ANÁLISIS / Putin y los titanes enanos

Líderes autoritarios se eternizan y proyectan fortaleza en Rusia, China y Turquía. Occidente muestra fragilidad. Pero no todo es como parece

Andrea Rizzi
Madrid, El País
L’État c’est moi. No es difícil imaginarse estos días a Xi Jinping, Vladímir Putin y Recep Tayyip Erdogan susurrar en la intimidad la célebre frase históricamente asociada a Luis XIV. Tienen sus motivos. Xi acaba de afianzar su eternización en el poder con aclamación del PCCh; Putin ha orquestado una notable escenificación de legitimación pseudo-democrática (entre otros pequeños detalles, no podía competir el único opositor real); y Erdogan tiene a sus militares levantando la bandera turca en la ciudad siria de Afrin, partiendo así el cinturón kurdo que tanto teme. La marcha de los tres titanes de la internacional de los autócratas difícilmente podría ser, a primera vista, más triunfal.


Más es así observando las tribulaciones de las democracias liberales, aquejadas de malas gestiones y altos grados de insatisfacción ciudadana. En las recientes legislativas en Italia, un 55% votó por opciones populistas y antisistema (de corte más o menos radical). En Francia, el éxito final de Macron hizo olvidar a muchos que, en la primera ronda, candidatos con esas mismas características (Le Pen, Mélenchon, Dupont-Aignan y otros…) cosecharon un 47%. El 52% de los británicos que apoyó el Brexit en contra de las indicaciones de todos los principales partidos, patronal y bancos, también se levantó como una grandiosa peineta al establishment. La situación estadounidense provoca gran inquietud a la gran mayoría de observadores. Corrupción, reparto desigual de la riqueza, fragmentación y parálisis política fomentan un profundo sentimiento de descontento en las democracias liberales.

Es razonable pensar que el siglo XXI será plasmado por el resultado final de un doble pulso: sociedades abiertas vs cerradas; democracias liberales vs regímenes autoritarios (aunque algunos camuflados de democracias liberales). La yuxtaposición entre la pujanza de los Xi, Putin y Erdogan con las tribulaciones occidentales impresiona. Pero veamos mejor.

La audacia y sagacidad táctica de Putin es ya legendaria. Ha estabilizado el país, reforzado sus fuerzas armadas, afianzado su proyección global y debilitado a muchos enemigos. Reina sobre un país inmenso, con descomunales recursos energéticos, un enorme arsenal nuclear y poder de veto en la ONU. Pero todo ello se apoya en una economía asfíctica que mide aproximadamente como la de España o Corea del Sur. Nada más. Putin no ha podido revertir esa debilidad intrínseca que limita inexorablemente a Rusia. La táctica es extraordinaria: pero el boquete estratégico irresuelto también lo es.

Erdogan, por su parte, parece afianzado tras la intentona golpista. Pero gobernar sentado sobre decenas de miles de presos —se antoja difícil convencer que cada uno de ellos ha gozado de un procedimiento justo— y con medio país enfurecido tiende a provocar problemas.

Xi, claro está, es otra historia. China va rumbo a convertirse en superpotencia a pasos agigantados. Pero la formidable fortaleza china se ve en otra perspectiva si uno se fija, por ejemplo, en la gran carrera de los censores para ocultar las múltiples expresiones de descontento tras el anuncio de su perpetuación. Las fieras no suelen preocuparse de los mosquitos. Ergo, o uno no es tan fiera o los otros no son tan mosquitos.

En cuanto a Occidente, sus fallos son múltiples, no hay duda. Pero sería erróneo subestimar sus fortalezas: por ejemplo, la grandeza de las boas constrictor que aprietan el cuello de mandatarios como Trump o Netanyahu con investigaciones ferozmente independientes y todo lo que eso significa; la nobleza de laboriosas negociaciones que consideran el mandato de los ciudadanos y conducen a Gobiernos como en Alemania y Holanda; en general, el pluralismo del debate que ha fomentado y fomenta ideas, innovación, progreso sin parangón. El linaje que une la protodemocracia helena, la codificación legal romana, el humanismo toscano, la ilustración francesa y el liberalismo anglosajón es una espina dorsal durísima.

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