Netanyahu, perseguido por los escándalos de corrupción, busca oxígeno en los brazos de Trump
El primer ministro israelí presiona al presidente de EE UU para que ponga fin al pacto nuclear con Irán
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, encontró este lunes en Washington la tierra prometida. Vapuleado en Israel por las acusaciones de corrupción, el presidente Donald Trump le recibió con los brazos abiertos y le permitió sentirse como el estadista que en su país no reconocen. En la Casa Blanca, Netanyahu no solo agradeció el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y preparó una posible vista del republicano, sino que puso la diana en el gran enemigo común: Teherán. “Hay frenar a Irán y sus ambiciones nucleares”, afirmó.
Netanyahu es un líder erosionado. Después de 13 años acumulados en el poder, su sueño de alcanzar la estatura histórica de David Ben Gurion, el fundador del Estado de Israel, parece cada vez más lejano. Los escándalos de corrupción le persiguen y la policía ha recomendado al fiscal general imputarle por soborno y fraude. Político forjado en las condiciones extremas del ecosistema israelí, su capacidad de resistencia ante este embate aún es grande, pero las flechas no dejan de multiplicarse. Favores gubernamentales a cambio de suntuosos regalos, tráfico de influencias, coberturas mediáticas bajo cohecho… hasta su esposa ha sido acusada de cargar al Estado más de 100.000 euros en comidas servidas por los mejores restaurantes de Jerusalén.
Bajo este cerco, Netanyahu ha buscado un respiro momentáneo en el país que mejor le trata. Trump le escucha y le respeta, y ha materializado uno de sus mayores sueños: el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Un paso diplomático de alto voltaje que Netanyahu, necesitado de combustible, ha querido completar con una petición personal al presidente para que acuda a la inauguración de la embajada el próximo 14 de mayo, coincidiendo con el aniversario de la independencia de Israel.
“Quisiera ir, y si puedo, iré”, respondió Trump, quien, tras ensalzar la relación entre ambas naciones, recibió una avalancha de elogios del primer ministro: “Nunca fue más fuerte el vínculo entre nuestros países. Otros prometieron reconocer a Jerusalén como nuestra capital, pero Donald Trump lo cumplió. Y por ello será recordado a través de los tiempos por nuestro pueblo”.
Grupo de presión en EEUU
El motivo oficial de la visita de Benjamin Netanyahu a Washington es su asistencia a la reunión del Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelíes (AIPAC, en sus siglas en inglés), un grupo de presión clave de las relaciones entre ambos estados. El año pasado participó con un vídeo, ahora ha querido enfatizar la buena marcha del vínculo con su presencia. Un gesto al que Trump ha correspondido abriendo la Casa Blanca y enviando a los actos a su vicepresidente, Mike Pence, y la embajadora ante la ONU, Nikki Haley.
Esta excepcional sintonía tiene múltiples raíces. No es solo que ambos se consideren injustamente perseguidos o que vivan la química de los odios compartidos. El presidente necesita el apoyo de la poderosa comunidad proisraelí de Estados Unidos. Son fondos para la campaña y una influencia que, en un candidato que ganó los comicios con menos votos que su rival, se tornan esenciales para una posible reelección.
Desde esta posición, Trump ha mantenido una clara estrategia proisraelí. Ha abandonado la doctrina de los dos Estados, ha recortado fondos a los palestinos, ha propiciado el acercamiento a los países árabes moderados y ha nombrado como enviado especial a Oriente Próximo a su yerno, Jared Kushner, un judío ortodoxo, cuyo padre es amigo íntimo y financiador de Netanyahu.
De este tablero, no ha escapado el acuerdo nuclear con Irán. Trump ha manifestado tantas veces como ha podido su deseo de acabar con el pacto que suscribió Barack Obama en 2015 y en el que participaron China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania. La presión de sus colaboradores, especialmente del secretario de Defensa, Jim Mattis, y del secretario de Estado, Rex Tillerson, le ha frenado de hacerlo. Pero en su narrativa no ha dejado nunca de execrar a Teherán, al que considera un vector de inestabilidad, un peligro zonal que igual apoya a organizaciones terroristas como Hamás y Hezbolá, que participa en las matanzas del régimen sirio.
Para frenar a los ayatolás, Trump quiere limitar aún más su capacidad de desarrollar una bomba atómica e impedir cualquier avance balístico. En caso de no conseguirlo, ha amenazado con romper unilateralmente el pacto si no recibe apoyo de sus socios occidentales. El plazo para tomar una decisión vence en abril y Netanyahu, quien considera que Teherán sólo persigue la aniquilación de Israel, no ha querido dejar pasar la ocasión de presionar. “Nuestro mayor desafío es poner freno a Irán y sus ambiciones nucleares”, dijo.
Son muchas las coincidencias entre Trump y Netanyahu. Pueden ser por amistad, interés o ambas cosas, pero el resultado salta a la vista. En su peor momento, el primer ministro ha corrido a visitar al presidente de EEUU para recibir el trato de estadista que tanto desea y que en su tierra le niegan. A cambio, Netanyahu está dispuesto a multiplicar su apoyo al republicano y mostrarlo públicamente ante su influyente comunidad. Pura simbiosis.
Jan Martínez Ahrens
Washington, El País
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, encontró este lunes en Washington la tierra prometida. Vapuleado en Israel por las acusaciones de corrupción, el presidente Donald Trump le recibió con los brazos abiertos y le permitió sentirse como el estadista que en su país no reconocen. En la Casa Blanca, Netanyahu no solo agradeció el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y preparó una posible vista del republicano, sino que puso la diana en el gran enemigo común: Teherán. “Hay frenar a Irán y sus ambiciones nucleares”, afirmó.
Netanyahu es un líder erosionado. Después de 13 años acumulados en el poder, su sueño de alcanzar la estatura histórica de David Ben Gurion, el fundador del Estado de Israel, parece cada vez más lejano. Los escándalos de corrupción le persiguen y la policía ha recomendado al fiscal general imputarle por soborno y fraude. Político forjado en las condiciones extremas del ecosistema israelí, su capacidad de resistencia ante este embate aún es grande, pero las flechas no dejan de multiplicarse. Favores gubernamentales a cambio de suntuosos regalos, tráfico de influencias, coberturas mediáticas bajo cohecho… hasta su esposa ha sido acusada de cargar al Estado más de 100.000 euros en comidas servidas por los mejores restaurantes de Jerusalén.
Bajo este cerco, Netanyahu ha buscado un respiro momentáneo en el país que mejor le trata. Trump le escucha y le respeta, y ha materializado uno de sus mayores sueños: el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel. Un paso diplomático de alto voltaje que Netanyahu, necesitado de combustible, ha querido completar con una petición personal al presidente para que acuda a la inauguración de la embajada el próximo 14 de mayo, coincidiendo con el aniversario de la independencia de Israel.
“Quisiera ir, y si puedo, iré”, respondió Trump, quien, tras ensalzar la relación entre ambas naciones, recibió una avalancha de elogios del primer ministro: “Nunca fue más fuerte el vínculo entre nuestros países. Otros prometieron reconocer a Jerusalén como nuestra capital, pero Donald Trump lo cumplió. Y por ello será recordado a través de los tiempos por nuestro pueblo”.
Grupo de presión en EEUU
El motivo oficial de la visita de Benjamin Netanyahu a Washington es su asistencia a la reunión del Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelíes (AIPAC, en sus siglas en inglés), un grupo de presión clave de las relaciones entre ambos estados. El año pasado participó con un vídeo, ahora ha querido enfatizar la buena marcha del vínculo con su presencia. Un gesto al que Trump ha correspondido abriendo la Casa Blanca y enviando a los actos a su vicepresidente, Mike Pence, y la embajadora ante la ONU, Nikki Haley.
Esta excepcional sintonía tiene múltiples raíces. No es solo que ambos se consideren injustamente perseguidos o que vivan la química de los odios compartidos. El presidente necesita el apoyo de la poderosa comunidad proisraelí de Estados Unidos. Son fondos para la campaña y una influencia que, en un candidato que ganó los comicios con menos votos que su rival, se tornan esenciales para una posible reelección.
Desde esta posición, Trump ha mantenido una clara estrategia proisraelí. Ha abandonado la doctrina de los dos Estados, ha recortado fondos a los palestinos, ha propiciado el acercamiento a los países árabes moderados y ha nombrado como enviado especial a Oriente Próximo a su yerno, Jared Kushner, un judío ortodoxo, cuyo padre es amigo íntimo y financiador de Netanyahu.
De este tablero, no ha escapado el acuerdo nuclear con Irán. Trump ha manifestado tantas veces como ha podido su deseo de acabar con el pacto que suscribió Barack Obama en 2015 y en el que participaron China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania. La presión de sus colaboradores, especialmente del secretario de Defensa, Jim Mattis, y del secretario de Estado, Rex Tillerson, le ha frenado de hacerlo. Pero en su narrativa no ha dejado nunca de execrar a Teherán, al que considera un vector de inestabilidad, un peligro zonal que igual apoya a organizaciones terroristas como Hamás y Hezbolá, que participa en las matanzas del régimen sirio.
Para frenar a los ayatolás, Trump quiere limitar aún más su capacidad de desarrollar una bomba atómica e impedir cualquier avance balístico. En caso de no conseguirlo, ha amenazado con romper unilateralmente el pacto si no recibe apoyo de sus socios occidentales. El plazo para tomar una decisión vence en abril y Netanyahu, quien considera que Teherán sólo persigue la aniquilación de Israel, no ha querido dejar pasar la ocasión de presionar. “Nuestro mayor desafío es poner freno a Irán y sus ambiciones nucleares”, dijo.
Son muchas las coincidencias entre Trump y Netanyahu. Pueden ser por amistad, interés o ambas cosas, pero el resultado salta a la vista. En su peor momento, el primer ministro ha corrido a visitar al presidente de EEUU para recibir el trato de estadista que tanto desea y que en su tierra le niegan. A cambio, Netanyahu está dispuesto a multiplicar su apoyo al republicano y mostrarlo públicamente ante su influyente comunidad. Pura simbiosis.