ARSENAL 1-1 ATLÉTICO / ¡Qué manera de aguantar!
El Atlético jugó con uno menos durante 81 minutos, sufrió como nunca, pero Griezmann igualó de forma heroica el gol de Lacazette en el 81’ y allanó el camino a la final. Inmenso Oblak.
Patricia Cazón
As
Los futbolistas se hacen viejos muy jóvenes, sus goles no. Algunos no envejecen. Algunos como éste: cuando el Arsenal más apretaba, Griezmann que se fue acercando a la portería rival como el sol al verano, tras dejar atrás a Koscielny. Había cazado un balón en largo, lo había peleado, lo envió a la red con el exterior del pie, casi sin ángulo, tras una primera parada de Ospina. 1-1. Lo que Grizi quitó, Grizi lo devolvió.
Salió el Arsenal a ganar, sin temblor. El Atleti, como un flan, a los seis minutos ya sumaba un palo de Lacazette y la primera mano milagro de Oblak. Pero es que cumplía 115 años en el Emirates y sólo podía hacerlo con un partido a la altura de su historia. Con sufrir, épica y la bendita locura. Porque la hubo, mucha. Porque muy pronto Vrsaljko dejaría con diez a los suyos. Vio amarilla en el 2’ para evitar una contra y en el 9’ pisó a Lacazette sin pensar que ya tenía tarjeta. El árbitro, Turpin, tampoco lo hizo. Pensar que el partido no había llegado ni al 10’. Amarilla, roja y al túnel. Pronto le seguiría Simeone.
El árbitro no castigó con amarilla una falta sobre Lucas y eso le incendió. Le apagaría el dedo de Turpin. A la grada. Durante muchos minutos el Arsenal no dejaría de llover. Era Lacazette, tormenta entre líneas, fue ese cabezazo casi mortal de Welbeck. Al Atleti sólo le sujetaba un reducto, el portero del 13 a la espalda. Segunda mano milagro de Oblak.
El Arsenal vivía en su área. Tomaba café, ponía los pies sobre la mesa, comodísimo, mientras Simeone se movía como avispa encerrada en el palco y al árbitro se le congelaba la mano cada vez que debía sacar amarilla al Arsenal. Eso le subió la voz a 1.500 gargantas. El Atleeeti, Atleeeti llenaba el Emirates. Se contagiaron unas botas. Las de Thomas. Lateral derecho sin Vrsaljko, multiplicado.
Sobre sus hombres creció el Atleti, en esa jugada en la que robó, se escapó de seis y cedió para Griezmann. Al final detuvo Ospina pero ahí estaba, ahí quedaba. Ayer no dolía la espalda, como en los últimos partidos, aunque sí, más lo hacía el escudo, el querer ganar, Lyon. Ayer era uno de esos días de a morir los míos mueren.
Cuando el descanso llegó, el Arsenal sólo había sido agua cayendo sobre un frontón. En los últimos minutos hasta el dominio fue atlético. Pero regresó el partido del reposo y el Arsenal volvió a arreciar. Le quemaba el balón como esa verdad: mucha ocasión pero ningún diente. Se puso a buscarlos a los pies de Oblak, diluyó la mejoría del Atleti. Y Godín no podía frenarlo todo. Y tampoco pararlo Oblak. Y menos cuando Griezmann trató de salir de su área, llena de pirañas, con un caño. Llegó el mordisco, el gol. Fue Lacazette.
Parecía la sentencia pero, entonces, cuando el reloj decía 81, Welbeck perdió ese balón que Giménez envió en largo a Grizi, para el 1-1, y Oblak paraba esa última ocasión, la de Ramsey, para dejarle a Wenger ese olor a derrota en la ropa. Porque hay partidos que huelen así, como algunas noches. Da igual empatarlos, la hueles, la ropa, y ahí está. La derrota, aunque su Arsenal no perdiera. El Metropolitano decidirá.
Patricia Cazón
As
Los futbolistas se hacen viejos muy jóvenes, sus goles no. Algunos no envejecen. Algunos como éste: cuando el Arsenal más apretaba, Griezmann que se fue acercando a la portería rival como el sol al verano, tras dejar atrás a Koscielny. Había cazado un balón en largo, lo había peleado, lo envió a la red con el exterior del pie, casi sin ángulo, tras una primera parada de Ospina. 1-1. Lo que Grizi quitó, Grizi lo devolvió.
Salió el Arsenal a ganar, sin temblor. El Atleti, como un flan, a los seis minutos ya sumaba un palo de Lacazette y la primera mano milagro de Oblak. Pero es que cumplía 115 años en el Emirates y sólo podía hacerlo con un partido a la altura de su historia. Con sufrir, épica y la bendita locura. Porque la hubo, mucha. Porque muy pronto Vrsaljko dejaría con diez a los suyos. Vio amarilla en el 2’ para evitar una contra y en el 9’ pisó a Lacazette sin pensar que ya tenía tarjeta. El árbitro, Turpin, tampoco lo hizo. Pensar que el partido no había llegado ni al 10’. Amarilla, roja y al túnel. Pronto le seguiría Simeone.
El árbitro no castigó con amarilla una falta sobre Lucas y eso le incendió. Le apagaría el dedo de Turpin. A la grada. Durante muchos minutos el Arsenal no dejaría de llover. Era Lacazette, tormenta entre líneas, fue ese cabezazo casi mortal de Welbeck. Al Atleti sólo le sujetaba un reducto, el portero del 13 a la espalda. Segunda mano milagro de Oblak.
El Arsenal vivía en su área. Tomaba café, ponía los pies sobre la mesa, comodísimo, mientras Simeone se movía como avispa encerrada en el palco y al árbitro se le congelaba la mano cada vez que debía sacar amarilla al Arsenal. Eso le subió la voz a 1.500 gargantas. El Atleeeti, Atleeeti llenaba el Emirates. Se contagiaron unas botas. Las de Thomas. Lateral derecho sin Vrsaljko, multiplicado.
Sobre sus hombres creció el Atleti, en esa jugada en la que robó, se escapó de seis y cedió para Griezmann. Al final detuvo Ospina pero ahí estaba, ahí quedaba. Ayer no dolía la espalda, como en los últimos partidos, aunque sí, más lo hacía el escudo, el querer ganar, Lyon. Ayer era uno de esos días de a morir los míos mueren.
Cuando el descanso llegó, el Arsenal sólo había sido agua cayendo sobre un frontón. En los últimos minutos hasta el dominio fue atlético. Pero regresó el partido del reposo y el Arsenal volvió a arreciar. Le quemaba el balón como esa verdad: mucha ocasión pero ningún diente. Se puso a buscarlos a los pies de Oblak, diluyó la mejoría del Atleti. Y Godín no podía frenarlo todo. Y tampoco pararlo Oblak. Y menos cuando Griezmann trató de salir de su área, llena de pirañas, con un caño. Llegó el mordisco, el gol. Fue Lacazette.
Parecía la sentencia pero, entonces, cuando el reloj decía 81, Welbeck perdió ese balón que Giménez envió en largo a Grizi, para el 1-1, y Oblak paraba esa última ocasión, la de Ramsey, para dejarle a Wenger ese olor a derrota en la ropa. Porque hay partidos que huelen así, como algunas noches. Da igual empatarlos, la hueles, la ropa, y ahí está. La derrota, aunque su Arsenal no perdiera. El Metropolitano decidirá.