Ünal castiga al Cholo

El turco marcó el empate segundos después de que Simeone sustituyera a Griezmann. En el descuento, el delantero del Submarino sentenció a los rojiblancos con otro gol.

Patricia Cazón
As
Asomó el Atleti nada más comenzar el partido ante Asenjo como Clint Eastwood en Gran Torino; en el porche, escopeta en mano, listo para disparar, pie de Saúl. Cuatro minutos tardaría sólo el Villarreal en replicar, Bacca. En dos jugadas, el partido había puesto sus cartas sobre la mesa. Iba a ser competido. De transiciones rápidas, golpes en un área, contras a la otra, patadas con espinas. Y un entrenador al que se le estalló el plan, justo al final.


Thomas barría, sacaba la linterna Rodri, para quien todo era un escaparate al Cholo, cuando todos los ojos apuntaron al árbitro. Era Fernández Borbalán. La Cerámica lo descubría. Un silbido había bastado: Grizi caía al sentir en la espalda la sombra de Jaume Costa. Si hubo contacto no pareció. Pero el silbato del árbitro fue categórico. Griezmann lo lanzó como disparaba Harry el Sucio. Asenjo se lanzó al lado contrario. Gol. Y de pronto el aire lleno de pitidos.

El Villarreal forraría sus botas de paciencia mientras el Atleti iba dando pasos hacia Oblak, en bloque, tras un palo de Koke. Tocaba e insistía el equipo local ante ese muro que Simeone había levantado. Buscaría el Villarreal huecos con córners, por dentro y las bandas. Siempre el mismo final: ninguno. Y eso que Calleja rascaba un flanco, Vrsaljko, un necesita mejorar en defensa urgente.

El descanso no cambió el partido. El Atleti esperaba las contras con velocidad de bala (y mirilla torcida, como en esa que Correa tuvo, justo antes de la caseta) y el Villarreal no bajaba los brazos. “Morir no es forma de vivir”, que se dice en El fuera de la ley. Y morir era levantar los ojos al marcador. 0-1, ese tesoro de Simeone. Su caja fuerte era un hombre que se había tragado la llave, Giménez. Repelía cada ataque e intento, para desesperación del Villarreal.

La hierba era lona, el partido como esa película Million Dollar Baby, buscando el asalto final. Fornals y Trigueros casi lo logran en una jugada embarullada, pero el balón terminó fuera. Sonaría a gong. El aire ya había cambiado, para siempre, aunque ahora, de nuevo, lo llenasen los silbidos. Vivía La Cerámica un dèjá vu con el árbitro. Lo de antes, pero con distinto final. Si ahora caía Bacca al contacto de Giménez, que sí, que parecía, ahora el árbitro no lo veía, no lo castigó su silbato. El marcador seguía 0-1. La muerte.

Enes Ünal pisaba el césped, segundo cambio de Calleja, justo después de que Griezmann definiera horrible una contra, con todo a favor. Simeone le quitó en el 81’ para introducir más madera, a Gabi, y segundos más tarde, Ünal le castigó. Ley divina. Encontró la llave. Fue tras un córner, centro de Álvaro, su remate de cabeza, el empate. Ante el Villarreal al Cholo nunca le sale eso de caminar en el alambre. Y peor sería. Había tenido lo bueno y lo feo. Quedaba lo malo. El argentino se había suicidado con sus cambios.
La remontada

“Cuando un hombre con una pistola se encuentra a otro con un fusil, el de la pistola es hombre muerto”. En ese caso, Simeone ni tenía la suya. La había dejado caer en el banquillo mientras Calleja frotaba la bota de Ünal. Esa que, en el 90’, firmaría el 2-1, la remontada, tras falta lanzada por Trigueros, fallo de Godín y esa mirada de Grizi, desde el banco, tan cerca, tan lejos. Terminó el partido con roja a Vitolo, día horrible, Costa perdido en el laberinto y la sensación de que, lo que le queda de temporada al Atleti, puede ser un angosto túnel a un paraíso, ya sólo uno, ¿Lyon?, al que llamar Zihuatanejo y que allí ya esté un amigo, para jugarlo, ese compañero fiel. Filipe.

Filipe, ese futbolista con el peroné roto cuyo sueño es conocer, algún día, a Clint Eastwood y a quien el Atleti soñó muchos minutos dedicarle su victoria, esa que Ünal y La Cerámica le arrebataron en el último minuto, Simeone mediante.

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