La extraordinaria aventura y el astuto ardid de un campeón de ciclismo que salvó de la muerte a 800 judíos

Benito Mussolini quiso convertirlo en un héroe fascista, pero sufrió la misma humillación que Hitler frente al atleta negro Jesse Owens

Alfredo Serra
Especial para Infobae
Es común que la avalancha de turistas que atestan los gloriosos museos de Florencia –el Renacimiento en la cumbre de su esplendor– pase de largo por el modesto y casi ignorado frente del dedicado al ciclista Gino Bartali (1914–2000: nacimiento, vida y final en el florentino pueblo de Ponte a Ema).


Si alguien indaga, sabrá que Gino fue un ciclista famoso apodado Il Ginettaccio (maillot del corredor elegante), aunque no más grande que su mítico compatriota Fausto Coppi y que su rival francés Jacques Anquetil, más allá de sus 91 victorias en carreras standard, sus tres Giros de Italia –1936, 37 y 47– y sus dos Tours de Francia –1938 y 1948–.

Por lo demás, su museo no exhibe piezas demasiado excitantes: fotos familiares coronadas, en un rincón, por la bicicleta de cuatro velocidades que montó, con ciertas modificaciones tecnológicas impuestas por el tiempo, durante dos décadas: 1935 a 1954.

Llaman la atención, sí, los honores que lo ornaron: tres medallas de oro italianas al Mérito Civil, y el diploma Justo entre las Naciones… entregado por Israel.

Un enigma…

A priori, nada extraordinario. Difícil presumir y/o deducir por qué. Sobre todo por el decurso de sus primeros años…

Nace el 18 de julio del 14 en Ponte a Ema, donde transcurrirá toda su vida.
Hijo de granjeros pobres –no miserables–, a los 13 años su padre le encuentra empleo: un taller de bicicletas. El dueño, ante los méritos
del aprendiz, le regala una y lo anima a entrenarse.

Desde entonces, el mundo deja de ser para Gino un par de calles y las
paredes del taller. Ancho pero no ajeno, ese mundo le regala cielo, montañas, carreteras, fantásticos espacios abiertos como planetas
desconocidos.

Ya es un ciclista, y lo será más aún…

En 1936, drama: su hermano Giulio, también acólito de las dos ruedas, muere atropellado por un auto. Gino empieza a ganar carreras locales
y a urdir una familia: se casa con su vecina Adriana Bani, y les nacen Andrea y Luigi.

Pero la vida tal como Gino la conoce se invierte. Era luz, es sombra. La sombra de Benito Mussolini, dictador patético y brutal, y socio de Adolfo Hitler y el infierno que desatará sobre el mundo.

Mussolini, que así como su atroz patrón decidió que la raza blanca era superior a la negra y en los Juegos Olímpicos de 1936 fue humillado por
un negrito de Alabama nacido Jesse Owens –¡cuatro medallas de oro!–, encarama su política en los triunfos de Gino, elegido deportista emblema del fascismo.

Pero el ciclista perpetuo –sus piernas y las ruedas son ya perfecta simbiosis, la misma cosa– desprecia la política, odia a Mussolini, y sólo entrega su alma a la velocidad, a la Acción Católica –ostenta su carnet–, y a la humilde Societá Sportiva Aquila, el club de su pueblo.

Nada más pide. Nada más necesitan su cuerpo y su alma. Eso, el perpetuo pedalear, el vasto cielo, los infinitos caminos…

La otra verdad

En 1938, el fantasmagórico proyecto de Hitler –el exterminio de todos los judíos de Europa–, llega como orden perentoria hasta el bunker de Il Duce. El drenaje es lento al principio, y tsunami en 1943.

Gino mira. Gino piensa.

Y de pronto, sin despertar sospechas (está en la cumbre profesional), duplica, triplica su entrenamiento. Casi no hay hora del día ni de la noche en que no se lo vea, como un lobo solitario, cruzar comarca tras comarca… Un domingo, antes de una carrera, los inspectores se disponen a revisar y pesar las bicicletas, sujetas de protocolo y reglamento. Gino interrumpe:

–Revisen, pero con cuidado. Cada tubo de mi máquina está diseñado científicamente. Cualquier alteración puede perjudicarme…

Luego de bajarse de la bicicleta fue DT de San Pelegrino, un pequeño equipo de ciclismo, comentarista de la RAI, asesor técnico fabril, vendedor de bicicletas marca Gino Bartali, y también vino chianti de la Toscana. Y recién poco después de su muerte (5 de mayo de 2000, a sus 85 años), su hijo reveló el enigma de una vida deportiva triunfal y de una noble alma en sombras.

Sí. Porque en aquellos años de horror fascista y de alucinadas carreras a bordo de su bicicleta, Gino Bartali… ¡salvó a ochocientos judíos de la
deportación y la segura muerte en algunos de los infernales campos nazis!

De punta a punta por las carreteras de la Toscana y la Umbría, las escarpadas montañas, los inmensos llanos, cada tubo de su bicicleta, cada rincón posible, ocultaba documentos y pasaportes –algunos, falsos– para los judíos refugiados en los conventos y monasterios…

Una red organizada por Giorgio Nissim, un implacable antifascista apoyado por varios arzobispos en cuya imprenta se preparaban los salvadores papeles que separaban la vida de la muerte.

Muerto Nissim, sus hijos encontraron en un altillo el diario de su padre: un fiel testimonio de kilómetros recorridos, rutas alternativas ante algún peligro imprevisto, inventario de cada pasaporte, salvoconducto, carta con instrucciones… transportados por un correo insospechable, perfecto, ideal: el campeón, el ídolo Gino Bartali, inconfundible al pasar envuelto en un Ginettaccio con su nombre en el pecho y la espalda…, y vitoreado por la soldadesca de Mussolini.

Muchas veces le preguntaron a Andrea, su hijo, cómo fue posible que esa extraordinaria, cinematográfica historia, fuera callada por Gino durante
tantos años, y que no se filtrara. La respuesta fue siempre la misma:

–Mi padre era un católico ferviente. Nunca o casi nunca nos habló de lo que hizo durante la guerra. Decía solamente que "en la vida, esas cosas
se hacen, y basta".

Un hombre de carne, hueso, sangre, y la materia de los héroes.

En adelante, después de deslumbrarse en los museos de Florencia y la abrumadora belleza del Renacimiento, no estaría mal detenerse en el pequeño museo Gino Bartali, mirar cara a cara las fotografías de ese hombre, y detenerse en el módico altar en que descansa su bicicleta.

Que aún late…

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