiesta, siendo toda la miga del Levante en lo que quedaba. Unos minutos que servirían para comprobar que Oblak para muy bien (Roger comprobó) pero corre regular, a Simeone de probeta (Vrsaljko lateral izquierdo pensando en Anoeta con Lucas sancionado) y para que llegara ese gol, el de Torres, su 127 rojiblanco, como Peiró, su cien en Primera.
Fue un golazo, además. Puso la pierna derecha para colar el balón por el segundo palo tras un centro de Correa. Fue un regalo. El estadio de nuevo se caía puesto en pie: la grada siempre suena distinta si marca Torres. El aire cambia. Son tantos años... Ahora quedan nueve partidos como mucho. Sólo. Ojalá a veces el fútbol pudiera parar el reloj.
Patricia Cazón
As
Tenía que ser El Niño en el día del niño. Debía ser él. Estaba en el aire, en esa grada que 211 días después de estrenarse gritaba un tifo, 115 años contigo. Banderas al aire, el palco lleno de futuro, de niños, y aquel que le puso luz a los años negros cierre de la tarde en la que el Atleti volvió a la Champions. Porque ya está en ella, matemático, para la próxima temporada. Fue tras golear al Levante, en el día en que el Metropolitano comenzó a despedir a Torres. Él respondió como tantas otras tardes, con un golazo. El balón tocó la red y el estadio se puso en pie, agradeciendo. Aquello era más que un 3-0, era un tanto al corazón: por todos aquellos niños que se hicieron mayores agarrados a su bota.
Había comenzado el partido con Simeone valiente. A por él. Con el centro del campo del futuro, Koke-Saúl, la delantera francesa, Gameiro-Griezmann, y su versión más ofensiva en las bandas, Vitolo y Correa. Los primeros acercamientos estuvieron en sus botas ante un Levante que quería balón y trataba de ser incisivo, aunque sin claridad al final. Koke había sacado su brújula y cuando Koke la saca nada puede salir mal: la hierba se llena de pasillos.
Pero las ocasiones llegaban a cuenta gotas. Los balones de Koke se cegaban en el área. Los intentos del Levante eran más ganas que peligro. Entonces apareció Vitolo.
El partido cambió para siempre cuando agarró un balón junto a la banda derecha y corrió con él para espantar todas esas sombras que le rodeaban, que le perseguían desde su fichaje. Corrió con él para gritarle al Metropolitano que aquel Vitolo del Sevilla tiene mucho que hacer en el Atleti. Condujo y en su diagonal arrastró a medio Levante. Llegó al área y cedió a Correa. El gol del argentino tuvo algo de La Danza de Matisse. Rodeado de defensas que giraban a su alrededor, sacó el pincel y, con un regate, los sentó. El balón lo depositó en la red con la derecha.
No se amilanó el Levante. Por dos veces trató de mostrárselo a Oblak. Una con un punterazo de Morales que sacó la manopla del portero. Otra, con un tiro de Campaña, al que se interpuso Godín. El partido se iba al descanso cuando se llenó de pitidos. Eran para Gil Manzano mientras Grizi le gritaba: “¡Penalti, penalti!”. Se había echado muy largo el balón en una contra y Oier, en la salida, le derribó tocando su pie derecho. Para el árbitro fue piscina y amarilla del francés, penalti no. Así llegó el descanso.
Tras éste, Paco López buscó otro Levante, más al ataque, con Ivi y Bardhi, pero no tuvo tiempo para ver si funcionaría o no. Se lo arrebató todo Grizi, que también tiene pincel. Aprovechó un centro de Vrsaljko para pintarlo de golazo, enviándolo casi a la escuadra, casi desde el punto de penalti, a bote pronto y con la diestra. Finalizaba el duelo que no la tarde: a ésta aún le quedaba lo mejor. Y lo mejor se llamó Fernando.
El momento de El Niño
Porque Simeone miró a la banda, allá donde calentaba Torres, y le llamó. Entraría en el 58’ ante un Metropolitano en pie. Móviles al aire, y esos selfies, los primeros de los últimos. El Lolololo llenaba cada cosa.
Morales intentó entrometerse en la fiesta, siendo toda la miga del Levante en lo que quedaba. Unos minutos que servirían para comprobar que Oblak para muy bien (Roger comprobó) pero corre regular, a Simeone de probeta (Vrsaljko lateral izquierdo pensando en Anoeta con Lucas sancionado) y para que llegara ese gol, el de Torres, su 127 rojiblanco, como Peiró, su cien en Primera.
Fue un golazo, además. Puso la pierna derecha para colar el balón por el segundo palo tras un centro de Correa. Fue un regalo. El estadio de nuevo se caía puesto en pie: la grada siempre suena distinta si marca Torres. El aire cambia. Son tantos años... Ahora quedan nueve partidos como mucho. Sólo. Ojalá a veces el fútbol pudiera parar el reloj.